martes, 7 de agosto de 2012



UNA LECCIÓN NO APRENDIDA: LA CRISIS DEL 29 Y LA SOLUCIÓN ALEMANA


La afirmación tan popular de que la Historia siempre se repite no deja de ser una frase hecha a la que recurre la gente poco informada acerca del devenir histórico. La realidad es todo lo contrario, que la Historia no se repite nunca, sencillamente porque el transcurso del tiempo opera para que las circunstancias cambien e incluso cambie de manera radical la manera de entender los mismos fenómenos. Un eclipse, pongamos por caso, ha consistido en un mismo fenómeno desde que el mundo es mundo, sin embargo nada tiene que ver la percepción que tenemos hoy de semejante suceso con la que tenían en el antiguo Egipto, como tampoco lo son las consecuencias generadas. Sin entrar a fondo en este asunto, bien sé que la ignorancia de la mayoría acudirá siempre a explicaciones tópicas y sin fundamento racional alguno, debo aclarar que no es menos cierto que a lo largo de la Historia acaecen sucesos que presentan concomitancias observables con sucesos anteriores. Se trata de una “complementariedad circular” que los especialistas son capaces de analizar, y sin salirse del contexto histórico correspondiente, extraer conclusiones válidas que, debidamente adaptadas, puedan servir para proponer soluciones innovadoras a cuestiones de flagrante actualidad.

Este breve preámbulo lo considero necesario para que nadie se sienta tentado de caer en la “ucronía”, que es el pecado de especular en la historia pasada introduciendo cambios para crear una realidad alternativa que sustituya la realidad de lo que verdaderamente sabemos que sucedió. El gran historiador E.H. Carr se refiere a este desliz como “la historia de la nariz de Cleopatra” y que, expresada a nivel vulgar, podría concretarse en ese célebre dicho de que “si mi abuela tuviera cojones, sería mi abuelo”. Me he detenido en esta cuestión de metodología porque vivimos en un mundo en el que las perugrolladas y el arbitrismo mendaz campan por sus respetos, tanto que resulta muy difícil hoy en día, sobre todo por estos pagos, enredarse en elucubraciones bizantinas y empezar a hablar de la economía, como es mi intención hacerlo, y acabar por los Cerros de Úbeda, confundiendo el culo con las témporas y el tocino con la velocidad.





Dicho lo que antecede, quiero referirme a un acontecimiento de la Historia Económica Contemporánea muy estudiado por los especialistas, y al que en nuestros días de crisis se hacen permanentes referencias, como es el gran crac del año 1929, un acontecimiento capital para comprender la saga de procesos encadenados que sucedieron a continuación y que sirvieron de sustrato imprescindible para conducir al mundo a la II Guerra Mundial. Se trata de la solución alemana a las consecuencias de la gran crisis que sacudió las naciones europeas.


El jueves negro





El ejército de los desempleados en 1930

Después del crac de la Bolsa de Nueva York, el 19 de octubre de 1929, el tsunami económico se extendió a la mayor parte de los países del mundo que desde hacía ciento cincuenta años no se habían encontrado con dificultades tan graves, trayendo la miseria a decenas de millones de seres humanos, precisamente en los países más prósperos del planeta.



Desesperados en busca de empleo

Mujer con hijos

Esta crisis pasó de Estados Unidos a Europa, donde se amplificó en función de las condiciones desfavorables de los distintos países: Alemania disponía de muy pocos capitales propios (como ocurre hoy en el caso de España) y desde la I Guerra Mundial sólo gracias a los sustanciales créditos concedidos por los Estados Unidos e Inglaterra, por lo que su moneda estaba garantizada en parte por una producción virtual: al cesar los créditos, paró la producción (otra analogía con la España actual), el desempleo se disparó hasta los cinco millones y medio de parados en 1932, el consumo disminuyó (como hoy está sucediendo aquí) y los medios financieros se restringieron todavía más (nuestro mayor problema hoy en día) ya que la moneda dependía allí, más que en otros países, de la actividad económica. Para una España integrada en el euro, el valor de la moneda está sostenido, más que por la actividad económica propia (si esto fuera así, ya habríamos devaluado nuestra moneda de manera aparatosa para aterrizar en la realidad) por la virtualidad de las economías ajenas ancladas al euro. Es decir, que por nuestra inestabilidad económica estamos pagando el altísimo precio de contribuir al sostenimiento de la deuda de las naciones rectoras de los mecanismos económicos europeos, es decir, fundamentalmente Alemania, con lo que, junto a los grandes especuladores, otros países se benefician al mismo ritmo del que nosotros nos endeudamos.





Al inicio de la década de los treinta, las quiebras bancarias, el cese de los créditos y de las compras norteamericanas que sostenían al marco, fueron en Alemania los elementos determinantes de la crisis que en pocos meses se extendió a gran parte de la industria, lo que originó que el paro alcanzara los seis millones de trabajadores, cifra similar a la que en España llegaremos dentro de poco.

Para pagar sus deudas, y en un primer momento, Alemania debió utilizar su oro; así, la reserva en oro del Reichsbank bajó de de 2216 millones de marcos en 1930 a 984 en 1931, e incluso a 79 en 1934, con lo que el gobierno alemán tuvo que suspender el pago de las deudas interiores y exteriores. Lo primero lleva sucediendo en la mayor parte de las autonomías españolas desde hace tres o cuatro años y lo segundo se está intentando evitar con inyecciones financieras desde el gobierno central, con la evidente consecuencia de incrementar todavía más nuestra ya pavorosa tasa de endeudamiento público, inasumible no tanto por su cuantía absoluta, sino por el riesgo de impago generado por el marasmo de la recesión en espiral que nos arrastra al fondo del infierno económico.






Llegado a este punto, quiero detenerme en un acontecimiento que pasó casi desapercibido en su día, del que hoy no se hace referencia alguna y que, por consiguiente, sigue sin ser explicado, ni, muchísimo menos, investigado para exigir las responsabilidades pertinentes. Se trata de las ventas masivas de nuestras reservas de oro realizadas por el Banco de España a lo largo de 2007, siguiendo las directrices de Pedro Solbes, entonces Vicepresidente Segundo y Ministro de Economía del Gobierno Zapatero, ventas realizadas por debajo de los precios oficiales del oro ya por aquel entonces y que, dada la imparable subida de este metal, ha supuesto para el Tesoro pérdidas por valor de varios miles de millones de euros.


El nefasto Pedro Solbes

Después de este inciso, y siguiendo con la Alemania de los años treinta, su gobierno aplicó consecutivamente dos soluciones para salir del marasmo económico. El canciller Brüning empleó lo que podríamos denominar el “método ortodoxo”, que en 1926 ya había aplicado Poincaré en Francia: disminuir severamente los gastos del Estado, aumentar los impuestos, bloquear los salarios e intentar hacerlos bajar, así como los precios. Medidas que, como cabe comprobar, los españoles estamos sufriendo en carne propia.

Como este método fracasó completamente, entonces Alemania aplicó la experiencia del doctor Schacht, un curioso personaje, economista entre otras titulaciones, de singular trayectoria.


Dr. Hjamar Schacht

Schacht observó que en el circuito clásico de la circulación económica de Alemania lo único que faltaba era el crédito, así que instituyó entonces el crédito sobre el trabajo virtual, es decir, sobre la producción futura. Gracias a esta iniciativa se vio a los industriales firmar tratados de creación de trabajo, que eran descontados enseguida por los bancos. La deuda alemana frente al extranjero fue pagada con marcos que fueron depositados en una caja especial de conversión, que transformaba estos depósitos en divisas cuando podía y, mientras tanto, eran utilizados para el crédito interior, la gran debilidad de la economía alemana.

El resultado fue notable: la vida económica volvió a estimularse y, una vez puestos en marcha los engranajes, las formas habituales de crédito fueron normalizándose, de tal manera que el encauzamiento económico fue sostenido, cosa que le vino muy bien a Hitler cuando accedió al poder y comenzó a aplicar su política de rearme con las consecuencias que todos sabemos.

La experiencia del doctor Schacht, que hoy rescato de la Historia Económica, fue muy importante porque ilustró lo que muchos teóricos, financieros y políticos habían intuido imperfectamente a lo largo de los siglos XIX y XX: que el valor de una moneda no depende de la cantidad de oro guardado en los sótanos del instituto de emisión, sino de la capacidad de producción del país.

Creo oportuno resaltar que esta lección fue aprendida en Alemania, que se vale hoy de su gran influencia en el Banco Central Europeo para, al margen de las reservas en oro depositadas en las arcas comunitarias o en los sótanos del Reichsbank, apostar por una política monetaria europea que le es sumamente beneficiosa para sostener su industria, aunque, de seguir las economías de los países compradores de bienes alemanes por los actuales derroteros, también la economía alemana se acabará viendo afectada. Y entonces será cuando nos enteremos todos de la precariedad del edificio económico europeo, porque habrá llegado la hora del "sálvese quien pueda". 


El Reichsbank de Berlín, en un grabado del siglo XIX

Con la política de la Sra. Merkel, la economía alemana sigue creciendo, aunque haya disminuido por la contracción de la demanda, resistiendo con vigor la invasión de los productos “made in China”, a costa de los países que, como España, han empleado la lluvia de los fondos estructurales europeos en inversiones suntuarias no productivas, en vez de aumentar la competitividad de su estructura productiva. 

Los fondos FEDER, fueron creados para promover la cohesión económica y social mediante la corrección de los principales desequilibrios regionales, la participación en el desarrollo y la reconversión de las regiones menos desarrolladas, garantizando al mismo tiempo una sinergia con las intervenciones de los demás Fondos Estructurales. Pero Alemania no es culpable de que nuestra clase política no haya sabido aprovechar la oportunidad histórica que se nos ha brindado para colocarnos en situación de paridad con las economías europeas más desarrolladas y hasta que haya utilizado una buena parte de estos fondos en provecho propio.





Desde la adhesión de España a la Comunidad Europea, Andalucía ha sido considerada como región Objetivo 1 (regiones cuyo PIB per capita se sitúa por debajo del 75% de la media comunitaria), lo que supuso desde el inicio su inclusión entre las regiones beneficiarias de las acciones de la Política Regional europea. Su producto interior bruto (PIB) representado, en términos per cápita, el 61% (Eurostat, 2000) de la media comunitaria, justificó que Andalucía fuera principal receptora de Fondos Comunitarios de la Unión Europea. Así pues, solamente el despilfarro en la aplicación del “maná” europeo es capaz de explicar, entre otras muchas razones estructurales y coyunturales, la desesperada situación económica a la que hemos llegado, algo que, como sobradamente sabemos, es común a la restantes autonomías que se han beneficiado preferencialmente de la recepción de tales remesas. Esta política de despropósitos alcanzó su punto álgido a nivel nacional durante el segundo mandato del Gobierno Zapatero, con cuyos planes E fueron dilapidados trece mil millones de euros en inversiones cosméticas,  que no sirvieron más que para incrementar vertiginosamente la Deuda Pública, espantar a las autoridades comunitarias, alentar a los especuladores y sostener la burbuja imparable de unos ayuntamientos entrampados hasta las cejas.




Estos hechos pertenecen a la nefasta historia que debemos asumir, pero que no pueden servir en ningún caso para justificar la trayectoria económica del actual Gobierno. Del experimento del doctor Schacht cabe deducir que sin impulsar las bases reales sobre las que se asienta nuestra estructura económica sólo cabe esperar más recesión y más paro, ya que de una política basada en recortes arbitrarios que no encara las fuentes estructurales desde donde siguen manando nuestros desequilibrios financieros y no remedia la rampante falta de crédito para financiar a las empresas supone ahondar la recesión y que se abra ante nosotros un futuro desolador.




Como corolario cabe añadir que apenas si se necesitan argumentos para ver que en nuestro Estado de las Autonomías no es ni será posible una reducción del déficit público, ni una renovación de las bases del crecimiento económico si las administraciones regionales siguen considerándose exentas por imperativos “ideológicos” o por clientelismo político del compromiso de solidaridad y rigor presupuestario que exige la desesperada situación por la que atravesamos. Si alguna conclusión evidente cabe extraer de la crisis que nos asola es la la insostenibilidad de la organización autonómica del Estado, al menos en las condiciones actuales.




A excepción de los dirigentes políticos y de sus terminales mediáticas que, sin apenas exclusiones, defienden el modelo porque en él encuentran el mejor campo posible para ejercer y extender su poder, no hay nadie medianamente serio en España que con argumentos racionales pueda demostrar las ventajas de nuestro sistema autonómico frente al modelo centralizado que prevalece en nuestro entorno europeo, a imagen y semejanza del Estado francés legado por la Revolución Francesa.

En cualquier caso, y dado que el camino por el que nos lleva Rajoy conduce al abismo, al igual que Mae West, soy de los que “cuando tengo que elegir entre dos males, siempre prefiero aquel que no he probado”. Al fin y al cabo, si tenemos que acabar en el infierno, lo mismo da por dónde vayamos.


Mae West

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