jueves, 2 de mayo de 2013


TARJETA ROJA A LOS POLÍTICOS:
¡LA ECONOMÍA NO ES UNA VACA SAGRADA!


Presentar como necesidades económicas las decisiones políticas supone, además de una impostura intelectual que desacredita la historia del pensamiento económico, un inmenso engaño a la ciudadanía, que no tiene por qué conocer las leyes que rigen el mundo económico, de igual manera que no es preciso estudiar medicina para saber que necesitamos buenos médicos.



La bicefalia económica del Gobierno: De Guindos y  Montoro

De Guindos y Montoro, con el beneplácito de Rajoy, eligieron la semana pasada una jerga falsamente economicista, incomprensible para la mayoría y que ni ellos mismos se creen, cuando comparecieron ante los medios para justificar, sin que se les cayera la cara de vergüenza, nuevas cargas impositivas a las que el Gobierno llama "reformas" y que no son más que parches chapuceramente improvisados, que ahondarán todavía más la desbocada recesión provocada, entre otras cosas, por el gigantismo de una Administración clientelar absolutamente insostenible. Es como si un médico, en vez de aplicar a sus pacientes la metodología científica aprendida en la Facultad de Medicina, optara por empleara en su consulta las prácticas de los curanderos o las supersticiones atrabiliarias de la santería.





Para tirar la toalla ante la crisis, salvar los muebles ante Europa y seguir sosteniendo el derroche de autonomías y ayuntamientos enchufados al grifo del crédito barato del Banco Central Europeo no hacen falta cinco años de estudios en una Facultad de Economía. Por mucho que se empeñen nuestros prebostes, el arbitrismo "al hispánico modo" es el peor de los caminos para resolver la angustiosa deriva de la nación hacia una postración que presagia la más completa de las ruinas.

En el primer curso de Ciencias Económicas aprendí, como para citarla de memoria sin vacilar, que la Economía es “la ciencia que estudia la satisfacción de las necesidades humanas empleando medios materiales escasos, susceptibles de usos alternativos según el principio del mínimo medio”. Una de las implicaciones más importantes de esta definición, que nuestros políticos camuflados de economistas se empeñan en ignorar, es que las soluciones a los problemas económicos son necesariamente plurales y que su elección dependerá de la sabiduría y del leal saber y entender de los economistas. Si a los problemas económicos no cabe aplicarles el principio de que los medios empleados son susceptibles de “usos alternativos”, o sea, que cabe elegir entre varias respuestas posibles, es que no nos movemos dentro de la ciencia económica, sino que estamos ante otra cosa. La Economía no es una vaca sagrada ni tampoco una ciencia exacta o infalible, de igual manera que ninguna ciencia lo es. Los hechos económicos deben de ser interpretados en el contexto determinado por un amplio juego de variables, que los especialistas deberán interpretar para elegir la política económica adecuada, que, lógicamente, será aquélla que aplique las medidas correctoras que en cada momento sean necesarias. Por eso, entre las numerosas asignaturas que forman parte de la ciencia económica está la Historia Económica, que se encarga de estudiar las diversas soluciones que se han venido dando para resolver los problemas económicos a lo largo del tiempo.



Vacas sagradas de un templo hinduista 

Pretender que el futuro remedie el presente, como hacen los voceros del Gobierno, es una marrullería que tiene más que ver con la virtud teologal de la fe que con una previsión económica digna de crédito. Unos cuantos recortes más, vergonzantemente anunciados, no aliviarán los males de nuestra endeudada nación. La debacle española no tendrá arreglo mientras el Gobierno, soportado por una mayoría absoluta, no se decida a acometer una profunda reforma estructural que embride decididamente los gastos superfluos del Estado, meta en cintura la deriva autonómica y, después de haber reducido a menos de la mitad el número de los Ayuntamientos, los someta a riguroso control, tanto económico como jurídico.



Cartel anunciando obras presupuestadas en 973,00 euros para cambiar
tres farolas en el municipio soriano de Estepa de San Juan

El gigantismo burocrático no solamente enreda la puesta en marcha de cualquier proyecto inversor y nos cuesta un Potosí, sino que vampiriza la solvencia de las empresas a través de una carga impositiva insostenible, acaparando los recursos que deberían dirigirse al fortalecimiento de la iniciativa privada creadora de empleo, que se ve abocada a la morosidad y la extinción pura y simple porque son las administraciones públicas las primeras deudoras, así como por la falta de crédito para su financiación. En una entrada de agosto pasado, expuse en este mismo blog la solución propuesta por el doctor Schacht para resolver la falta de crédito existente en Alemania a raíz del estallido de la Gran Crisis de 1929. Reproduzco el enlace del artículo mencionado:

  UNA LECCIÓN NO APRENDIDA: LA CRISIS DEL 29 Y LA SOLUCIÓN ALEMANA


El ejemplo alemán sirve para dejar constancia de que la ciencia económica dispone de un amplio recetario de medidas alternativas de comprobada eficacia para corregir las disfunciones económicas y paliar las situaciones de crisis como la que en la España de hoy padecemos y que si no se aplican es a causa de motivaciones políticas y sectarismos doctrinarios que poco o nada tienen que ver con la ciencia económica. 

Veamos una clara ilustración de lo que vengo diciendo: la primera medida de política económica que adoptó el gobierno de Rodríguez Zapatero fue la inmediata derogación del Plan Hidrológico Nacional, cuya necesidad evidente viene de antiguo y, siguiendo las iniciativas adoptadas durante la Dictadura de Primo de Rivera, fue atendida por la valiente ejecutoria del socialista Indalecio Prieto, cuando fue Ministro de Obras Públicas durante la II República. Con semejantes antecedentes, ¿puede alguien sostener que la actuación de Zapatero se debió a consideraciones de tipo económico frente a la penosa realidad de haber sido motivada por el pueril sectarismo derivado de la ignorancia estelar de nuestro anterior Presidente del Gobierno? ¿Y qué decir de su Plan E, por el que se malgastaron en fruslerías suntuarias más de 15.000 millones de euros, 46 millones de los cuales se dedicaron a colocar enormes carteles publicitarios en todas las actuaciones? La realidad es tozuda y muestra bien a las claras que cuando la política mal entendida usurpa la lógica del análisis económico y la irracionalidad oportunista se vende como la única receta existente para abordar la crisis estructural que padecemos, cabe temerse lo peor.










Nuestro nivel de deuda se ha multiplicado casi por dos, ¡por dos!, desde que comenzó la crisis; el déficit está muy lejos de ser controlado;  acabamos de sobrepasar los seis millones de parados; no hay inversión privada; no fluye el crédito; el índice general del comercio minorista a precios constantes (eliminando el efecto de la inflación) cayó un 10,9% durante el último año, porque la familia media española sufre un descenso en la renta disponible que le obliga a utilizar ahorro del pasado para sufragar su consumo básico, con la consiguiente disminución de la riqueza familiar, lo que se manifiesta en las ventas de activos financieros, en la caída de los depósitos bancarios y en la reducción del consumo que afecta ya hasta la adquisición de  alimentos, por lo que todas las empresas dependientes del consumo privado no cesan de revisar a la baja sus previsiones de ingresos y beneficios, bancos incluidos, lo que repercute negativamente en la normalización de la actividad crediticia. A   todo esto debe añadirse que la subida tributaria realizada por el actual gobierno supone la mayor y más generalizada sangría fiscal realizada en la historia de nuestra democracia, ya que afecta incluso a las rentas inferiores a 60.000 € y a los pensionistas. Los políticos travestidos de economistas siguen mintiendo como bellacos a la opinión pública cuando todavía insisten, con la impune desvergüenza que les caracteriza, en que la presión fiscal española es menor que la de la mayor parte de los países de nuestro entorno. Nada más lejos de la verdad. Según datos distribuidos por Eurostat esta misma semana, el tipo máximo del IRPF está ahora mismo en Alemania en el 47,5%, en Francia y Gran Bretaña en el 45% y en Italia en el 43%. Es decir, entre ocho y trece puntos más bajos que en España, si tenemos en cuenta los recargos con los que las autonomías participan en el saqueo del contribuyente, lo que hace, según un informe de KPMG, que solamente el Zimbabue de Mugabe haya subido el IRPF más que España.     

Ante tan desolador panorama, la escandalosa falta de respuestas indubitadamente económicas por parte del Gobierno raya con el esperpento, una originalidad hispánica que no cabe achacar a la pregonada malignidad de la Sra. Merkel.



Falsa caricatura de la realidad propagada por políticos y muchos comentaristas económicos, para atribuir a causas externas el desolador panorama de nuestra economía.

Rajoy pide a los españoles mucho más que paciencia



Si se apostara decididamente por la creación rápida de empleo, no me cabe duda que una medida acertada, desde un punto de vista estrictamente económico, sería fomentar la inversión en obras civiles, pero no, como se viene haciendo, apostar por el mantenimiento de los gastos improductivos y por el repetido incremento de una presión fiscal que ha alcanzado ya niveles confiscatorios en las economías familiares medias. Es preciso recordar que durante la época de la Gran Depresión, hasta una nación tan ultraliberal como EE.UU. apostó por la inversión en obras civiles a partir de 1933, con la puesta en marcha del New Deal de Roosevelt, lo que ayudó de manera indudable a la recuperación del pulso de la economía norteamericana, paliando los terribles efectos de las enormes bolsas de desempleo generadas a partir del crac bursátil de 1929. En vez de eso, nuestro Gobierno sigue malgastando los recursos nacionales en sostener el despilfarro de los gobiernos autonómicos peor gestionados, como ha hecho recientemente al asumir con cargo al Fondo de Liquidez Autonómico (FLA) la devolución de 2.491 millones de euros correspondientes a las emisiones de los fondos patrióticos catalanes emitidos en abril de 2011 y 2012. ¿Cómo es posible que alguien pueda defender sin ruborizarse que la política económica seguida por el Partido Popular no solamente es la mejor de las posibles, sino la única que cabe aplicar en las presentes circunstancias?



Presidente Franklin D. Roosevelt 
No responsabilicemos a los economistas de nuestros males, porque es la política la que atenaza cualquier acción de gobierno basada en las reglas de la ciencia económica y orientadas para salir de la crisis. Son las clientelas locales –que cobran corporeidad en los partidos nacionalistas y en las baronías regionales de los mal llamados partidos nacionales, por no mencionar a las mesnadas que sientan sus posaderas en los ayuntamientos– las que hacen frente común contra el Gobierno para evitar la reducción de su despilfarro y bloquear cualquier pretensión auténticamente reformista. Y también son los dos grandes sindicatos mayoritarios, arropados por una izquierda en descomposición que busca un agarradero ideológico para justificar su falta de ideas, los que se oponen al cambio estructural que España necesita para evitar su desplome total. 



En los últimos días se ha puesto de moda hablar de un gran pacto que ponga de acuerdo a los dos principales partidos con representación parlamentaria como si fuera el bálsamo de Fierabrás. ¡Que inmensa idiotez! Acaso no es más que evidente la existencia de un pacto indisoluble entre los partidos Popular y Socialista para que no se toque un ápice del Estado clientelar en el que fundamentan sus corruptas canongías? Acaso las subidas en el IRPF y los recortes generalizados al Estado del Bienestar adoptados por el gobierno de Mariano Rajoy no son una continuación de las decisiones tomadas por el último Zapatero cuando desde Europa le hicieron saber que no frenar drásticamente su esquizofrenia en el gasto provocaría la inmediata intervención de la economía española?      

A estas alturas de la legislatura cabe decir que Mariano Rajoy es incapaz de enfrentarse al statu quo vigente para desarrollar el programa político y económico que le llevó al poder con esa amplia mayoría que pierde a chorros cada día que pasa. Ya está más que visto que su temple político no está hecho para traducir en acciones prácticas de buen gobierno el  reformismo auténtico que la Nación necesita. Por ello, procede  recordarle aquella frase tan utilizada en la política estadounidense durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992 contra la administración de George H. W. Bush (padre), que lo llevó a convertirse en presidente de los Estados Unidos: ¡Es la economía, estúpidos!











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