lunes, 14 de enero de 2013




                      LAS LÁGRIMAS DE CLIO

         O EL SAQUEO A LA HISTORIA DE ESPAÑA


Clio, Musa de la Historia,
representada en una cerámica ática

Todos los pueblos necesitan mantener viva la memoria de las gestas que acontecen a lo largo de su trayectoria en el tiempo, es decir, de su Historia. Este deseo lo personifica la mitología griega en Clio (en griego Κλειώ Kleiô, de la raíz κλέω kleô, “alabar” o “cantar”), musa de la Historia y de la poesía heroica. Su nombre significa alabar, ensalzar o celebrar. Ella cantaba las hazañas y las grandes proezas de los héroes acompañándose de su cítara. Como todas las musas, es hija de Zeus y Mnemósine, o sea, del padre de los dioses olímpicos y de la Memoria, la personalización de esa cualidad especial que distingue a la especie humana de sus ancestros animales.

¿Por qué la mitología diferencia entre Mnemosine y Clio? La respuesta está unida al hecho de la jerarquía conceptual que los antiguos griegos distinguían entre memoria e Historia. Para ellos la Historia es hija de la Memoria, que es concebida como una realidad anterior a la Historia, a pesar de que representa un nivel más evolucionado, de tal modo que Clio aparece adornada de algunas cualidades que no poseía su madre: la reflexión sobre lo acontecido y la belleza en su exposición. La Historia, por tanto, se construye a partir de los vestigios del pasado que conserva la memoria, pero reclama, a su vez, una acción intelectual y creativa para convertirse en el testimonio continuado de las gestas humanas que hacen memorable la historia de un pueblo. Por esta causa, resulta fácilmente comprensible que la Historia haya sido considerada por todas las naciones como la base misma de su patrimonio cultural y hasta adornada para mejorarla ante los ojos de propios y extraños, todo lo contrario que ocurre en España, cuya Historia es tradicionalmente vituperada y, más recientemente, canibalizada por las versiones “políticamente correctas” elaboradas por las distintas autonomías, convertidas en gulags cuyos horizontes culturales vienen delimitados por los estrechos límites regionales hasta en los mapas climatológicos, un fenómeno único y digno de ser estudiado por alienistas y psiquiatras.

La cultura, sin adjetivos añadidos, es una palabra terrible, peligrosa. Pocos se atreven a sacar la pistola limpiamente ante el hervor insoportable de la inteligencia y se sienten capaces de declararle la guerra con la brutalidad de la fuerza y el grito. El uso habitual consiste en tomar la cultura, con la Historia en el saco, y hacerla avanzar vestida para la circunstancia, disfrazada con la sumisa vaciedad de su contrario, pintarrajeada por el zafio aspirante a comisario general de la administración autonómica correspondiente. Junto con la ominosa aplicación selectiva impuesta por la Ley de Memoria Histórica, que el Gobierno presidido por Mariano Rajoy no se ha atrevido a derogar, acaso la más evidente señal externa de este asalto a la Historia venga representado por el expolio decretado por Zapatero y su ministra Ángeles González-Sinde al Archivo General de la Guerra Civil Española ubicado en Salamanca y consistente en la cesión a Cataluña de documentación histórica perteneciente a veinticuatro provincias españolas de siete autonomías distintas, siendo las más perjudicadas por el volumen de lo enviado a Cataluña las comunidades de Valencia, Madrid, Asturias y Aragón, aunque el perjuicio sea para todos los historiadores e investigadores de nuestra Historia y, en general, para el pueblo español en su conjunto, al desmembrarse un Archivo Histórico Nacional por intereses políticos espúreos. Si encima sabemos que la Generalidad catalana ha gastado en este penoso cambalache más de un millón de euros aportados por los contribuyentes solo para digitalizar las copias documentales dejadas en Salamanca, el disparate  cobra una dimensión que carece de precedentes en la Historia Contemporánea europea.





Salamanca. Portada del Archivo General de la Guerra Civil Española


A los interesados en conocer con mayor exactitud los detalles de la fechoría cometida por los mismos que estaban obligados a la conservación de semejante patrimonio les aconsejo que lean con detenimiento los comentarios de Policarpo Sánchez, un investigador que dedica su vida profesional a estudiar los documentos del Archivo de la Guerra Civil y que viene alzando inútilmente su cualificada protesta ante el traslado a Cataluña de cerca de dos millones de documentos, con un valor, según las tasaciones de las compañías aseguradoras, de unos dos millones y medio de euros, tirando por lo bajo.


Documentos expoliados del Archivo de Salamanca

A pesar de los pesares y de tantos golpes bajos a la enseñanza de las humanidades, los historiadores todavía estamos en condiciones de demostrar que los que piensan que España es víctima de una fatalidad histórica cíclica, centenaria y violenta, se equivocan. Nuestro país no se tiñó durante la Transición, y hasta ayer mismo como quien dice, por la sangre inocente derramada por los terroristas de ETA con la justificación de alguna militarada que buscara derrocar el sistema instaurado tras la muerte de Franco para imponer un orden distinto. Fueron otras razones mucho más prosaicas las que han provocado la situación de derrape crónico en la que vivimos: el poder del Estado fraccionado en diecisiete mini-estados mal gobernados desde el despilfarro impune y los privilegios de la casta detentadora del poder; la corrupción asentada en las múltiples instituciones que han proliferado por doquier como enredaderas venenosas, alimentadas por el maná de los presupuestos públicos; las familias políticas que pugnan entre sí por controlar las distintas autonomías del país, después de haber desvalijado, ante la mirada complaciente del Banco de España, casi todas las Cajas de Ahorros españolas; el fulanismo desatado gracias a la lacerante falta de preparación de la mayoría de nuestros cargos políticos, impuestos en las listas electorales por las cúpulas de unos poderes fácticos alimentados por las comisiones ilegales, la venalidad y el nepotismo; los partidos políticos y los principales sindicatos desacreditados; la Justicia, encargada de proteger al país de tales desmanes, instrumentalizada para que los manejos corruptos no salgan a la luz o para que cuando afloren no sean debidamente sancionados y, en fin, la burocracia institucionalizada que, afectada de una elefantiasis tan prodigiosa como el milagro de la multiplicación de los panes y los peces, requiere para su sostenimiento una parte escandalosa de los recursos públicos, que deberían dedicarse a nuevas inversiones o a fortalecer las pequeñas y medianas empresas, vertebradoras de la economía real española, después de pagar la enorme deuda contraída y de los multimillonarios intereses devengados por el derroche de unos gobernantes más atentos a sus intereses partidistas y personales que en enderezar la situación de una nación con seis millones de parados que sigue bordeando la bancarrota.




El peor de los infiernos es aquel en el que sus víctimas se acostumbran a contemplar el horror cotidiano desde la frustración y la impotencia. ¿España se ha convertido ya en ese infierno? Prefiero que cada cual que estas líneas leyere responda para sí a mi pregunta. Pero, en lo que todos estaremos de acuerdo es que España está mal. Es cierto que, afortunadamente, hay cosas muy buenas en esta gran nación y que mucha gente sale todos los días a realizar su trabajo con un empeño que nos beneficia a todos, sorteando a menudo importantes e innecesarias cortapisas legales. Pero tampoco podemos negar que formamos parte de una generación a la que le ha tocado sobrevivir en el desastre político, económico, social y moral.

¿Qué hacer entonces? ¿Por dónde empezar para componer esta hecatombe? ¿Hacia dónde debe dirigirse esta sociedad huérfana, que ya lleva demasiado tiempo soportando sus males?

España necesita un nuevo proyecto de futuro. El país tiene que imaginarse un mañana diferente al presente que vivimos. Y para lograrlo necesita reivindicar su Historia para deshacerse de muchos mitos, prejuicios y errores que lo tienen inmovilizado. España tiene que cambiar, eso es innegable. Sólo si miramos hacia atrás buscando las causas de tantos errores (a pesar de lo doloroso que pueda ser) podremos encontrar las soluciones que necesitamos. Aunque haya quien quiera convencernos de lo contrario, ahora más que nunca necesitamos apoyarnos en la Historia, una Historia no falseada, no dividida en diecisiete relatos parciales y delirantes. Como dijo Anatole France: "No perdamos nada del pasado. Sólo con el pasado se forma el porvenir". Por eso, para construir un proyecto de futuro ilusionante en el que quepamos todos, necesitamos urgentemente la base común de una Historia no usurpada, no raptada por el sectarismo manipulador de las aberraciones nacionalistas. Al igual que para llegar a ser personas con señas de identidad precisas debemos conocer los antecedentes familiares que constituyen nuestra herencia, esos que nos instruyen acerca de nuestra procedencia como individuos, una nación que ignore de dónde viene históricamente su razón de ser es una nación condenada al fracaso o a la extinción por carencia de verdaderos conciudadanos. Y es que una nación quiere ser algo más que una componenda presupuestaria, un agregado de tierras y de personas o una amalgama de lugares y de fechas.


En las peores circunstancias sociales y económicas que ha conocido España en más de medio siglo, debemos exigir que las palabras deban revestirse de la lealtad a su significado y que la Historia de España deje de ser la Histeria de España. Solamente asentados en la realidad que nos vertebra como nación estaremos en condiciones de asumir el órdago lanzado por los nacionalistas, inimaginable sin una renuncia previa del Gobierno central a la idea misma de España propiciada y multiplicada desde los planes de estudio vigentes, en los que no se enseña que el concepto de nación es anterior al del Estado.

Denunciados de forma tan reiterada como ignorada, los sistemas educativos de las diversas autonomías y, muy especialmente, los vigentes en las comunidades vasca y catalana, constituyen un ejemplo notorio de adoctrinamiento disgregador que sólo encuentra parangón en precedentes totalitarios que, por conocidos, huelga referir. Como ha escrito Pérez-Reverte en un reciente artículo, “de la educación se ha hecho ideología; y de la ideología, negocio. Vivimos un presente absurdo, sin pasado ni futuro: hemos rebajado la calidad de la enseñanza, y cada comunidad, cada colegio, cada taifa, hace lo que quiere”.

En este maremágnum, al igual que ocurre en los centros educativos catalanes, en las escuelas vascongadas ha desaparecido del léxico la palabra España, que es cuidadosamente omitida, sustituyéndose por un término que se acuñó e hizo fortuna durante el franquismo entre los grupúsculos de izquierdas y nacionalistas: “Estado español”. Este rótulo, que en la época de Franco servía para eludir tanto la palabra República como también Reino de España, se emplea en numerosas áreas de la sociedad española para evitar pronunciar la palabra tabú: España, vocablo a menudo sustituido por un término geográfico y equívoco, “la Península”. La fórmula “Estado español”, empleada por grupos secesionistas y por españoles vergonzantes adscritos a lo que el  filósofo Gustavo Bueno definió como izquierdas divagantes y/o extravagantes, suponiendo, de forma intencional, la negación de su condición de nación política, condición que reclaman para sí éstas y otras regiones cautivas de una superestructura llamada España, cuyo origen habría que buscar en el reino de Castilla, sin perjuicio de que las provincias vascongadas formaran parte constitutiva de ella en su momento, o que, incluso, facciones operantes en la propia Castilla actual, reclamen liberarse de tan oneroso yugo.

De este modo, y acogiéndose de forma velada a la idea de la España de los cinco reinos, los nacionalistas vascos y catalanes, tratan de construir, desde los mismos pupitres, unas entidades políticas tan disparatadas como Euskal Herria y los Països Catalans. Si bien el objetivo en ambos casos es el mismo, la destrucción de España para dar paso a tales proyectos políticos, existen sutiles diferencias entre ellos, diferencias que hemos de buscar en los fundamentos esgrimidos en la búsqueda de legitimación para estas sediciosas iniciativas.




El objetivo es claro, la estación término del proyecto, la misma en ambos casos. Se busca la construcción de una "Euskal Herria" y una “Catalunya”, paso previo a los citados “Països Catalans”, integrados en una Europa percibida a menudo –en sintonía, se ignore o no, con la Europa diseñada por los nazis– como la "Europa de los Pueblos", a la que se incorporarían las llamadas "naciones sin estado" de las que algunos estudiosos se ocupan con profusión digna de mejor causa. Pero si este es el objetivo, el sistema de gobierno elegido por ambas naciones "liberadas" sigue siendo común. Los dos proyectos políticos se acogen, mostrando su grado de fundamentalismo, a sistemas democráticos para los cuales se buscarán forzadas referencias pretéritas adscritas a un ancestral pactismo en el que tendría cabida la diversidad de estas tierras marcadas por sus “hechos diferenciales” respectivos.

En los panegiristas a sueldo que abogan por la formación del espíritu nacionalista desfila el bestiario completo del adoctrinamiento separatista que en las dos regiones en discordia se despliega durante las últimas décadas, siendo el asunto de la lengua la base doctrinal y práctica sobre la que gravita toda la acción política.

Pero si la lengua es fundamental, empleando para menoscabar el prestigio del idioma de Cervantes las más arteras maniobras, la geografía localista, acompañada de gran aparato cartográfico, y la introducción de ingredientes folclóricos y etnológicos, es también constante. Por eso, tanto en Cataluña como en Vascongadas, la alusión a la comarca, al terruño, es constante. De este modo, será en el ambiente rural donde los prohombres del separatismo encuentren las esencias de unos pueblos ahistóricos en los cuales se cimentaría la construcción de las dos nuevas naciones. En consecuencia, la base de su propuesta política requiere del sustrato proporcionado por naciones étnicas plenas de componentes de laboratorio a menudo confeccionados y añadidos ad hoc por departamentos de propaganda al servicio de una idea obsesiva: la búsqueda del "hecho diferencial". Desde esta perspectiva hay que mirar la idea de CiU para atomizar/dividir Cataluña en “veguerías” superpuestas a las cuatro provincias actuales. Con ello buscan dotar a esta región no sólo de instituciones propias y distintas a las que funcionan en el resto de España, sino también que aquélla se perciba como un territorio de gran complejidad, una suerte de fractal a pequeña escala de una nación como pueda ser Francia, a quien Pascual Maragall se aproximó de manera vergonzante solicitando la incorporación de Cataluña al área francófona, maniobra a la que se destinaron y se siguen destinando sumas ingentes de decenas de millones de euros para reforzar los vínculos entre Cataluña y los territorios franceses fronterizos, de la misma manera que sucede con su expansión colonizadora por las provincias valencianas y las islas Baleares.


El nefasto Pascual Maragall vinculó el socialismo catalán
al separatismo excluyente de los nacionalistas 
Pese a los numerosos aspectos comunes, existen, sin embargo, sutiles diferencias entre ambos nacionalismos. Si en el caso vasco la recurrencia al mundo rural es constante, en un intento de ocultar el hecho de su pertenencia histórica a la Corona de Castilla, en Cataluña, las cosas son diferentes, pues la  verdadera Historia es camuflada con mayor sutilidad. En efecto, los manuales vascos de Historia deben realizar una pirueta enorme, pasando de la Vasconia legendaria, a las guerras carlistas y de ahí, claro está, a las vicisitudes actuales, es decir, los oportunistas vaivenes protagonizados por el PNV, verdadero protagonista de la realidad vasca durante el último siglo en todos los sentidos. Fieles a esta estrategia, para los redactores de estos manuales no existen vascos de la entidad de Blas de Lezo, Juan Sebastián Elcano, Jerónimo de Uztáriz, Miguel de Unamuno o Pío Baroja, figuras gigantescas de ámbitos distintos que no tienen cabida en una historia falsaria que pretende hacer pasar a España como la potencia extranjera ocupante que habría oprimido a las tierras en las que se hablaba la lengua del Paraíso, hoy catalogada por muchos estudios lingüísticos como de procedencia africana, concretamente bereber, algo de lo que los vascos no quieren ni siquiera oír, porque del Paraíso a Marruecos va un trecho demasiado largo.

Juan Sebastián Elcano


Jerónimo de Uztariz, el gran economista español del siglo XVIII 

Miguel de Unamuno

Pío Baroja
El caso catalán es distinto. Dada su pertenencia histórica a la Corona de Aragón ―convenientemente rebautizada como Corona Catalano-Aragonesa―, Cataluña, con el fin de alejarla de España, será mostrada como una nación de fuerte vocación europea, marcada por su apego a las soluciones dialogadas, que habría perdido “sus libertades” con la caída de Barcelona, episodio final de la Guerra de Sucesión, que es presentada, como ocurrirá después con la Guerra Civil del 36, como un enfrentamiento entre España y Cataluña.


Carga francesa en la Batalla de Denain

Sentadas estas peculiares bases históricas, los textos abordan el presente político con constantes alusiones a dos palabras fetiche: autodeterminación e independencia. Ambas aspiraciones, fomentadas de forma explícita en los libros escolares, se ampararán en una retorcida interpretación del Derecho de Libre Determinación de los Pueblos o Derecho de Autodeterminación amparado por la ONU, en sintonía con la presentación de ambos territorios como tierras de ocupación por parte de España.

Tras décadas de machacar a los escolares con estos argumentos, lo extraño es que todavía una parte muy importante, acaso mayoritaria, de la población vasca y catalana repruebe abiertamente la independencia respecto a España, como resulta evidente en el caso catalán tras las últimas elecciones, que han supuesto un hachazo a las ilusiones visionarias de Artur Mas, quien, pase lo que pase, se ha convertido en un cadáver político que contagiará su putrefacción a CiU, pese a los malabarismos de ese viejo lobo disfrazado de cordero que es Duran i Lleida.




Mientras no se imponga la sensatez de obligar en todas las autonomías la adopción de unos textos libres de neurastenias elaborados por especialistas de la Historia, la realidad no invita a ningún tipo de optimismo respecto al futuro, ya que el proyecto disgregador seguirá arraigando en la población y el pensamiento único dirigido hacia el separatismo seguirá ganando nuevos adeptos para su causa. Hasta tal punto esto es así, que las versiones apócrifas de la Historia de España presentan diecisiete variantes, tantas como autonomías. Como andaluz y atento observador a los desvaríos de la Junta, puedo asegurar que las pintorescas y desopilantes manipulaciones históricas propiciadas por las autoridades docentes andaluzas llenarían muchos capítulos de esta Historia General del Disparate con la que el sectarismo mafioso que detenta el poder busca afianzar en el sentir colectivo las falsas bases diferenciales sobre las que legitimar su reino de taifa y que en la Ley de la Memoria Histórica ha encontrado un estimulante y bien remunerado acicate para sus desvarios.




No nos engañemos: el Estado de las Autonomías propicia el fomento de las más provincianas y absurdas cuestiones, que si en algunos casos nada tienen que ver con los cócteles molotov o los asuntos raciales de sesgo nazi-fascista que encontramos en los herederos de Sabino Arana, Prat de la Riba o Blas Infante (el padre putativo de la Patria Andaluza que por odio a la idea de España llegó a hacerse musulmán), buscan en el localismo y la negación de España como nación sus señas de identidad, rótulo oscuro donde los haya, y que tanta devoción reúne entre los muchos españoles que odian a su nación tanto como se odian a sí mismos. La calidad humana de los personajillos que detentan el poder autonómico, que en los casos catalán y vasco rozan lo patético, jamás atenderán a las razones de España. Y nunca aceptarán un llamamiento a la razón, porque con la sinrazón y con el desbordamiento de las fantasías visionarias es como han llegado al poder.

Sabino Arana, antecesor de las doctrinas raciales del nazismo 

Enric Prat de la Riba,
inventor de las fantasías históricas del catalanismo 

Blas Infante, padre putativo de la Patria Andaluza
 y converso a la religión musulmana  

Somos criaturas del tiempo en cuyo destino el pasado rebulle como una resaca de futuro y solamente la Historia puede ayudarnos todavía a que no olvidemos nuestras señas. Y nuestras sombras.


Relieve de Mantinea con tres de las Musas, de las que Clio es la situada a la izquierda  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario