martes, 23 de mayo de 2023

 


     GUERRA DE UCRANIA: ES HORA DE CONTAR LA VERDAD

                                                (Segunda parte)



Por previsible, la guerra en Ucrania ha sido la más anunciada desde, al menos, el conflicto de Irak. Desde el viejo George F. Kenan, al conocido especialista de las relaciones internacionales John J. Mearsheimer, pasando por Stephen F. Cohen, Gilbert Doctorow, Kissinger…, ya lo anticiparon. La más clara formulación doctrinal de la importancia geoestratégica de Ucrania y la necesidad de conseguir su incorporación a la OTAN aparece en el libro del más influyente teórico de la estrategia globalista estadounidense, Zbigniew Brzezinski: se trata de “El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos” (8), cuya primera edición americana es del año 1997 y la española un año posterior. Para Brzezinski el campo de juego más importante del planeta es Eurasia, donde, en un momento dado, podría surgir un rival potencial de los Estados Unidos. “Por lo tanto, el punto de partida para la formulación de la geoestrategia estadounidense para la gestión a largo plazo de sus intereses geopolíticos debe centrarse en los jugadores clave y en una adecuada evaluación del terreno (…) Para usar una terminología propia de la era más brutal de los antiguos imperios, los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial son los de impedir choques entre los vasallos y mantener su dependencia en términos de seguridad, mantener a los tributarios obedientes y protegidos e impedir la unión de los bárbaros” (p. 48). Por todo ello, “si Moscú vuelve a hacerse con el control de Ucrania, con sus 52 millones de habitantes y sus importantes recursos, además del acceso al mar Negro, Rusia volvería a contar automáticamente con los suficientes recursos como para convertirse en un poderoso Estado imperial, por encima de Europa y Asia. La pérdida de la independencia de Ucrania tendría consecuencias inmediatas para Europa Central, al transformar a Polonia en el pivote geopolítico de la frontera oriental de Europa” (p.54). Asombra comprobar cómo este análisis publicado en 1997 se ajusta de forma profética a la situación actual, en la que, como consecuencia de la guerra provocada en Ucrania, Polonia está reemplazando a Alemania como eje del juego geoestratégico de Washington frente a Rusia.


                   Zelenski con el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki

Resulta iluminadora la perspectiva que aparece en un artículo de Foreign Policy (9), en  que, tras destacar las dificultades de Ucrania para entrar en la OTAN y en la UE, explica: «Imaginemos en cambio que, al final de la guerra, Polonia y Ucrania forman un Estado federal o confederal común, fusionando sus respectivas políticas exterior y de defensa e incorporando a Ucrania a la UE y a la OTAN casi instantáneamente. La Unión Polaco-Ucraniana se convertiría en el segundo país más grande de la UE y probablemente resultaría ser la mayor potencia militar del continente, garantizando un contrapeso más que adecuado al tándem franco-alemán, algo de lo que carece la UE tras el Brexit».  Desde luego, no es discutible que para los internacionalistas del realismo político y para los estrategas de la Guerra Fría, Henry Kissinger es una figura de influencia máxima. De tal modo que su voz y su experiencia en crisis como la de Ucrania exhalan una sabiduría, una neutralidad y una sensatez que ya quisiera para sí la mayor parte de los dirigentes actuales y sus flamígeros voceros. En apenas 24 horas del inicio del Euromaidán y la huida del presidente Yanukóvich en febrero de 2014, Kissinger advirtió en el Washington Post que Occidente debe comprender que “para Rusia, Ucrania nunca puede ser un país extranjero. La historia rusa empezó en Kiev...”, concluyendo con la petición de que la diplomacia occidental deje de tratar a Rusia como «una aberración a la que hay enseñar con paciencia las normas de conducta de Washington» y todos se esfuercen por comprender un poco la historia y la psicología de los rusos (10). 




La lista se podría ampliar. William Burns, actual jefe de la CIA, en su época de embajador en Rusia advirtió que la dirección moscovita no aceptaría la ampliación de la OTAN a Ucrania y Georgia; que sería una línea roja inaceptable bajo cualquier punto de vista. Para finalizar, más recientemente el gran historiador Benjamin Abelow, profesor de la Universidad de Pensilvania,  en un libro, que lleva el significativo título de “Cómo Occidente ha provocado la guerra en Ucrania. Comprender cómo las políticas de EE. UU. y la OTAN llevaron a la crisis, la guerra y el riesgo de catástrofe nuclear” (11), argumenta que la estrategia norteamericana consistió en algo más que ampliar las fronteras de la OTAN 1.600 kilómetros hacia el este. Elementos clave fueron: a) la retirada unilateral del tratado IBM y la instalación de misiles en los países del Este europeo capaces de golpear centros estratégicos de Rusia; b) el rearme de las fuerzas armadas ucranianas, la entrega de armas letales, el apoyo sistemático en formación e inteligencia, la presencia nada disimulada de personal y voluntarios de los países de la OTAN con el objetivo explícito de aumentar la interoperatividad con las fuerzas de la alianza; c) el retiro unilateral del tratado de fuerzas nucleares intermedias (INT) incrementando la vulnerabilidad de Rusia a un primer ataque estadounidense; d) la insistencia por parte de la OTAN de que seguía vigente el Memorandum de Bucarest de 2008 en el que se afirmaba que Ucrania formaría parte de la Alianza, a lo que habría que añadir la firma de un conjunto de acuerdos bilaterales USA/Ucrania para profundizar en sus relaciones político-militares que culminarán en la realización de maniobras conjuntas en el Mar Negro.

La resultante de esta estrategia bien pensada y calculada ha sido la guerra en Ucrania, una guerra de la OTAN contra Rusia por delegación. EEUU siempre ha buscado un hecho desencadenante que los medios de comunicación puedan publicitar masivamente y que le permita justificar y legitimar su intervención armada: ha necesitado un “Maine”, un “Lusitania”, un “Pearl Harbour”, “armas de destrucción masiva” y tutti quanti... Jordis von Lohausen distinguió con finura entre el agresor estratégico y el agresor operativo. Para el conocido militar y geopolítico austriaco “la agresión significa cualquier forma de amenaza, de intimidación y de chantaje al adversario; cualquier intento de su debilitamiento económico, de su ablandamiento moral, de su socavamiento ideológico. La ofensiva militar es solo una forma posible de agresión entre muchas”. La Administración Biden ha tenido la capacidad de situar entre la espada y la pared, de acorralar al gobierno ruso de tal forma que no le quedaba otra alternativa que la respuesta militar o la derrota estratégica. La condición previa de todo esto es la desigualdad de fuerzas. EE.UU. lo puede hacer porque tiene poder para ello, poder económico, militar, comunicacional y una red de alianzas en todo el globo. Las piezas clave –como siempre– son sus dos protectorados político-militares: Europa y Japón. El equipo en torno a Biden vive como si el tiempo se le agotara. La derrota de Donald Trump fue percibida como una victoria, sobre todo en el plano externo, en la política internacional de EEUU. Era el momento de pasar al ataque antes de que fuese demasiado tarde. Demasiado tarde ¿para qué? Para impedir que China y Rusia fortalezcan sus relaciones económicas, tecnológicas y militares, y, sobre todo, que ampliaran su marco geográfico  hasta convertirse en un polo alternativo para el grupo de economías emergentes, conformado por estas dos superpotencias, más Brasil, India y Sudáfrica (BRICS), capaz de disputar a Washington la hegemonía unipolar ejercida por el dólar. 




Desde finales del pasado mes de marzo, el impulso de la desdolarización mundial ha alcanzado su punto máximo en la medida en que varios países se han venido rebelando contra el dólar. Por un lado, China y Rusia firmaron un acuerdo comercial que se desmarca del dólar y se centra en el yuan chino como la principal moneda para el comercio de distintas actividades económicas. A partir de ese momento, desde América Latina hasta África, Medio Oriente, Europa, Asia, y cada vez más países, se embarcan en planes o implementan programas para alcanzar su desdolarización. En ese sentido, los BRICS, captaron la atención del mundo cuando a finales de marzo anunciaron la creación de un sistema económico alternativo que incluye una nueva moneda de reserva. La atención se volcó sobre este anuncio porque se trata de los países más grandes del mundo, tanto en superficie como en población. Y, además, en conjunto, representan un 32% del PIB mundial. Se estima que alcanzarán alrededor del 50% para 2030. Además, el PIB de las naciones BRICS y sus monedas potenciales representan la mayor amenaza, hasta el momento, para el dominio del dólar estadounidense.    

En consonancia con esta perspectiva, la guerra en Ucrania es el primer acto de un conflicto global que va a cambiar necesariamente el mundo tal y como lo conocemos hoy. Lo viejo no acaba de morir, pero lo nuevo ha avanzado demasiado para los intereses estratégicos de EE.UU. y había que frenarlo costase lo que constase. ¿Nos llevará esto a una III Guerra Mundial? Esa es la gran cuestión. A que ese peligro existe me referí hace casi nueve años en el artículo “Aumenta la amenaza de guerra nuclear”. Entonces escribí: “Para entender la actual peligrosidad de la escalada del conflicto que enfrenta a EE.UU. y a sus aliados de la OTAN en el conflicto de Ucrania no basta con detenerse a mirar el panorama de hoy, sino que hay que ver la película al completo, en la que resulta fundamental la secuencia de la expansión de la OTAN hacia el Este. En diez años (de 1999 a 2009), la OTAN abarcó a todos los países del antiguo Pacto de Varsovia, anteriormente aliados de la URSS: tres repúblicas ex-soviéticas y dos de la ex-Yugoslavia, y desplazó sus bases y fuerzas militares, incluyendo las que tenían capacidad nuclear, acercándolas cada vez más a Rusia, y armándolas con el llamado “Escudo Antimisiles”, que no constituye un elemento defensivo sino ofensivo. De hecho, EE.UU. y sus aliados de la OTAN también tienen barcos de guerra en el Mar Báltico, próximo a Rusia, y fuerzas militares en Polonia, Letonia, Estonia y Lituania, país donde también poseen una importante base aérea. Para más inri, Polonia, República Checa, Rumanía, Bulgaria y Turquía cuentan con instalaciones del Escudo Antimisiles, que según el análisis de muchos especialistas en estrategia, dejaría a Rusia en una hipotética situación de inferioridad en caso de una guerra nuclear entre Estados Unidos y Rusia. Esta escalada armamentista se ha materializado a pesar de las repetidas advertencias de Moscú, ignoradas o ridiculizadas por los medios informativos de Occidente, como “estereotipos obsoletos de la Guerra Fría” o demostraciones de la delirante voluntad del presidente Putin de reconstruir el antiguo bloque soviético, una declaración con la que se sigue machacando a la opinión pública como si se tratara de un dogma de fe indiscutido e indiscutible” (12).  



El debate lo abrió el historiador francés Emmanuel Todd en una entrevista que el pasado enero publicó el diario parisino Le Figaro (13), cuyo titular es impresionante: “La tercera guerra mundial ya ha comenzado”. Desde luego su brillante ensayo (el título lo explica casi todo) “Después del imperio. Ensayo sobre la descomposición del sistema norteamericano” es de obligada lectura para los analistas de la historia contemporánea. Empezaba así: “Los Estados Unidos se están convirtiendo en un problema para el mundo”. Decir esto en el 2003, primera edición del libro, tiene mérito. Cuando se lee con atención nos damos cuenta que apunta a la tendencia básica, a saber, el declive de los EE.UU. y sus consecuencias geopolíticas, la más importante de las cuales (al día de hoy) es la guerra de Ucrania. Una cuestión paralela es que esta se generalice en un conflicto mundial armado que puede derivar en guerra nuclear. Yo mismo advertí hace nueve años que semejante horror resulta posible y que el peligro aumenta conforme Washington y sus vasallos de la OTAN intentan encerrar a Rusia en un callejón sin salida. Así lo han puesto de manifiesto analistas como David Goldman, Brandon J. Weichert, Pepe Escobar, Scott Ritter… ¿Dónde está el problema? En eso que Roberto Buffagni ha llamado la doble trampa estratégica para Rusia y para la OTAN / EEUU. A la primera ya me he referido. Rusia tenía que elegir entre la derrota estratégica o el enfrentamiento militar con la OTAN. La segunda tiene que ver con la doble alternativa que se le ofrece a EE.UU.: reducir daños y buscar una vía de acuerdo con Rusia o persistir en una huida hacia adelante. A esto se le llama escalada. 

¿Por qué este dilema se plantea ahora con toda claridad? Porque Rusia está saliendo relativamente bien librada de la enorme batería de sanciones económicas y financieras impuestas por EE.UU. y la Unión Europea y, sobre todo, se está consolidando la reorganización de Eurasia en torno a los BRICS. Dicho de otra forma, el miedo a la escalada es hoy mucho más grave que ayer. La Administración Biden ya está tomando nota de que el mundo ha cambiado mucho, que la multipolaridad está más avanzada de lo que se creía y que solo 39 países –y con trampas– están siguiendo las severísimas y sistemáticas políticas de sanciones. Una cosa es votar, y señalarse, en la Asamblea de las Naciones Unidas, y otras alinearse con EE.UU. y con la Unión Europea. No hay dos sin tres. Cuando aparece una bipolarización siempre emerge una tercera vía; es decir, países que no pueden definirse abiertamente contra el bloque de poder dirigido por la Administración norteamericana, pero que aprovechan la situación para ganar autonomía estratégica, sacar beneficios económicos y financieros y apostar por un nuevo orden internacional en que el poder hegemónico mundial sea exclusivamente estadounidense.


Emmanuel Todd señala dos cosas interesantes. Primera, que Rusia, en muchos sentidos, está saliendo fortalecida económicamente del conflicto; y segunda, que su capacidad militar convencional no ha sido tan resolutiva como se esperaba. A esta segunda cuestión no me referiré: el tiempo lo acabará registrando. Sí me parece obligado insistir en que la posibilidad de una tercera guerra mundial flota sobre el horizonte. Sigue siendo necesaria una movilización de la ciudadanía contra la guerra, por un armisticio o alto el fuego en Ucrania que permita poner fin a un enfrentamiento extremadamente cruento y que amenaza con convertirse en global. Por eso causa pavor que buena parte de la opinión pública española (la políticamente correcta) dé la razón a Zelensky y se muestre partidaria de proseguir la guerra hasta que Rusia sea totalmente derrotada. El núcleo dirigente de la OTAN está, desde el principio, en un peligroso juego que consiste en acercarse hasta el límite pensando que el adversario no recurrirá al uso del armamento nuclear. Hace falta mucha ceguera para no ver que el conflicto en Ucrania es existencial para Rusia, aunque no sea así para la UE o para EE.UU. Por mucho que se ignore, es evidente que para evitar la guerra habría bastado solo con asegurar la neutralidad de Ucrania, garantizar su existencia como Estado y no seguir hostigando a la minoría rusa; es decir, cumplir los acuerdos de Minsk. Es lo mismo que yo advertí en el comentario siguiente, que puse en mi muro de Facebook el jueves 12 de febrero de 2015...¡¡¡Hace más de ocho años!!!: “Lo que haga, diga o firme Putin en las negociaciones carece de importancia: su obligación de cara al mundo es estar presente en Minsk. Pero estoy convencido de que la decisión de Washington respecto a Ucrania está tomada hace tiempo y no es previsible que cambie. Merkel y Hollande han organizado el circo de Minsk de cara a sus propios electores, para hacer ver a la opinión pública que apuestan por la paz y, desde luego, porque tampoco desean una guerra en Europa. Pero eso no está en los planes del Pentágono, se acuerde lo que se acuerde en Minsk. Me reitero en mi pronóstico de que la guerra en Ucrania se incrementará, porque la apuesta de los halcones de Washington es utilizar a Ucrania para enfrentar a Rusia con la OTAN.

No se necesitó mucho tiempo para constatar que Minks fue una trampa que Putin no pudo evitar, tal como reconocieron con cínico descaro la canciller Angela Merkel y el presidente francés François Hollande, garantes ambos del cumplimiento de los acuerdos: «Nuestro objetivo era, en primer lugar, detener la amenaza o al menos retrasar la guerra: asegurar ocho años para restaurar el crecimiento económico y crear unas fuerzas armadas poderosas. (Declaraciones de Merkel a la televisión alemana Deutsche Welle y a la unidad ucraniana de Radio Free Europe). Por su parte, en una entrevista de Diez Zeit, en diciembre de 2022, Hollande reconoció que el acuerdo de Minsk de septiembre de 2014 fue “un intento de ganar tiempo”: “Ucrania usó ese tiempo para hacerse mas fuerte, como puede verse hoy. La Ucrania de 2014 / 2015 no es la Ucrania de hoy. En la batalla de Debaltsevo de principios de 2015, Putin podía haberlos arrollado fácilmente y dudo que los países de la OTAN pudieran hacer entonces lo que ahora están haciendo para ayudar a Ucrania”.“Para todos nosotros estaba claro que el conflicto estaba congelado y que el problema no se había resuelto, pero concedió a Ucrania un tiempo muy valioso”. 

Montaje del gasoducto Nord Stream 2





El definitivo golpe de Washington ha sido la voladura de los gasoductos Nord Stream 1 y 2, que ya anunció Joe Biden el lunes 7 de febrero de 2022 en el marco del Consejo Bilateral de Energía en Washington, durante una rueda de prensa conjunta con el nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, quien evitó aclarar si estaba dispuesto a suspender los permisos para ese gasoducto (14). Para cualquiera que estuviese al tanto de los acontecimientos habría adivinado lo que vendría a continuación, tal como yo mismo lo constaté en mi muro de Facebook al día siguiente de que la amenaza de Biden apareciera en la prensa. Entonces escribí:

"Por fin alguien ha hablado claro, ¡eureka! Después de tantas semanas de ridículos paseos por los Cerros de Úbeda y de agotadoras estancias en Babia discutiendo el grado de maldad personal de Vladimir Putin y hasta donde es capaz de llegar en su enloquecido afán de invadir Ucrania y arremeter contra Europa por puro deporte, sale de pronto Joe Biden, presidente de Estados Unidos, y suelta “urbi et orbi” la verdad indecible y hasta se atreve a pronunciar en voz alta el nombre de la “bisha”, que como yo vengo diciendo desde hace semanas (sin que la “intelligentsia pensante” se dé por enterada), no es otro que “NORD STREAM 2”. En definitiva, que la esencia del problema capaz de provocar una guerra en Europa es una cuestión de tuberías. Para ser exacto, de la situación tan indeseable para Washington creada por la construcción de un gasoducto ruso-alemán capaz de enviar cada año a Europa 50 mil millones de metros cúbicos de gas natural mediante una conducción que atraviesa el fondo del Mar Báltico, cuya puesta en marcha abarataría extraordinariamente el coste de la energía y daría un gran impulso a la recuperación económica de la Unión Europea. Un “detalle” que Washington no quiere permitir: That is the question!".  

 



“Dar lecciones de ética política o de rigor intelectual, referirse a la obligación europea de defender, ¡hasta llegar a la guerra!, la archicorrupta clase política ucraniana y aferrarse al  mismísimo “sursum corda” para no aceptar la maldita y bien visible realidad se revela, después del pronunciamiento de Biden, como lo que evidentemente es, una miserable falacia sostenida por la ignorancia de una opinión pública tan manipulada como amaestrada y de la acrítica subordinación al establishment de determinados colectivos de intereses gremiales y jerárquicos (esencialmente periodísticos y académicos), capaces de hacer juegos malabares para ocultar sus dependencias sectarias. Pero la confesión de Biden va mucho más allá de mostrar la voluntad norteamericana, reiterada brutalmente a lo largo de los últimos años, de que el gasoducto Nord Stream 2 llegue a funcionar. Después de afirmado este principio fundamental, Biden ha postulado, además (¿será una indiscreción derivada de su senilidad') para que Estados Unidos (¡¡con objeto de ayudar a la Unión Europea!!) sustituya el suministro del gas ruso a Europa por su propia producción de gas natural licuado (GNL), que cruza el Atlántico en buques cisternas, con lo que el negocio es más que redondo para maltrecha economía estadounidense. En resumen, pase lo que pase, Washington impondrá a Rusia un sistema de bloqueo económico que impida  la venta de gas natural a los países de la Unión Europea, al tiempo que presiona para que los gobiernos europeos incrementen sus compras de gas licuado a Estados Unidos, que pretende convertirse en el primer exportador mundial en este año de 2022. Ya en mayo de 2019,  el secretario de Energía de Estados Unidos, Rick Perry, subrayó sin que se le cayera la cara de vergüenza que "asegurar una Europa libre y soberana es crucial para EEUU", para después remarcar que importar gas natural licuado estadounidense "no significa sólo otra fuente energética para Europa, sino una mayor seguridad regional, autonomía y prosperidad económica”. El colmo. Pero ya anuncia el refrán que “sarna con gusto no pica”.


Seymour Hersh, el famoso periodista de investigación y Premio Pulitzer, describió con todo lujo de detalles en su página web personal la compleja operación militar llevada a cabo unos meses más tarde en su artículo “Así eliminó Estados Unidos los gasoductos Nord Stream”, que ya forma parte de la Historia. Hersh escribió: “La Administración Biden cumplió sus amenazas: un grupo de buzos de la Marina aprovechó unas maniobras de la OTAN en el Báltico para colocar explosivos en los oleoductos y la Armada noruega los hizo detonar tres meses después lanzando una boya sonar. Como describe Hersh: “El 7 de febrero (de 2021), menos de tres semanas antes de la aparentemente inevitable invasión rusa de Ucrania, Biden se reunió en su despacho de la Casa Blanca con el canciller alemán Olaf Scholz, quien, tras algunos titubeos, militaba ahora firmemente en el equipo estadounidense. En la rueda de prensa posterior, Biden afirmó desafiante: “Si Rusia invade... ya no habrá Nord Stream 2. Le pondremos fin”. Y cuando un periodista le preguntó cómo pensaba hacerlo exactamente, dado que el proyecto estaba bajo el control de Alemania, Biden se limitó a decir: «Prometo que podremos hacerlo». Su subsecretaria de Estado, Victoria Nuland, que estuvo muy implicada en lo que llaman la Revolución de Maidan en 2014, utilizó un lenguaje similar un par de semanas antes. La indiscreción de Biden hizo que “varios de los que participaron en la planificación de la misión del oleoducto estaban consternados por lo que consideraban referencias indirectas al ataque: “Era como poner una bomba atómica sobre el terreno en Tokio y decir a los japoneses ‘vamos a detonarla’”, dijo la fuente. “El plan era que las opciones se ejecutaran después de la invasión y no se anunciaran públicamente. Biden simplemente no lo entendió o lo ignoró” (15).


                                               Seymour Hersh en su oficina
  
    

El 26 de septiembre de 2022, un avión de vigilancia P8 de la Marina noruega realizó un vuelo aparentemente rutinario y lanzó una boya de sonar. La señal se propagó bajo el agua, inicialmente al Nord Stream 2 y luego al Nord Stream 1. Pocas horas después, se activaron los explosivos C4 de alta potencia y tres de las cuatro tuberías quedaron fuera de servicio. A los pocos minutos, los charcos de gas metano que quedaban en los gasoductos destruidos podían verse esparciéndose por la superficie del agua, y el mundo se enteró de que había ocurrido algo irreversible. El economista Jeffrey Sachs, considerado uno de los más influyentes a nivel mundial, director del Centro de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia, compareció ante el Consejo de Seguridad de la ONU en representación propia y declaró que «una acción de este tipo solo puede haber sido llevada a cabo por un agente estatal». Enumeró a los Estados Unidos, Reino Unido, Polonia, Noruega, Alemania, Dinamarca y Suecia «ya sea de forma individual o coordinada» y señaló también que las investigaciones llevadas a cabo por los diversos organismos de inteligencia de los distintos Estados que están investigando el atentado, han confirmado que Rusia no aparece implicada (16).

A pesar de la evidencia y de la desmesura del ataque, los principales comentaristas de las emisoras de radio españolas, desde Carlos Herrera a Federico Jiménez Losantos, pasando por Carlos Alsina, Marc Sala o Carlos Franganillo, tuvieron las suficientes dosis de cinismo y desvergüenza para señalar inmediatamente a Putin como primer sospechoso de la voladura de sus propios gasoductos, silenciando prensa, radio y televisión cualquier referencia a la investigación de Hersh. Según la imagen que llevan meses dibujando, parece que la locura megalomaniaca de Putin sirve para explicar de manera retrospectiva hasta el asesinato en Dallas de John F. Kennedy. El clamoroso silencio respecto a que la voladura de los gasoductos Nord Stream 1 y 2 por parte de EE.UU. ha sido un flagrante acto de guerra contra Europa, centrado en Alemania, retrata la sumisión europea ante el amo americano. Al contrario, ni la mente más calenturienta sería capaz de imaginar que Rusia podría atreverse a dinamitar un gasoducto americano que existiera entre Estados Unidos y Canadá. Si para salvar su culo (y la inmensa fortuna que han acumulado él y su banda), Zelenski consiguiera su propósito de arrastrar la Unión Europea a una guerra total, buena parte de la ciudadanía europea será corresponsable del desastre que sobrevendrá. Pero, aún entonces, esta gente se negará a reconocer que estuvo equivocada. Frente a la estulticia y a la ignorancia prgramadas, la Historia no puede servir como maestra de nada. No es cierto que la Historia se repita, lo que sí se repite, porque es una constante, es la torpe ceguera de la caterva humana. 


          Escape de metano tras las explosiones de los gasoductos  

Como denuncia una editorial de la revista CTXT, “la renuncia de los países de la UE y de sus grandes medios no ya a investigar sino siquiera a hablar del sabotaje confirma la capacidad de Washington para imponer su ley y su relato (...). El inexistente tratamiento informativo sobre la voladura del Nord Stream es un síntoma de que algo va realmente mal en las democracias occidentales. La actitud de los medios y los periodistas plantea también preguntas sobre el estado de la libertad de prensa y de expresión en Occidente. ¿Podrá la prensa soportar las presiones del líder del mundo libre y abandonar la autocensura y la comodidad del relato único? ¿Se llevará esta guerra por delante lo que queda de la libertad de prensa en Europa? ¿Quedan ahí fuera medios y periodistas que todavía piensen que nuestro deber ético y profesional consiste en cuestionar las versiones oficiales —siempre, pero más todavía en tiempos de guerra— en vez de en acatar los deseos / órdenes del poder y tratar de acallar a los pocos periodistas que todavía intentan contar lo que los dueños de la imprenta no quieren que se cuente? (17). 

A modo de síntesis final, quiero rematar mi artículo con la transcripción de las brillantes reflexiones del periodista y académico estadounidense Stephen Kinzer, publicadas en Responsible Statecraft, la revista on line del prestigioso Instituto Quincy (18), ubicado en Washington, una institución académica conservadora poco sospechosa de profesar simpatías pro-rusas:

"Mientras la guerra continúa en Ucrania, todo es pacífica felicidad en el frente interno. Los estadounidenses han adoptado la narrativa oficial. Ninguna película del oeste trazó la línea entre el bien y el mal de manera tan clara o cruda. La Casa Blanca, el Congreso y la prensa insisten en que Ucrania es la víctima inocente de una agresión no provocada, que las fuerzas rusas amenazarán a toda Europa si no se les detiene y que Estados Unidos debe apoyar a Ucrania “durante el tiempo que sea necesario para asegurar la victoria”. Disentir de este consenso es casi imposible. Incluso en el período previo a nuestra invasión de Irak en 2003, algunas voces solitarias clamaron por moderación. Desde que nos sumergimos en la Guerra de Ucrania, esas voces son aún más difíciles de encontrar.

"Hoy se considera herético, si no una traición, sugerir que todas las partes en el conflicto de Ucrania tienen algo de culpa, argumentar que Estados Unidos no debería verter armas sofisticadas en una zona de guerra activa o cuestionar si tenemos algún interés vital en el resultado de este conflicto. Una zona intelectual de exclusión aérea estrictamente aplicada prácticamente ha sofocado el debate racional sobre Ucrania. En los pasillos del poder político en Washington, Ucrania se ha convertido en una idea casi mística. Es menos un lugar geográfico que un plano cósmico donde se desarrolla una batalla decisiva por el futuro de la humanidad. La guerra se ve como una gloriosa oportunidad para que Estados Unidos desangre a Rusia para demostrar que todavía gobernamos, aunque el equilibrio del poder mundial pueda estar cambiando.

"La explosión de amor apasionado de Estados Unidos por el presidente Volodymyr Zelensky de Ucrania representa el triunfo de una campaña mediática irresistible: fue presentado como el nuevo héroe global de la libertad. De la noche a la mañana, su imagen apareció en los escaparates de las tiendas y en los sitios de Internet. En la esquina opuesta hay otra caricatura, el presidente Vladimir Putin de Rusia, retratado como el epítome de todas las cualidades viles y degeneradas. Satisface nuestra necesidad de concentrar el odio no en un país, un movimiento o una idea, eso es demasiado difuso, sino en un individuo (…) Tener un enemigo tan caricaturescamente malvado es casi tan reconfortante como tener al santo Zelensky como aliado (...).

“Casi todos los informes del frente de batalla provienen de "nuestro" lado. Leemos un sinfín de historias sobre las atrocidades rusas y otros ultrajes. Sin duda, muchos son precisos, pero el desequilibrio en los informes nos lleva a suponer que el ejército ucraniano no comete crímenes de guerra. Un informe de Amnistía Internacional sobre el uso de escudos humanos en la batalla por parte de los ucranianos fue recibido con indignación y condena. El mensaje es claro: la justicia está de un lado, por lo que los informes sobre el terreno deben de reflejar eso. Muchos de los que escriben sobre este conflicto parecen creer, como lo hicieron sus predecesores durante la Guerra Fría, que el gobierno de los Estados Unidos es un equipo y que la prensa tiene asignado su papel para asegurar la victoria de nuestro equipo. Esta visión es la muerte para el periodismo. La prensa no debe estar en el equipo de nadie. Nuestro trabajo es desafiar las narrativas oficiales, no amplificarlas sin pensar. Esa es la diferencia entre el periodismo y las relaciones públicas (...). Nos alimentan con una narrativa infantil en la que toda la virtud está de un lado y todo el mal del otro. La falta de voluntad de la mayoría de los corresponsales de guerra para cubrir la Guerra de Ucrania desde ambos lados se refleja en las páginas editoriales y de opinión. Ningún periódico importante parece plantear preguntas fundamentales sobre esta guerra.


              Zelenski con Biden en el despacho Oval de la Casa Blanca  

“¿Está justificado que Putin no quiera bases enemigas en su frontera? ¿Debemos contribuir a la muerte de miles de personas para cumplir un programa político? ¿Ayudamos a provocar la guerra? ¿Qué parte del ejército de Ucrania es pro-nazi? ¿Por qué le importa a Estados Unidos dónde se dibuje la frontera de Donbas? ¿Antes de enviarle A Ucrania enormes cantidades de ayuda, deberíamos considerar su reputación de ser uno de los países más corruptos del mundo? ¿Es este conflicto realmente un enfrentamiento titánico entre la democracia y la autocracia o es simplemente otro incendio forestal europeo?

“A pesar de que Estados Unidos se hunde cada vez más en la Guerra de Ucrania, hacer estas preguntas se considera de mala educación. El asfixiante consenso que une a nuestros partidos políticos y medios de comunicación impide un debate reflexivo. Uno de los peores resultados de la Guerra de Ucrania ya está claro. Ha conducido a un nuevo cierre de la mente estadounidense” (19). 


NOTAS

8. Zbigniew Brzezinski: El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Ed. Paidós, Barcelona, 2016.

9. Dalibor Rohac: It’s Time to Bring Back the Polish-Lithuanian Union, Foreign Policy, 66 marzo 2023.

https://foreignpolicy.com/2023/03/26/its-time-to-bring-back-the-polish-lithuanian-union/

10. Felipe Sahagún: Entre Kissinger y Karaganov, diario El Mundo, 12 de marzo 2014

https://www.elmundo.es/opinion/2014/03/11/531f5e8fca474170118b4599.html

11. Benjamin Abelow: How the West Brought War to Ukraine, Understanding How U.S. and NATO Policies Led to Crisis, War, and the Risk of Nuclear Catastrophe, Siland Press, Septiembre 2022.

https://www.realchangenews.org/news/2023/01/04/path-peace-author-benjamin-abelow-ending-war-ukraine

12. José Baena: Aumenta la amenaza de guerra nuclear, Blog El Saco del Ogro, 28 de julio de 2014

http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2014/07/laamenaza-de-guerra-nuclear.html

13. Emmanuel Todd es antropólogo, historiador y ensayista; varios de sus libros, como "La caída final", "La ilusión económica" o "Después del imperio", se han convertido en clásicos de las ciencias sociales. Su último libro, "La Tercera Guerra Mundial ha comenzado", se publicó en 2022 en Japón y ha vendido más de 100.000 ejemplares.

https://unherd.com/thepost/emmanuel-todd-world-war-iii-has-already-begun/

14. RTVE.es / AGENCIAS, Biden advierte que "no habrá Nord Stream 2" si Rusia invade Ucrania, 8 de febrero de 2022

https://www.rtve.es/noticias/20220208/biden-advierte-si-rusia-invade-ucrania-no-habre-nord-stream-2/2284620.shtml

15. Seymour Hersh: Así eliminó Estados Unidos los gasoductos Nord Stream, Ctxt, 8 de febrero de 2023

https://ctxt.es/es/20230201/Politica/42111/Seymour-Hersh-Estados-Unidos-explosion-nord-stream-guerra-Rusia-energia-Alemania-Biden.htm

16. Beatriz Talegón: Jeffrey Sachs, ante el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el Sabotaje al NordStream, Diario 16, 23 de febrero de 2023.

https://diario16.com/jeffrey-sachs-ante-el-consejo-de-seguridad-de-naciones-unidas-sobre-el-sabotaje-al-nordstream-solo-puede-haber-sido-llevada-a-cabo-por-un-agente-estatal/

17. Editorial revista CTXT, 16 de febrero de 202

https://ctxt.es/es/20230201/Firmas/42160/editorial-Nord-Stream-destruccion-Seymour-Hersh-Estados-Unidos-Biden-Alemania-energia-guerra-Rusia.htm

18. Instituto Quincy for Responsible Statecraft, Washington, D.C.

https://responsiblestatecraft.org/about/

19. Stephen Kinzer: Putin & Zelensky: Sinners and saints who fit our historic narrative, Responsible Statecraft, 21 de febrero de 2023.

https://responsiblestatecraft.org/2023/02/21/we-made-putin-our-hitler-zelensky-our-churchill-and-the-media-fell-in-line/



lunes, 22 de mayo de 2023

 

       GUERRA DE UCRANIA: ES HORA DE CONTAR LA VERDAD

                                              (Primera parte)

                                                



                          Los pueblos también son responsables por aquello que                                   deciden ignorar".

                                                                                       Milan Kundera

                          Estados Unidos está librando esta guerra por medio                                      de gobierno interpuesto. La gran víctima es Europa.

                                                                         Juan Luis Cebrián                                                              

Reconozco que lo que aquí escriba servirá para poca cosa, tanto es así que casi podría decir que escribo para mí mismo: practicar libremente el sano ejercicio del razonamiento crítico constituye el mejor tónico para la salud de nuestras neuronas y ayuda a no dejarnos arrastrar hasta ese espacio virtual constituido por la falsa narrativa difundida por el «mainstream» dominante en los países vasallos de Washington y subordinados a la peligrosa apuesta de su casta gobernante por mantener a cualquier precio la hegemonía global de Estados Unidos.                          

Se ha escrito mucho sobre el primer aniversario de la intervención rusa en Ucrania, pero en lo publicado apenas si hay intentos serios de análisis, de comprensión inteligente de lo que ocurre y de sus múltiples consecuencias. La información ha sido sustituida por la propaganda, por el insulto y la descalificación. El enemigo a abatir es Putin, quien bombardea es Putin y quien agrede es Putin, un tirano que gobierna a una población propensa al servilismo y a un comunitarismo despersonalizado que no valora la individualidad, la racionalidad y la búsqueda del propio interés tan determinante en nuestra cultura. Como ha dicho Kaja Kallas, la primera ministra de Estonia —a cuyo lado Margaret Thatcher sería de izquierdas—, que los rusos deben ser reeducados, hay que poner fin a su tipo de Estado y restablecer nuevas fronteras y relaciones con un Occidente cuna de la única civilización verdadera. Ante la avalancha de esa infecta propaganda de guerra que los medios corporativos occidentales presentan como información, mi sugerencia no puede ser otra que la exigida por todo aquel que con un mínimo sentido crítico intente saber qué viene sucediendo en Ucrania y cuál puede ser el inmediato futuro de una guerra cuyo final resulta más peligroso e imprevisible cada día que pasa. Para ello es preciso un análisis riguroso de los antecedentes del conflicto, sobre todo a partir de los sucesos de 2014 en la Plaza Maidan de Kiev (1), verdadero punto de inicio de una escalada de violencia que desemboca en la guerra. Desde el estricto cumplimiento de esta premisa, es preciso saber leer bien los periódicos occidentales (sobre todo, algunos), interpretar las redes que no han sido interceptadas o censuradas y, por supuesto, no ver televisión. Sé también que encontrar medios alternativos no resulta fácil para los no especialistas y que la manipulación informativa tiene unas dimensiones desconocidas en tiempos de paz (o mejor “de guerra no declarada”), pero eso es lo lógico en una guerra híbrida que afecta de manera decisiva los cimientos mismos del poder mundial, aunque no cabe duda de que tal cosa será posible para quien se esfuerce en rastrear los hechos que resultan claves para conocer el inapelable entramado lógico en que la verdad se fundamenta (2).

Plaza Maidan 2014




“Si se examina la edición de La Vanguardia del 1 de septiembre de 1939, el día que empezó la Segunda Guerra Mundial en Europa con la invasión alemana de Polonia, el lector se encontrará con el titular, “Un golpe de mano polaco degenera en lucha abierta con fuerzas alemanas”. Al día siguiente el corresponsal del diario en Berlín, Ramón Garriga, informa del inicio de la invasión alemana de Polonia como “contraataque alemán en respuesta a las agresiones de que han sido víctimas los soldados alemanes en los últimos días”. Pero junto a eso, en un pequeño recuadro, aquel 2 de septiembre se podía leer un informe, bien pequeñito, sobre “Las operaciones alemanas según los polacos” e incluso se daba cuenta de la “Proclama del Presidente polaco”. Es decir, dentro de los límites del periódico de un régimen aliado de los nazis, cada cual podía hacerse cierta composición de lugar y sacar sus propias conclusiones sobre lo que pasaba en realidad. Ahora, para hacerse una idea de lo que ocurre en Ucrania, oficialmente una “invasión no provocada” iniciada en 24 de febrero que carece de un cuarto de siglo de antecedentes, hay que salirse de los medios de comunicación oficiales y establecidos, explorar en los alternativos, en la propaganda rusa y demás, y pese a estos ardides, no siempre te haces una idea clara de lo que ocurre. En cualquier caso, si lo que nos dicen sobre esta guerra fuera la verdad, no haría falta que censuraran los medios rusos, ni las voces disconformes con la narrativa oficial incluso en las redes sociales, ni que las fábricas de propaganda de la OTAN, cuyo dominio de los think tanks y medios de comunicación occidentales ya es considerable (igual que en Rusia pero en sentido inverso), nos bendijeran con su primitiva buena nueva macartista” (3). 

Como ha señalado el Prof. Boaventura de Sousa Santos, catedrático de la Facultad de Economía y director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra, “la guerra de información sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania se ha desarrollado hasta ahora de tal manera que incluso los comentaristas con cierto sentido común conservador se someten a ella con repugnante sumisión. Un ejemplo entre muchos de los medios corporativos europeos: en el comentario semanal de un canal de televisión portugués, un conocido comentarista, generalmente una persona de buen criterio dentro del campo conservador, dijo más o menos esto: «Ucrania tiene que ganar la guerra porque si no gana, Rusia invadirá otros países de Europa». Más o menos lo mismo que los televidentes estadounidenses escuchan todos los días de la mano de Rachel Maddow en el canal de televisión MSNBC. ¿De dónde viene este absurdo sino del consumo excesivo de desinformación? ¿Se les habrá olvidado que la Rusia postsoviética quería unirse a la OTAN y a la UE y fue rechazada, y que la expansión de la OTAN en las fronteras de Rusia, en contra de lo que le fue prometido a Gorbachov, podría ser una preocupación defensiva legítima por parte de Rusia, incluso si es ilegal invadir Ucrania, como condené desde primera hora? ¿No sabrán que fueron Estados Unidos y Reino Unido quienes boicotearon las primeras negociaciones de paz poco después de la guerra haber comenzado? Y si, por hipótesis, Zelensky quisiera abrir negociaciones con Putin, ¿creen que solo lo detendría la extrema derecha ucraniana? ¿Estados Unidos o Reino Unido lo permitirían? ¿No han pensado los comentaristas ni por un momento que una potencia nuclear enfrentada a la eventualidad de la derrota en la guerra convencional puede recurrir a las armas nucleares, y que esto puede causar una catástrofe nuclear? ¿Y no se dan cuenta de que en la guerra de Ucrania se explotan dos nacionalismos (ucraniano y ruso) para someter a Europa a una dependencia total de Estados Unidos y detener la expansión de China, el país con el que Estados Unidos está realmente en guerra? ¿Que Ucrania es hoy la prefiguración de lo que Taiwán será mañana? Curiosamente, en este vértigo ventrílocuo de la propaganda, nunca se dan detalles sobre lo que significa la derrota de Rusia” (4).



La propaganda de guerra no consiste simplemente en mentiras y desinformación por parte de instituciones oficiales y de los medios de comunicación occidentales, sino que es producto de grandes organismos especializados y mecanismos de propaganda de todas las potencias vinculadas a la OTAN que se han movilizado para servir a los planes de Washington, con desprecio absoluto de los intereses nacionales de sus propios países. De hecho, hay documentos con instrucciones que enumeran frases «correctas» e «incorrectas» sobre la guerra en Ucrania: «Los clichés rusos como el referéndum en Crimea» o la voluntad del pueblo de Crimea» son completamente inaceptables» y según el documento deben sustituirse por frases como «ocupación e intento de anexión de Crimea». De particular interés es el documento que describe el objetivo de la invasión rusa de Ucrania, que señala: «(…) Parece que los valores fundamentales y el ADN de la sociedad ucraniana ─el amor por la libertad, la democracia, el libre pensamiento y los valores europeos─ son anatemas para Putin; no puede comprender ni tolerar estos valores, por lo que en su lugar está tratando de destruirlos. Como resultado, la agresión militar y la violación total de todas las normas y leyes internacionales es lo único que Rusia puede proponer para alentar a los estados independientes a moverse dentro de la órbita del «mundo ruso», su proyecto neoimperial.». Resulta especialmente escandalosa la afirmación de que la democracia sea un valor fundamental para Ucrania cuando es evidente que su historia reciente demuestra lo contrario y no quepa duda de que vincular a Zelenski con las ideas democráticas supone un atentado a la inteligencia.



En el corazón de la máquina que «produce» propaganda de guerra para consumo occidental se encuentra una coalición internacional de más de ciento cincuenta empresas de comunicaciones y relaciones públicas de todo el mundo que trabajan directamente con el Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania. El papel de coordinar esta gigantesca campaña de propaganda ha sido asumido por Francis Ingham, Director General de la entidad británica «Asociación de Relaciones Públicas y Comunicaciones (PRCA)», quien también dirige la «Organización Internacional de Consultoría de Comunicaciones (ICCO)». PRCA es la asociación más grande de la industria de las comunicaciones y representa a más de 35.000 profesionales de relaciones públicas en 82 países de todo el mundo. En una entrevista, confirmó el número de empresas que apoyan al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania y manifestó que «las agencias han ofrecido equipos completos para apoyar a Kiev en la guerra de las comunicaciones. Nuestro apoyo al Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania es inquebrantable y continuará mientras sea necesario».

Es un hecho evidente que EE.UU. se ha reconocido siempre como el único y verdadero Occidente, con el derecho y el deber de construir un mundo a su imagen y semejanza. Considera que la vieja Europa vive en el pasado y en crisis permanente, incapaz de autogobernarse y necesitada de ser guiada o tutelada. Descubrieron la vitalidad y el anticomunismo de los antiguos países socialistas europeos, se dieron cuenta de que ahí había un material precioso que había que organizar y fortalecer. Muchos teóricos y dirigentes norteamericanos tienen su origen en ese mundo: Zbigniew Brzezinski, Margaret Albright, Antony Blinken, Victoria Nuland, Robert Kagan… Son las naciones de la vieja/nueva Europa  —así se les denominó—, el frente de batalla contra una Rusia a la que había que debilitar económica y militarmente, desmantelarla como Estado y hasta desintegrarla como civilización. Desde el primer momento, Biden lo dijo con claridad: Norteamérica ha vuelto; es decir, pasa a una ofensiva global para defender su orden mundial y sus reglas. El debate en el núcleo dirigente, entre Trump y Biden, se resolvió en favor de una estrategia imperialista liberal-intervencionista que parte de la convicción de que este es el momento –su momento– para frenar y derrotar a las llamadas potencias que cuestionan la hegemonía global de EEUU. A los cuatro días de que el primer soldado ruso pisara tierra ucraniana, Silvia Marcu, geógrafa e investigadora del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC, resumió los factores geopolíticos y geoestratégicos del conflicto: “Como en las tradiciones clásicas de la Guerra Fría, en la actualidad el mundo es testigo de la misma confrontación en el eje Moscú-Washington, en la que Moscú quiere respeto como jugador importante, en ascenso en el escenario internacional, y Washington persiste en mantener su hegemonía en el mundo” (5).


El pasado 24 de febrero A. Rizzi y M. Zafra publicaron en el diario El País un largo análisis sobre lo que llaman “la guerra más global desde 1945” (6). Merece la pena leerlo porque ofrece  una serie de datos que intentan fundamentar las dimensiones y la hondura de un conflicto en permanente escalada. Las cifras son reveladoras. La primera, es que la economía de Rusia tiene un PIB de 1,8 billones de dólares; menor que Italia, menor que Francia y menos de la mitad que Alemania.; es decir, que los países que se enfrentan directa o indirectamente al gran país euroasiático determinan en torno al 50% del PIB mundial. En segundo lugar, y desde el punto de vista político-militar, los datos que aporta son significativos. La ayuda militar de Occidente equivale al 94% del presupuesto de Defensa ruso; si se suma todo, significa que Ucrania está empleando casi la mitad de su PIB en su enfrentamiento contra Rusia. El gasto militar global de la coalición contra Rusia (la OTAN Plus) equivale al 60 % del presupuesto militar mundial. El tercer dato, muy unido al anterior, es que la OTAN (30 países) está suministrando armamento, ayuda económica, financiera, logística, inteligencia y formación a Ucrania. No son en realidad 30 países, son más de 40. Rusia, según nos cuentan, estaría sola, con la ayuda indirecta de Irán y, más nebulosamente, de China. En cuarto lugar, Occidente, dirigido y organizado por EE.UU., ha impuesto un conjunto de sanciones tan completas, tan sistemáticas y tan dañinas que convertirán a Rusia en un paria económico internacional con el objetivo ―Biden lo ha repetido muchas veces―  de debilitarla y desangrarla. Según estos datos, la correlación real de fuerzas política, económica y militar es claramente desfavorable para Rusia; siempre ―tiene una relevante importancia― que no se llegue a un conflicto nuclear. Es más, Washington siempre ha ido por delante y tiene la guerra en el lugar y en el tiempo más adecuado para sus intereses. Este es un dato crucial sobre el cual se ha reflexionado poco y que no se ha tenido suficientemente en cuenta. La crisis de hegemonía y ofensiva norteamericana están íntimamente relacionadas. El factor tiempo es la clave. El problema de la paz, eso que los académicos llaman la trampa de Tucídides, está relacionado con una cuestión central que no se puede eludir en este momento histórico: ¿aceptarán los EE.UU. un mundo multipolar donde ya no sean la potencia hegemónica o se opondrán a ello con todo su potencial económico y político-militar? La administración Biden lo tiene claro: pasar a la ofensiva, militarizar las relaciones internacionales, romper el mercado mundial, aislar y contener a Rusia y, sobre todo, a China. Si esto no se entiende no es posible comprender lo que está pasando y tomar una posición políticamente fundada.


La idea central que defiende el sector del Partido Demócrata al que Biden sirve de  títere (liderado por Hillary Clinton) puede sintetizarse en que la Administración norteamericana tiene la obligación de defender la ordenación del mundo dirigida por Washington y, en consecuencia, debe impedir que emerja una potencia o un conjunto de potencias que la cuestione, por lo que EE.UU. ha de estar siempre preparado y disponible para el uso sistemático de la fuerza y la diplomacia coercitiva, es decir, tiene la potestad suprema para usar la fuerza cuando lo considere necesario; el poder para invadir cualquier país y para imponer sus intereses estratégicos sobre las reglas del derecho internacional. El comportamiento de EE.UU. ha sido el mismo dese 1945: interviene militarmente cuando lo considera oportuno, ya sea con o sin acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU.  El teórico conservador Robert Kagan señala abiertamente que entre 1989 y 2001 (años de la desaparición de la URSS y de la crisis de Rusia) la Administración norteamericana intervino militarmente en Panamá (1989), Somalia (1992), Haití (1994), Bosnia (1995-1996), Kósovo (1999) e Irak (1991 y 1998). La sustancia del mundo unipolar era esencialmente esta: un país soberano (EE.UU.) que decide quién es el enemigo y quién es el amigo, qué es democracia y qué no; tiene el poder de definición y el poder punitivo desde un control omnímodo de los grandes medios de construcción de la subjetividad y del imaginario social.

Si de algo no se puede dudar es de que Putin y el equipo dirigente ruso tienen un conocimiento geopolítico de alto nivel. Sabían perfectamente que la correlación de fuerzas le era claramente desfavorable, pero no tenían más alternativa que, o aceptar esta situación o plantar cara, adelantándose. Como recientemente ha dicho el propio Secretario General de la OTAN, la guerra en Ucrania comenzó en el 2014, con el golpe de Estado de Maidán. Es más, como han reconocido el ex-presidente ucraniano Poroshenko, Angela Merkel o François Hollande, los acuerdos de Minsk (I y II) de 2015 sirvieron solo para ganar tiempo, consolidar un régimen nacionalista ferozmente antirruso y rearmar a un ejército que ya en febrero de 2022 era de los más fuertes de Europa. 


Conferencia de Minks, septiembre de 2014 

¿Qué habría significado aceptar la situación? Dejar que el potente ejercito ucraniano diseñado, organizado y armado por la OTAN diera el golpe final a las fuerzas prorrusas de las repúblicas del Donbass, poner en serio peligro a Crimea y aceptar la ampliación de la Alianza Atlántica no solo a Ucrania, sino también a Georgia. No había límites; nunca los hubo. Cercar, asediar, situar contra la espada y la pared a Rusia para obligarla a responder en el momento y en el lugar más adecuado para la estrategia global definida por la Administración Biden. Quien define el campo de batalla es que tiene el poder y la superioridad en la relación de fuerzas. EE.UU. ha estado siempre a la ofensiva, por delante; llevando con mano férrea la iniciativa y situando desde el principio a Rusia a la defensiva, haciendo lo que está obligada a hacer.

Como lúcidamente explicó Rafael Poch en marzo de 2022: “Accediendo al más que razonable catálogo presentado por Moscú a EE.UU. y la OTAN el 17 de diciembre, la guerra podía haberse evitado. Rusia se habría contentado con concesiones de lo que era un catálogo de máximos en algunos puntos, como la retirada de infraestructuras militares de sus fronteras y la neutralidad de Ucrania. A pesar de ello se optó por no negociar nada esencial. Esa decisión revela algo bastante claro: que si el plan A de Washington para Ucrania era convertirla en un ariete contra Rusia, el plan B era que Rusia se metiera por sí sola en una especie de Afganistán eslavo, es decir provocar la acción de Moscú contra Ucrania con el resultado de un catastrófico desgaste del adversario. Para esa prioridad, el plan B puede ser visto incluso como “mejor” que el plan A (...). Para EE.UU. la sangría de Ucrania parece un precio perfectamente asumible si con ello se logra “desestabilizar y estresar a Rusia”, algo de consecuencias incalculables. La mentalidad es la misma que Zbigniew Brzezinsky expresó en 1998 en su famosa entrevista con Le Nouvel Observateur: “Logré que los rusos se metieran en la trampa afgana ¿y pretende que me arrepienta? ¿Qué era más importante para la historia mundial, los talibán o el colapso del imperio soviético? ¿Algunos musulmanes excitados o la liberación de Europa central y el fin de la Guerra Fría?”.

“La solidaridad con Ucrania no consiste en echar más leña en el altar del doble sacrificio imperial de Ucrania, sino en sacar a ese país y a su población del papel de víctima propiciatoria e instrumento en el pulso entre dos imperios. Para eso se necesita una actitud hipocrática, no dañar aún más con nuestras acciones a las víctimas, ni crear las condiciones para un conflicto aún mayor. Es decir: extrema prudencia y negociación. En tiempos de guerra y extrema propaganda, ¿pretenden que hasta el forense marque el paso?” (7). 




NOTAS

1. José Baena: Ucrania por el camino de Siria: informe para ciegos, blog El Saco del Ogro, 27 de febrero de 2014

http://elsacodelogro.blogspot.com.es/2014/02/ucraniapor-el-camino-de-siria-para.html

2. Ruiz Ramas, Rubén (coord.), Ucrania. De la Revolución del Maidán a la Guerra del Donbass, Comunicación Social, Salamanca, 2016. Los autores ofrecen una visión completa y multidisciplinar en la que se combinan el conocimiento y la disciplina, propios de la academia, con la experiencia sobre el terreno, la labor periodística y la especialización sectorial de cada uno de ellos.

https://repositorio.uam.es/bitstream/handle/10486/677019/RI_32_16.pdf?sequence=1    

3. Rafael Poch de Feliú: Nos toman por idiotas, blog personal, 3 de diciembre de 2022

4. Boaventura de Sousa Santos: El silencio de los intelectuales, Revista Cultural Bloghemia, Buenos Aires, 28 de febrero de 2023.

https://www.bloghemia.com/2023/02/el-silencio-de-los-intelectuales-por.html

5. Silvia Marcu: Claves para comprender el conflicto en Ucrania, boletín del C.S.I.C., 28 febrero de 2022

https://www.csic.es/es/actualidad-del-csic/claves-para-comprender-el-conflicto-en-ucrania

6. Andrea Rizzi y Mariano Zafra: Cómo Putin ha desatado la guerra más global desde 1945, El País, 24 febrero de 2023.

https://elpais.com/internacional/2023-02-24/como-putin-ha-desatado-la-guerra-mas-global-desde-1945.html

7. Rafael Poch: El forense y la víctima, Ctxt, 10 de marzo de 2022

https://ctxt.es/es/20220301/Firmas/39061/Putin-Biden-Ucrania-Estado-Unidos-guerra-rafael-poch.htm