jueves, 20 de diciembre de 2012



Con estos versos y fotos especialmente
evocadoras quiero desear Feliz Nochebuena
 y Pascua de Navidad a todos mis amigos


                        Vamos a jugar ahora
                            a decir que nos amamos,
                            que comprendemos y estamos,
                            siempre al cabo de la aurora;
                            que el Niño Dios atesora
                            mucha paz y mucho bien
                            en el divino almacén
                            donde la muerte es esclava.
                            Pero en el año que acaba,
                            ¡Santo Cielo, qué Belén!


Torre de la Iglesia de la Natividad, en Belén  

Ante la pequeña entrada de la Iglesia de la Natividad

Atrio y puerta de la Iglesia de la Natividad

Oficio religioso en la Iglesia de la Natividad

Sacerdote oficiante

Altar de la Santa Cueva 

Esperando para bajar a la Gruta del Nacimiento
   
                  ¿Dónde está la estrella? ¿Dónde,
                   los Magos y los pastores?
                   Suenan panderos. Motores
                   suenan. La sombra se esconde
                   en la mayor luz. Responde
                   el humo al fulgor. Se ven
                   máquinas a todo tren
                   surcando el cielo y la tierra.
                   En Belén ha habido guerra.
                   ¡Santo Cielo, qué Belén!

                  ¿Fue Guerra de Cinco Días
                   o Guerra del Yom Kippur?
                   ¿Luchó el norte con el sur?
                   Guerras ascuas, guerras frías,
                   guerras, guerras, letanías,
                   de las guerras sin amén.
                   Cada cual en su sartén
                   fríe su propia contienda.
                   Esto no hay Dios que lo entienda.
                   ¡Santo Cielo, qué Belén!



Lugar del Nacimiento
 en la Gruta de la Iglesia de la Natividad

                        Cuando su luz apuntaba
                        de lejos la Navidad
                        y en la buena voluntad
                        el mundo se confiaba,
                        un ángel que la anunciaba,
                        al ver que se desentierra
                        la guadaña de la guerra,
                        levantó el vuelo y se fue, 
                        quitando el letrero que
                        decía PAZ EN LA TIERRA.




martes, 18 de diciembre de 2012




TRILOGÍA DE MARRUECOS


I. EL COLOR OCRE


La primera parte del texto que sigue lo he tomado de mi novela “El fuego de San Telmo”, en la que una parte muy importante de la acción acontece en la ciudad de Marrakech.



Muchacho bereber de la tribu amazigh
 canta en una calle de la medina de Rabat

Sura del Corán en las Tumbas Saadíes. Marrakech

En la Kasbah de Ait Benhaddou

Tatuaje hecho con henna
 en la Plaza de Jamaá El Fná. Marrakech

Aceitunas de todas las clases posibles


Guiso bereber

En nuestras ciudades el hombre parece que ya no ve los colores. En su alocada carrera por un escenario yermo, ha llegado a ser tan idiota que emplea una gran parte de su inteligencia en devastar con parloteos la hiriente claridad de los ojos. Su mirada se ha vuelto acromática. De ahí mi fascinación ante el contraste vital representado por este paisaje de colores radicales, de amarillos intensos irguiéndose como gritos pelados sobre la confusión de grises, verdes y azules. Y la inmensa gama de ocres dando arraigo telúrico a la fugacidad de los sentimientos y de las pasiones. El color expresa algo en sí mismo. Es un hecho que el ocre, el ocre rojo o hematita, que empasta la propia representación de las ciudades, es el color de la sangre, de la vida, del principio del hombre cuando éste lo utilizó para impresionar las huellas de sus manos en la pared de una cueva, para manchar piedras y huesos o decorar su rostro.

Dunas de Merzouga

A nuestros ancestros no les bastó pespuntear las siluetas de los caballos o bisontes en el oscuro vientre de sus santuarios, sino que las rellenaron con ocres para marcar que allí aleteaba la vida: el color como estallido de vida o conjuro a la oscuridad de la muerte. También se lanzaba polvo de color ocre sobre los cadáveres para recordarles la existencia y provocar el regreso del espíritu que los había dejado. En este sentido, el color consigue más que cualquier otra representación. Pero en Marruecos no hay que molestarse en elegir; todos los colores vienen cogidos de la mano, inseparablemente anudados en sus misterios, en sus cultos oscuros o en sus rituales secretos.

Ruinas de Chellah. Rabat


Museo Dar el-Batha de artesanías populares. Marrakech


Riad Amira Victoria. Marrakech


Patio central del Riad Amira Victoria


Pabellón y estanque de la Menara. Marrakech


Madrasa de Ben Youssuf. Marrakech


Zócalo de yeserías en la Madrasa de Ben Youssuf

Playa y dunas en Oualidia

Essauira

Dátiles y granos

La ruta de las kasbahs

Si el ocre es uno de los colores dominantes en los paisajes de Marruecos, desde las intrincadas cadenas montañosas del Atlas o los desiertos, dunas y acantilados de la fachada atlántica hasta las postales que la memoria guarda de la mayoría de sus ciudades, no cabe duda que alcanza su valor más representativo en las kahsbahs que todavía hoy se alzan intemporales, pregonando su alianza indisoluble entre el barro primigenio y esa tierra de fuertes contrastes que deja en quien la visita la sombra de una eternidad difusa que no tiene nombre, pero que se arraiga dentro y rebrota cuando menos se espera en nostalgia de esa serenidad tan buscada de la que la vida nos ha ido desposeyendo poco a poco.

Las kasbahs son imponentes pueblos amurallados y fortificados con torres cuadradas situados próximos a las vías por donde transitaban las caravanas de mercaderes. Construidos en adobe, reforzado en algunas partes con vigas de madera, se ofrecen a la mirada del viajero como testigos mudos de la vida que en ellos latió y que hoy los ha abandonado en su mayor parte, no esperando más que ser desmochados por los elementos y cubiertos por las arenas del tiempo, aunque todavía confieren al paisaje mineral del Atlas una grandeza inenarrable, que el viajero puede admirar mientras se acoge a una categoría de  silencio inmemorial que agudiza la percepción de lo humano como elemento indisolublemente arraigado al sustrato telúrico de la tierra que le sirve de asiento.


La cultura bereber instalada en los encajonados valles presaharianos ha desarrollado desde hace milenios una habilidad especial para sacar partido a las aguas de los torrentes procedentes del deshielo de las nieves del Alto Atlas. El verdor de los pequeños huertos de hortalizas rodeados de palmeras, olivos y árboles frutales hasta el último pedazo aprovechable, contrasta con la sequedad circundante, donde los desnudos pedregales muestran los perfiles de un antiguo fondo marino plagado de fósiles que anuncia la aridez absoluta del Gran Desierto.



Naturaleza convulsa y mineral en las gargantas del Dadés

Subiendo al Alto Dadés










El punto más aconsejable para iniciar la ruta de las kasbahs es la ciudad de Ouarzazate, en el mismo cruce de los caminos que llevan a los valles del Draa, del Dadés y del Ziz, a un paso de las dos primeras kasbahs, la de Taourirt y la de Ait Benhaddou. La primera está dentro de lo que es hoy el casco urbano de Ouarzazate, una ciudad tranquila, bien urbanizada y donde es aconsejable pernoctar para disfrutar de sus buenos alojamientos y restaurantes, en los que es posible degustar las tradicionales recetas de la gastronomía bereber, no demasiado amplia, pero honrada y con platos de excelente factura.
Kasbah de Taourit, en Ouarzazate

La más famosa de estas kasbahs es la de Ait Benhaddou, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, que está emplazada a unos treinta kilómetros de Ouarzazate. Llegar a ella desde la carretera principal es adentrarse en un mundo que parecería corresponder a otra época si no fuese por los pequeños comercios y puestos de minerales o fósiles que ofrecen por doquier al viajero la posibilidad de llevarse algún sugestivo recuerdo de su visita. La panorámica del valle, atravesado por el río de aguas limpias que es necesario cruzar por un rústico vado para llegar a la entrada de la kasbah, es un espectáculo que resulta muy difícil de describir con el pobre recurso de las palabras, sobre todo en la primavera temprana cuando florecen los almendros y la nieve de sus flores contrasta con los ocres que definen el paisaje.


Aldea bereber cerca del puerto de Tichka

Puesto de minerales y fósiles en el puerto de Tichka

Puesto de fósiles al borde de la carretera

Camino de Ait Banhaddou, el puerto de montaña de Tichka es el mayor obstáculo que hay que superar cuando se toma la ascendente carretera que va de Marrakech a Ouarzazate. Por las abruptas laderas surgen caseríos que se confunden con las tonalidades ocres de la tierra, donde los pastores bereberes aprovechan las estrechas riberas de los torrentes para arrancarle a la aridez algunos cultivos protegidos de la intensa insolación por las sombras de nogales, manzanos y almendros, mientras la vista se pierde en unos horizontes en los que las sucesivas cadenas montañosas parecen sucederse hasta el infinito.



En la ruta del Dadés

Por el alto Dadés

Riad o albergue típico en la ruta del Dadés



Construcciones de adobe encajonadas en un desfiladero
 aprovechado para el cultivo de frutales

Albergue de carretera cerca de Boumaine du Dadés

Ait Benhaddou

El impresionante conjunto amurallado se abre al viajero por una puerta monumental, traspasada la cual se accede al espacio en el que se abren las antiguas construcciones de adobe, típicamente decoradas y restauradas por cuenta de los diferentes directores de cine que tomaron este sitio como escenario para sus películas, muchas de las cuales alcanzaron fama internacional, como fue el caso de "Gladiator".



Atravesando el caserío de Ait Banhaddou

Kasbah de Ait Benhaddou


La historia cuenta que Ait Benhaddou cobró su importancia durante el periodo en el que sus muros protectores servían de escala a las caravanas que llegaban desde el sur de África y necesariamente debían cruzar las Montañas del Atlas para llegar a los mercados de las ricas ciudades imperiales de Marruecos. Durante los días calurosos (no aconsejo el viaje en verano de ninguna de las maneras) la gente parece perderse entre las sombras de las laberínticas callejas y pasadizos subterráneos. Sin embargo, en el pueblo actual por el que pasa la carretera –muy próximo a la kasbah-, hay, como en casi todo Marruecos, tiendas y tenderetes que ofrecen a los turistas una increíble oferta de minerales, desde cristales perfectos con coloraciones diversas y preciosas geodas, hasta una cantidad desmesurada de fósiles, que deberían de estar protegidos como joyas geológicas, pero que se venden libremente por todas partes, generalmente a precios muy bajos, aunque siempre habrá que regatear para evitarse pasar por tontos al comprobar que otros más despiertos adquirieron objetos semejantes por los que pagaron mucho menos que nosotros. En los tenderetes del poblado también pueden encontrase artesanías de todo tipo: vasijas de barro, herramientas de hierro, cintos de cuero, mantas de lana, vidrio artesanal y baratijas de de todas clases.


Alfombras bereberes


Recuerdos para los turistas en Ait Benhaddou

Construcciones de adobe en Ait Benhaddou

Aunque el paisaje es árido y rocoso, el agua no falta. La tierra es escasa en vegetación, aunque abunda la palmera datilera, la higuera, el naranjo y el limonero, entre otros árboles frutales, como almendros o manzanos. Pero el tono cromático del paisaje viene dado por las diferentes tonalidades del color ocre, según la hora del día, que también predomina en las construcciones de adobe que parecen soldadas a la montaña. Aconsejo subir al torreón que domina la antigua kasbah, desde donde se divisan unas maravillosas vistas del valle fluvial de Ait Banhaddou y de la región circundante, con el Alto Atlas como telón de fondo. Un escenario inolvidable que refleja la esencia atemporal de esta tierra arcaica en la que el pueblo bereber sobrevive dignamente y agasaja al viajero con el don inapreciable de su hospitalidad.
  


Tinghir


Garganta del Todra

Baño primaveral en el río Todra

Hotel y restaurante en la Garganta del Todra

Kasbah de Tinghir

Chaval bereber de Tinghir

En la Kasbash de Tinghir

En el mercado de Risani
Estampa medieval en el mercado ganadero de Risani

Madrasa Bou Inania. Meknès


Labrados en madera de cedro de la Madrasa Bou Inania


Lavatorio de pies en una fuente de la medina de Meknès


Muralla del inmenso Palacio Real de Meknès

Buganvillas en el jardín de las Tumbas Saadíes. Marrakech

En la medina de Meknès

Dunas de Merzouga al atardecer