lunes, 26 de agosto de 2013

Tres autores españoles escriben
 sobre Egipto y Siria


Hasta ahora no he reproducido en El Saco del Ogro ningún texto que no fuera escrito por mí. Hoy, dada la vibrante actualidad de los artículos elegidos, cedo estas páginas a tres ilustres escritores españoles, Gabriel Albiac, Luis Antonio de Villena y Juan Manuel de Prada. Los dos primeros fijan su escrutadora mirada en Egipto, mientras que el tercero lo hace, con claridad "políticamente incorrecta", en el holocausto sirio que el yihadismo lleva a cabo ante la aprobadora actitud de las naciones occidentales, o mejor dicho, de sus gobiernos sujetos al vasallaje de Washington. Sus aportaciones acerca de la embestida islamista iniciada con la mal llamada "primavera árabe" enriquecerán, sin duda alguna, mis propias entradas sobre el, incendio que arrasa el Próximo Oriente.


La paradoja Mursi

Por Gabriel Albiac, publicado el lunes 8 de julio de 2013, cinco días después del derrocamiento de Mursi en Egipto

Gabriel Albiac


Los islamistas han puesto todos los fundamentos para hacer que el país retorne a la Edad Media, que es donde Alá se siente de verdad a gusto.

El primer presidente civil electo en la historia de Egipto es un islamista. Más que eso: Mohamed Mursi lidera la cofradía de los Hermanos Musulmanes, la cual, desde su constitución en 1928, ha sido el germen del cual iba a nacer el islamismo político, que es el riesgo mayor sobre el cual se abre la política internacional en el siglo XXI. Y el islamismo no conoce democracia, ni Estado, ni nación que se pretenda independiente.

No es capricho. Es mandato coránico. En el rigor incuestionable de ese mandato, nación y Estado son abominaciones que traban el advenimiento de la umma, la universal comunidad de los creyentes bajo el dictado de la verdadera ley dada por Alá, en la cual no es admisible distinción entre sagrado y mundano: la sharía. Cualquier Constitución es teológicamente blasfema, desde tal supuesto: sólo Alá dicta ley. Y eso a lo cual el degenerado Occidente llama democracia, no puede sino aparecer como furtiva arma por cuyo medio agreden los infieles –cristianos y judíos de un modo particularmente odioso– a los hombres devotos, a los cuales encomendó Alá la sagrada misión de expandir la verdad de su Libro frente a quienes, por su testarudez en negarla, deben ser exterminados. Mohamed Mursi, primer presidente civil electo en la Historia de Egipto, sabe –no puede no saberlo, puesto que es un creyente– que la legitimidad de un presidente electo sólo es una blasfemia más, propia de las perversas cabezas de quienes, al afirmar su fe en la democracia, no afirman sino su no-fe en el mandato del Libro: su insumisión al Grande y Misericordioso. Una democracia y una teocracia se excluyen por exigencia del diccionario. No son conciliables modernidad política e Islam.



La paradoja egipcia es, estos días, la forma extrema del imposible sobre el cual se asienta esa re-islamización del mundo árabe, a la cual la estupidez europea bautizó como «primavera» y que da ahora sobre un invierno glacial sin transiciones. En Egipto se afrontan hoy delirios de diverso tipo. En ninguno de ellos suena un sólo acento democrático. Los islamistas de Mursi en el poder han puesto, a lo largo del año que va ya desde su triunfo, todos los fundamentos para hacer que el país retorne a la Edad Media, que es donde Alá se siente de verdad a gusto. Para conseguir eso, hay que pasar por la ruina. Lo han logrado. Aunque puede que a una parte de sus electores lo de la ruina no acabe de gustarles mucho. Los agazapados beneficiarios de la cadena de dictadores cuyo último espécimen fuera el caído Mubarak, aguardan su revancha: puede que ellos fueran corruptos, reconocen, pero al menos su incompetencia no llegaba al extremo de la cofradía de meapilas que, en doce meses, ha reducido el país a la miseria. Los militares aguardan su momento. Saben que, una vez que Hermanos Musulmanes y añorantes del régimen anterior se despanzurren convenientemente, habrá llegado su hora: la de salvar al país, que es algo que gusta mucho a los espadones del tercer mundo. También, la hora de embolsarse la compensación a la que su sacrificio los hace acreedores.

En el punto de cruce de esos tres vectores asesinos, habrá, como siempre, un puñado de gente decente. Gentes que quisieran vivir sin clérigos castradores, sin castas funcionariales fundadas en el robo, sin militares por igual asesinos y ladrones. Y esas gentes, esas pobres, decentes gentes, son las que están condenadas.

Gabriel Albiac es filósofo y escritor



¿Peligro islámico?

Artículo de Luis Antonio de Villena, publicado el día 26 de agosto de 2013, cuando la señal para intervenir militarmente en Siria parece haber sido tomada por Estados Unidos





Cuando comenzaron las revueltas de las mal llamadas «primaveras árabes», cuyo origen era razonable y justo, pocos previeron que en las actuales circunstancias de los países arabo-musulmanes, las democracias a lo occidental eran prácticamente inviables. Entre otras razones (que no son pocas) por falta de tradición, dicho de otro modo, de cultura democrática y familiaridad con los «derechos del hombre». Los políticos europeos de turno dieron, una vez más, pruebas de miedo, ligereza, ignorancia o todo junto, al no darse cuenta (como dije otro día) de los «inviernos islámicos» que vendrían a continuación. Naturalmente es lógico que se quiera deponer a dictadores clásicos como Mubarak o Ben Ali (o al estrafalario Gadafi) malos para sus pueblos pero relativamente cómodos para Occidente… Claro que era lógico deponer a esos tiranosaurios pero ¿qué vendría después? Nuestros ingenuos líderes –bastante sandios– no lo dudaron: la democracia. No sabían de qué hablaban.

Todos estos países (incluidos Siria e Irak, de diferente modo, tan castigados) sufrieron, desde la caída del Imperio Otomano en 1919, diversas formas de regímenes coloniales, liderados por Gran Bretaña y Francia. Esos regímenes –nada democráticos, por cierto– crearon unas élites occidentalizadas y dejaron a la mayoría de la población en la pobreza. Cuando se fueron, tras la Segunda Guerra Mundial, los occidentales no habían hecho nada especialmente brillante, pero dejaron el poder en manos de líderes independentistas (educados en Londres o París) que tras la anhelada independencia se erigieron a sí mismos en dictadores clásicos, y a sus partidos «revolucionarios», en partidos únicos. Recordemos a Bourghiba en Túnez. Cada media hora la televisión oficial ponía fragmentos de discursos e imágenes del insustituible «padre de la patria». Quienes habían colaborado con la colonia o habían estudiado en la antigua metrópoli tenían buenos puestos asegurados con tal de que juraran fidelidad al partido y al líder. Hablaban, sobre todo, en francés o en inglés y eran laicos. La mayoría popular hablaba (habla) en árabe y son musulmanes, al principio en verdad moderados (el islam ha conocido en su historia muchos momentos de moderación), pero después del 11-S y de las guerras de Afganistán e Irak –sin duda perdidas por EEUU y sus aliados– cada vez más integrista y extremado. Y este islam enrabietado con Occidente o con quienes se supone que colaboran o colaboraron con los occidentales es el que hoy predomina en los países arabo-musulmanes, incluidos nuestros vecinos mediterráneos.

Huyendo del colonialismo, la gente ha querido buscar sus raíces y se ha hallado con un islam herido que desconoce la Revolución Francesa y que cuando habla de «democracia» o de «derechos del hombre» no entiende, en absoluto, lo mismo que entendemos nosotros.


La Libertad guiando al pueblo. Óleo de Eugène Delacroix

Era evidente (con una ligera reflexión sobre estos someros datos históricos y sociológicos) que no habría «primaveras árabes» sino «inviernos islámicos», llevando por bandera la implantación de la sharia, la más rigurosa ley coránica, que es algo (para un occidental) como volver a validar el horror de la Inquisición cristiana. El caso Mursi, en Egipto, y sus durísimas consecuencias, puede ilustrar perfectamente lo que digo…

Mohamed Mursi es elegido democráticamente presidente de Egipto, pero en un año de mandato, va derogando las leyes liberales para imponer el islamismo desde arriba, en ese momento salta la chispa de los no religiosos o con una más abierta visión de la religión. Salvadas las diferencias (que son bastantes), Mursi estaba haciendo quedamente lo que Hitler hizo más brutalmente. Hitler ganó unas elecciones democráticas –Alemania no debiera olvidarlo–, pero en cuanto estuvo en el poder barrió la democracia, a los demócratas y a cuantos no se avinieran con el poder nazi. Mursi aspiraba a dejar fuera de la ley a cuantos no fueran islamistas. Se dijo en Occidente que los Hermanos Musulmanes (a los que pertenece Mursi) eran islamistas moderados. No lo parece. La Hermandad de los Hermanos Musulmanes fue fundada en El Cairo en 1928 por Hasan al Banna. Inicialmente no era un partido político, propiamente hablando, sino una fratría panislamista, cuyo objetivo último era y es el aislamiento de las mujeres y de los no musulmanes de la vida pública y –por último– la implantación de Estados islámicos, es decir, regidos estrictamente por las leyes del Corán.



Dadas estas características, es fácil suponer que en los regímenes dictatoriales pero con influencia de Occidente (a la señora Mubarak la vestía Chanel) los Hermanos Musulmanes han pasado de cierta marginación a la prohibición más drástica. No es equivocado suponer que la Hermandad está en el origen de buena parte del mayor extremismo islámico de nuestros días. Cuando asesinaron al presidente egipcio Sadat –que buscaba la paz con Israel– muchos vieron ya la mano de un grupo que hace 30 años Occidente desconocía. ¿Y sus servicios diplomáticos también? Tal como está el islam actual, resentido y vengador con buena parte de los países occidentales, me parece muy difícil ir más allá de una convivencia con respeto mutuo. No parece el momento de intervenir en ningún país árabe, aunque los occidentales deben sentirse más seguros con el ejército egipcio (o aún turco) que con Mursi o sus confraternales. Pero si nosotros podemos y acaso debemos respetar la opción de cada país –vigilantes– debemos tener absoluto cuidado de que el extremismo islámico no pase de nuestras fronteras más de lo que lo haya hecho ya. No cabe concesión ninguna al islamismo extremo, pues para Europa sería tanto como volver a la Edad Media menos deseable. Cualquier musulmán que quiera entrar en la Unión Europea tiene que saber que si la práctica de la religión (de cualquiera) es libre privadamente, el creyente que fuere tiene que aceptar todas las libertades políticas y morales –emancipación de la mujer, homosexualidad libre– que en este momento caracterizan el mundo occidental, libertades a las que se ha llegado con no pocos sacrificios y por ello mismo aún más irrenunciables. Todo el que no acepte nuestras libertades –como dijo un primer ministro australiano– tiene también «la libertad de irse». No se confunda nada de esto con xenofobia o autoritarismo, puesto que no es sino la defensa clara y explícita de todo lo que se consiguió con la Declaración de los Derechos del Hombre.

Puede y debe preocuparnos la existencia cada vez mayor de un islam intolerante desde Irán a Marruecos, pero debe preocuparnos más que un imam en una mezquita de nuestro territorio (de Ceuta en este caso) y hablando en español condenara a las mujeres que usan perfume porque soliviantan a los hombres. Machismo aparte, una declaración como esa –de la que el clérigo pidió perdón a los no musulmanes– está en flagrante contradicción con nuestros más válidos y esenciales principios. Fuera de la intimidad familiar no debe ser tolerada. Quizá nosotros (que fuimos malos colonizadores en el Medio Oriente y el Norte de África, y de aquellos polvos estos lodos) no tengamos derecho sino defensivo a entrar en las políticas de esos países, aunque no nos gusten. Pero sí tenemos todos los derechos y el deber de defender lo que es nuestro.



Una sociedad racial y culturalmente plural es deseable mientras no toque sino acepte las libertades y pluralidad fundamentales. La Europa que conocemos, la Europa de los Derechos del Hombre es incompatible con la sharia coránica. Por tanto, quien desee ser un musulmán integrista (estilo Hermanos Musulmanes o derivados) no tiene sitio en nuestras sociedades, que distan mucho de ser perfectas, pero que han elegido el camino de la libertad y no el de un dios estricto y severo en el que uno puede, muy lícitamente, no creer. El problema del fundamentalismo islámico bajo ningún punto puede ser minimizado. Y si queremos entender lo que ocurre en Egipto y puede repetirse en otros lugares de la zona, bástenos recordar que hay un rechazo a Occidente –históricamente explicable– y un equivocado afán nacionalista de encontrar las propias raíces en una religión –el Islam– tan respetable como atrasada, especialmente en su lectura integrista. Respeto y máxima alerta. Hasta que todo se vaya aclarando no parece haber mejor solución.

Luis Antonio de Villena es escritor.



CHUSMA

Por Juan Manuel de Prada, publicado el sábado 31 de agosto 
en el diario ABC



La intervención en Siria es un subterfugio para desestabilizar aún más la zona y justificar una ofensiva contra Irán.


Juan Manuel de Prada


EMPECEMOS por aclarar que en Siria no hay ninguna guerra civil. Los llamados «rebeldes sirios» no reclaman reformas ni acaudillan ninguna «revolución popular». Los llamados «rebeldes sirios» no son sino mercenarios y terroristas reclutados en los parajes más variopintos del atlas, financiados desde Qatar o Arabia Saudita y con frecuencia adiestrados por los propios Estados Unidos, que les llevan prestando apoyo logístico –al igual que Israel– desde que comenzara el conflicto. Enfrente de ellos se halla un régimen de corte dictatorial que, al igual que ocurría con Sadam Husein en Irak o con Gadafi en Libia, se distingue por ejercer la tolerancia con las comunidades cristianas y por defender los barrios en los que se asientan de los sanguinarios ataques de los «rebeldes», que no pierden ocasión de cometer las atrocidades más espeluznantes contra los cristianos. Si esta chusma no hubiese recibido incesantes refuerzos, financiación y suministros de armas desde el exterior, la guerra en Siria habría sido atajada hace tiempo.






Como los Estados Unidos no pueden proclamar sin ambages que apoyan el terrorismo en Siria justifican ahora su ataque alegando que el régimen de Assad ha utilizado armas químicas. ¿Quién puede tragarse semejante superchería? El ataque con armas químicas ocurrió en Guta, el suburbio oriental de Damasco, donde Assad mantiene reñida disputa contra los terroristas financiados desde el exterior. Resulta muy difícilmente concebible que se empleen armas químicas allá donde se mantienen concentradas tropas; y resulta directamente rocambolesco que, además, se empleen mientras los inspectores de armas de la ONU se hallan en el país. Las armas químicas, evidentemente, han sido empleadas por la chusma a la que apoya Estados Unidos. Y el intento de justificar tan burdamente la intervención se incorpora así al repertorio de engañifas fabricadas por los Estados Unidos en su afán imperialista, iniciado con la voladura del Maine.

La intervención en Siria fue diseñada hace mucho tiempo, a modo de prólogo al ataque a Irán, que es la pieza que en última instancia se pretende abatir. Las razones que se alegaban para justificarla eran, sin embargo, tan inconsistentes y la calaña de la chusma que combate a Assad tan repugnante que tal intervención se había tenido que aplazar. Pero el peligro de colapso inminente del dólar ha exigido urdir ahora esta engañifa tan burda. Por aceptar euros a cambio de petróleo fue derrocado Sadam Husein; por pretender crear una divisa africana fundada en el patrón oro –el dinar– fue liquidado Gadafi; por pretender desligar las ventas de su petróleo del dólar, Irán se ha convertido en la bicha de los americanos. El problema de fondo es que el dólar, la moneda de reserva mundial desde Bretton-Woods, está cada vez más desprestigiada; con una deuda pública mayor que todos los países de la Unión Europea juntos, cada dólar que imprime Estados Unidos es, a estas alturas, papel mojado. El colapso del dólar sólo se podrá dilatar mientras se mantenga como divisa de las transacciones internacionales de petróleo; en cuanto un grupo de países empezase a comerciar en otra divisa, Estados Unidos iría a la bancarrota. La intervención en Siria es tan sólo un subterfugio para desestabilizar aún más la zona y justificar una ofensiva contra Irán.

«Otra vez millares de víctimas serán sacrificadas sobre el altar de una imaginaria democracia», acaba de denunciar paladinamente el Patriarcado de Moscú. Estamos en manos de una chusma dispuesta a todo con tal de mantener su supremacía.

©  Copyright José Baena Reigal





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