domingo, 18 de agosto de 2013


La amenaza islamista en Siria y Egipto, dos historias paralelas (3)

Patio de la mezquita chiita de Damasco
 en noviembre de 2010

Damasco 2010. Predicación en la Gran Mezquita Omeya 

En el patio de la Gran Mezquita Omeya de Damasco
La lógica yihadista es al mismo tiempo historicista y teológica en una síntesis altamente explosiva, pero fácilmente refutable para cualquiera que conozca la Historia Contemporánea, algo poco frecuente y, mucho menos, en los países musulmanes. Desde los escritos iluministas de Ibn Taymiyya y sus discípulos, que se emancipan de la tradición fundada por las escuelas jurídicas e inventan un nuevo islam en el siglo XIII bajo el doble impacto de las cruzadas y de las invasiones mongolas, la tradición salafista asume como propia la misma risala (misión) que Alá encomendó al Profeta y que, según ellos, los califas cumplieron durante más de trece siglos. Aquí radica la convicción principal y la fuerza del movimiento yihadista, cuyos integrantes creen que el proceso de la historia musulmana (que en realidad se trata de una mitología) iniciada hace varios siglos continúa desarrollándose en la actualidad, que Alá sigue ordenándoles el cumplimiento incesante de estos deberes y que los enemigos de sus antepasados, tal como eran percibidos en aquellos tiempos, siguen siendo los enemigos de hoy en una guerra que se ha prolongado durante el último milenio y medio. Causa asombro comprobar que todos los fundamentalistas suníes modernos, empezando por los wahabitas saudíes, encuentren su inspiración intelectual y teológica en el corpus de obras que dejó Ibn Taymiyya, lo que da idea del anquilosamiento de unas ideas que encuentran su lógico contexto en el medievo árabe.

El objetivo de esta doctrina es la unificación (tawhid) por la que todos los países musulmanes deben reunificarse en un territorio con fronteras comunes, porque el mismo concepto de frontera es contrario al concepto de islam. Por eso, el yihadismo salafista extremo pretende eliminar los límites fronterizos que separan las “falsas entidades” de los países musulmanes, empezando por la Península Arábiga y el Oriente Próximo.

El objetivo es desmantelar los Estados-nación de Egipto, Libia, Siria, Irak, Marruecos, Túnez, Argelia y demás países musulmanes, hasta Indonesia, Nigeria y Turkmenistán, con el fin de remodelar las fronteras de la civilización musulmana para constituir la "umma", el estado mundial islámico. Sobra decir que esta unificación es concebida como el estricto cumplimiento de una orden emitida por los primeros fundadores de la religión, siempre, por supuesto, según las interpretaciones de las tres principales corrientes yihadistas: el wahabismo, los salafistas de la Hermandad Musulmana y la versión chiita inspirada por Jomeini, dentro de la cual se inscribe Hezbolá, para los frentes locales y en la resistencia contra Israel.

Una de las controversias más complejas suscitadas por la desintegración del califato otomano giraba en torno a la dirección de la yihad, cuestionando no sólo la autoridad para declararla, sino también el grado de aceptación de los vigentes códigos internacionales. La discusión se centra en los medios para llevarla a cabo, no en los principios. A falta de un califato, todos los salafistas y yihadistas postulan que ningún código jurídico es superior a la sharia y que ninguna otra obligación puede desbancar a la yihad. Desde la década de 1920 y debido a la ausencia de una autoridad última capaz de dar órdenes a los creyentes, los militantes -tanto regímenes como organizaciones- han difundido sus distintas escuelas y doctrinas.

Walid Fhares, gran especialista en el fenómeno del yihadismo, distingue en su libro "La Futura yihad"  (cuya lectura recomiendo como imprescindible) dos estrategias complementarias:

1ª) La yihad descendente del wahabismo.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando definieron las bases de su gobierno, los saudíes eran una federación marginal y puritana de tribus que controlaban los vastos desiertos de Arabia. Los emires sauditas, príncipes de la casa de Saud, siempre actuaron con pragmatismo y sagacidad. En consecuencia, adoptaron dos decisiones históricas. En primer lugar, se adhirieron al derecho internacional como instrumento para las relaciones exteriores. El dard el harb (literalmente “casa de la guerra”, pero que se refiere a todas las naciones extranjeras ajenas a la paz musulmana), estaba presente con fines ideológicos, pero el interés fundamental se centraba en el renacimiento, liberación y unificación de el dar el islam (los pueblos y territorios musulmanes y, por ello, vinculados a la "paz musulmana", la única paz verdadera). En segundo lugar, entre las dos grandes potencias infieles eligieron el mal menor, de manera que se aliaron con los Estados Unidos y los países capitalistas en contra de los comunistas ateos. Su yihad no socavó al Estado, sino que estaba protegida por éste.

A largo plazo los saudíes wahabíes, dotados por la naturaleza con la riqueza del petróleo, optaron por un enfoque descendente para su organización y estrategia. El triunfo de la yihad requería que las sociedades creyesen en ella; también necesitaba tecnologías modernas e influencias en el bando opuesto (el darb el harb). Por eso, la lógica de la estrategia wahabí consiste en contemporaneizar para poder difundir su doctrina sin violencia, de modo que sus semillas arraiguen, esperar que crezcan, regarlas con abundante dinero y asegurase de aplacar cualquier reacción del otro bando con concesiones aparentes.

El reloj de La Meca está parado en la Edad Media
Entre los emires y los clérigos radicales se estableció un acuerdo para el reparto del poder: la monarquía saudí gestionaba las finanzas y el poder político, mientra que los clérigos salafistas se encargaban de difundir el wahabismo con subvenciones estatales financiadas con el petróleo. De este modo suave es como el Estado wahabí, apoyado por Estados Unidos, ha generado dentro y fuera del reino saudí una inmensa cantera de fundamentalistas islámicos, aunque no lograra mantener a todos estos aprendices de la yihad bajo su control. Un alumno modélico, en cuanto a formación y trayectoria doctrinal, ha sido, precisamente, Osama Bin Laden.

Osama Bin Laden

2ª) La yihad ascendente de los Hermanos Musulmanes.

Desde su fundación por Hasan-al-Banna (1906–1949), de ideología muy semejante a la wahabí, eligió un enfoque distinto, de carácter ascendente para desarrollar su ideario político. Su estrategia es tan paciente como la del wahabismo saudí, pero se articula en la difusión de sus ideas al margen (e incluso en contra) del poder gubernamental, como nos lo muestra la historia reciente de Siria y Egipto. Cuando la red es débil, sus actuaciones apenas destacan y se expande lentamente, pero cuando se considera fuerte o los acontecimientos le son favorables, acelera su actividad para conseguir sus objetivos contra viento y marea, de modo que procura no tener enfrentamientos hasta contar con apoyos suficientes. La Hermandad cuenta con suficientes grupos de presión tanto en el mundo árabe como en las comunidades musulmanas emigradas, destacando sus miembros por su aparente ambivalencia y sus astutas artimañas.

Los “hermanos” tienden a inculcar enseñanzas ideológicas profundas antes de comprometerse, pero cuando lo hacen son despiadados. No les intimidan la opresión, ni los descalabros pasajeros, aguardando su momento histórico sin dejarse influir por la situación política dominante. Con el tiempo han llegado a ser la espina dorsal de casi todas las organizaciones islamistas y yihadistas hoy existentes. En pocas décadas consiguieron penetrar en los sistemas educativo y asistencial de Egipto, así como en los aparatos religioso y mediático, proporcionando a los movimientos terroristas líderes como el actual número uno de Al-Qaeda, Ayman Al-Zawahiri.


Ayman Al-Zawahiri
La Hermandad aceptó participar en el juego político y en los procesos electorales como táctica de penetración, aunque su ideología sea opuesta a la democracia y al laicismo, de modo que para eso inventó la “yihad política”, es decir, la utilización de la democracia para llegar al poder y desde él destruir la democracia. Es la táctica que han seguido recientemente en Egipto, ofreciendo una imagen de plena legitimidad democrática y de organización “agredida”, no agresora. El caso es que desde la década de 1920, los Hermanos Musulmanes y sus retoños radicales, junto con la segunda generación de yihadistas de Al Gamaal al Islamiya y de la Yihad Islámica, han conducido al fundamentalismo egipcio a un punto muy peligroso, ya que entre sus objetivos está la modificación de los acuerdos de Camp David para permitir la remilitarización del Sinaí con el acariciado objetivo de preparar una nueva guerra contra Israel, declarada y obsesiva bestia negra de la mayor parte de los musulmanes y, ¡oh, coincidencia!, de la "progresía" izquierdosa mundial. 

A estos dos tipos de estrategia cabe añadir la seguida por el líder chiiíta Jomeini y sus sucesores en Irán, consistente en impulsar, al igual que los wahabitas, una estrategia respaldada por los recursos de un Estado poderoso, con la finalidad puesta en convertir a Irán en una gran potencia militar dotada de armas nucleares para así “equilibrar” el poder estadounidense, al tiempo que recreaba a través de Hezbolá una red yihadista para actuar en los conflictos locales y hostigar a Israel.

Aunque podría establecer otras especificaciones referidas a las actuaciones del yihadismo islámico en función de esta clasificación del profesor Walid Fhares, considero que las ya expuestas son suficientes para que cualquier estudioso o interesado por este vital fenómeno de nuestro tiempo sea capaz de extraer conclusiones muy aproximadas acerca del estado de la yihad en el mundo.

Antes de referirme a las especificidades históricas propias de Siria y Egipto, objeto fundamental del presente trabajo, debo referirme al caso de Afganistán, tanto porque desde mediados de la década de los ochenta los combatientes islamistas procedentes de todo el mundo árabe constituyeron la primera brigada internacional de yihadistas modernos, como porque se dio la tremenda paradoja de que mientras todos los regímenes árabes que mantenían alianzas con la Unión Soviética, como Siria, Irak, Sudán y, hasta cierto punto Argelia y Yemen del Sur, desconfiaban de los “yihadistas afganos”, al igual que algunos gobiernos pro-americanos de la zona, como los de Jordania, Egipto, Túnez, Marruecos y Kuwait, los responsables de la política exterior de Washington, respaldados por el lobby wahabí (cuyos estrategas vieron la ocasión de unir la yihad descendente con la ascendente en una acción unificada), apostaron por los muhaidines talibanes, a los que mostraron como combatientes internacionales por la libertad en su lucha contra el poder soviético.



La película Rambo III de Sylvester Stallone, que se desarrolla en Afganistán, es claro ejemplo de la voluntad norteamericana de convertir en héroes a todos los yihadistas que luchaban contra el enemigo soviético. Para Washington es amigo todo aquel que ayude al enemigo de sus enemigos. Como un nuevo caballo de Troya, los yihadistas que más tarde constituirían Al-Qaeda se infiltraron en los campamentos norteamericanos durante la lucha con los rusos, ayudados y protegidos por los wahabíes “amigos” de Arabia Saudita. No hace falta recordar que de esta alianza infame patrocinada y fomentada por Estados Unidos surgió Al-Qaeda y el fortalecimeinto de Bin Laden y que esta misma política demencial para los intereses del mundo occidental es la que en nuestros días sigue Washington en Siria contra el régimen de Basar El-Asad, sosteniendo diplomáticamente en los foros internacionales y nutriendo con armamento, dinero y asesores militares a las brigadas yihadistas procedentes de medio mundo, que siguen alimentando la hoguera siria con el beneplácito de los países vasallos de la OTAN, empezando por Turquía, puerta y base de entrenamiento de estos mercenarios, que los medios de comunicación occidentales, siguiendo una campaña muy bien diseñada y orquestada, prefieren llamar “rebeldes”.

Joven yihadista en la ciudad siria de Alepo



Convertidos en aprendices de brujos, los políticos norteamericanos se obstinan en mantener el mismo juego, acompañados por los mismos jugadores y, en el fondo, contra el mismo enemigo, aunque la Unión Soviética haya dejado de existir y su lugar esté hoy ocupado por la Rusia nacionalista de Vladimir Putin. Al día de hoy no cabe discusión posible acerca de que el presidente Obama actúa siguiendo las reglas del Gran Juego, sin darse cuenta de que los yihadistas modernos presentan una característica “innovadora” que no existió en los trece siglos anteriores: que en nuestro mundo globalizado están fuera de control



La imagen más gráfica y expresiva de esta política demencial son las fotos que muestran a los islamistas de todo el mundo protagonizando manifestaciones en las que son quemadas banderas norteamericanas y que, en demasiadas ocasiones, terminan atacando las embajadas y consulados de los Estados Unidos, ¡promovidas y dirigidas por esos mismos grupos fundamentalistas que se benefician de la ayuda de Washington! ¿Acaso tiene sentido esto? Posiblemente sí, pero esta cuestión la abordaré más adelante, después de haber analizado, a la luz de lo ya expuesto, los sucesos que acaparan la actualidad en Siria y Egipto.

Todos los que hayan tenido la paciencia de leer los artículos que he dedicado en este Blog a analizar el conflicto sirio y las dos entregas anteriores de esta última serie, agrupadas bajo la común denominación de “La amenaza islamista en Siria y Egipto, dos historias paralelas”, están en condiciones de juzgar por sí mismos los hechos que acontecen cada día y que marcan la terrible actualidad de ambas naciones musulmanas y mediterráneas. No obstante, y antes de pasar a las valoraciones y conclusiones finales, he creído conveniente repasar los principales hitos que han marcado durante las últimas décadas las actuaciones del frente islamista, tanto en Egipto como en Siria.

La amenaza islamista en Siria y Egipto, dos historias paralelas (1)

La amenaza islamista en Siria y Egipto, dos historias paralelas (2)

Teniendo en cuenta las entradas que he dedicado en este Blog a Siria, he creído conveniente detenerme en la Historia Contemporánea egipcia, influido también, ¿cómo no?, por la precipitación de los acontecimientos que se llevan sucediendo en el país del Nilo desde la caída del régimen de Mubarak y la posterior llegada al poder de Mohamed Mursi, mero ejecutor de los designios de la Hermandad Musulmana egipcia, cuya catastrófica gestión política ha terminado por desencadenar la tormenta de sangre que hoy acapara la atención internacional, referente principal, por ubicación geográfica y tradición cultural, de todos los países que conforman el universo musulmán.

Tras el alzamiento militar de 1952 y la llegada al poder de los Oficiales Libres, siendo presidente de de la República el general Muhammad Naguib y Nasser todavía vicepresidente, los Hermanos Musulmanes iniciaron sus ataques contra el nuevo régimen, por lo que a iniciativa del que no tardaría en convertirse cabeza de la Revolución y hombre fuerte de la política egipcia, fueron ilegalizados junto con los demás partidos políticos en 1953, lo que le convirtió en objetivo de un grupo escindido de la agrupación abolida cuyos miembros estaban resueltos a asesinarlo. Llegaron incluso a ponderar la la posibilidad de recurrir a un terrorista suicida provisto con un cinturón de dinamita y capaz de acercarse a Nasser lo suficiente para que la onda expansiva lo matara, en lo que fue sin duda uno de los primeros planes de terrorismo suicida de la Historia del Oriente Próximo. No mucho después, el 26 de octubre de 1954, un miembro de los Hermanos Musulmanes llamado Mohamed Abdel Latif intentó asesinarlo recurriendo a un método más tradicional. Disparó ocho balas al líder de los Oficiales Libres mientras pronunciaba un discurso, quien no se inmutó mientras las balas silbaban a su alrededor, reiniciando la palabra como si nada hubiera sucedido, lo que le encumbró su popularidad hasta límites nunca alcanzados, ni antes ni después, por ningún líder del mundo árabe.

El atentado provocó la detención de miles de Hermanos Musulmanes, y en diciembre de ese mismo año seis de sus miembros fueron ahorcados por haber desempañado algún papel en el intento de asesinato. Esta larga noche duró hasta la muerte del rais en septiembre de 1970. Torturas, prisiones, condenas a muerte: de este modo se radicalizó toda una generación islamista, sobre todo bajo la influencia y el magisterio de Sayed Qotb, su máximo ideólogo después de Hassan Al-Banna, cuyos escritos son colocados por los islamistas modernos casi a la misma altura que los textos del Profeta, y que fue ejecutado el 26 de agosto de 1966 acusado de conspiración contra el Estado.

Hassan Al-Banna
Los Hermanos Musulmanes recuperaron una cierta legalidad con el sucesor de Nasser, Annuar el-Sadat, quien los utilizó en su lucha contra los restos del nasserismo y la izquierda egipcia. Su organización volvió a crecer, pero tuvo que competir con otros grupos islamistas que comulgaban ya directamente con la violencia. Esta situación se prolongó durante más de veinte años, creando unas condiciones favorables para el desarrollo de las redes controladas por los Hermanos, sobre todo en las organizaciones profesionales (abogados, ingenieros, docentes, funcionarios, etc.) y en las asociaciones benéficas del Bajo Egipto agrícola.

Después de desvincular a Egipto de la tradicional alianza con la Unión Soviética y acercarse a Estados Unidos, el-Sadat fue el primer líder árabe en visitar Israel y hasta tener el atrevimiento de dirigirse al plenario de la Kneset, adquiriendo el compromiso de reconocer al estado judío, promesa que permitió la firma de los Acuerdos de Paz de Camp David, por los que Egipto fue el primer país árabe en sellar una paz duradera con Israel, lo que fue interpretado por los islamistas de todos los países árabes como la gran “traición” al islam, de tal modo que Egipto tuvo que soportar el aislamiento que le aplicaron las naciones árabes, hasta el extremo de decretar el traslado de la sede de la inoperante Liga Árabe de El Cairo a Túnez.


Anuar el-Sadat, Carter y Beguin firmando el Tratado de Paz de Camp David

Conforme la situación económica empeoraba, la oposición al régimen de El-Sadat se recrudeció y su Gobierno tuvo que recurrir nuevamente a la represión, especialmente contra los focos de resistencia islamistas, hasta que fue asesinado por militares de esa tendencia durante el desfile militar del 6 de octubre de 1981.

Anuar el-Sadat (1970-1981)

Vídeo con el asesinato de Annuar el-Sadat:


El Corán contiene al menos setenta y nueve versos de condena a los faraones (¡anteriores en miles de años al nacimiento del islam!), de modo que los islamistas más radicales abogaban por emplear la violencia contra “los faraones tardíos” que tenían en sus manos el gobierno de las naciones musulmanas. Khalid al-Islambuli, el militar cuyos disparos mataron en el acto al presidente Sadat era uno de estos. Su grito de victoria cuando cometió el magnicidio (¡He matado al faraón!) era también una proclama de la licitud moral, según la ley islámica, del asesinato que acababa de cometer.

Seis meses más tarde, en abril de 1982, cinco de los acusados serían condenados a muerte por el papel desempeñado en el asesinato de Sadat: Khalid al-Islambuli, sus tres cómplices militares, y su cabecilla ideológico, un electricista llamado Abd al-Salam Faraj. Estas ejecuciones convirtieron en mártires a los asesinos de Sadat, de modo que durante las dos décadas siguientes los islamistas, a cuya cabeza seguían los Hermanos Musulmanes, continuaron realizando sus campañas, frecuentemente violentas, contra el Gobierno egipcio, en lo que no era sino una incesante apuesta por convertir la República Árabe de Egipto, laica y nacionalista, en la República Islámica de Egipto, que era el gran objetivo de Mursi, de no haber sido apeado del poder por los militares.

A pesar de haber perdido algunas batallas en su “esforzado combate por Alá”, los islamistas egipcios confiaban, con su paciencia habitual, que al final conseguirían imponerse. Los valores islamistas empezaron a extenderse por todas las sociedades árabes, y cada vez son más los jóvenes que deciden dejarse crecer la barba y las mujeres que se tocan la cabeza con pañuelos y se cubren el cuerpo entero con las vestimentas aprobadas por la clerecía de las mezquitas, de tal modo que la cultura laica inició un proceso de retroceso ante el resurgir del islamismo, cuyo empuje no sólo se mantiene en la actualidad sino que cada día cobra más fuerza.

Yihadistas en Siria

Escaparate de un comercio de Alepo. Foto tomada en noviembre de 2010

Mujeres de Hama en el año 2010

Durante los casi treinta años del largo gobierno de Hosni Mubarak en los que continuó en líneas generales la política de su antecesor, trató de mantener el equilibrio entre la posición árabe tradicional y las buenas relaciones con Israel y los Estados Unidos, mientras la oposición de los Hermanos Musulmanes se mantuvo a la espera, perfeccionando su red de organizaciones paralelas y acrecentando su influencia en la sociedad egipcia, cada vez más descontenta con el estancamiento económico y la situación de auténtica pobreza en que vive más de la cuarta parte de la población egipcia, al tiempo que la corrupción y la venalidad campaban por sus respetos a lo largo y ancho del país del Nilo. Baste decir que la fortuna personal de Hosni Mubarak ha sido estimada en unos 70.000 millones de dólares, mientras que el 40% de los ochenta millones de egipcios viven con dos dólares o menos al día. 


Hosni Mubarak

Gigantesca manifestación contra Mubarak en la Plaza Tahir de El Cairo

Y con esto, llegamos a la “primavera árabe” y a las grandes manifestaciones que acabaron con la “era Mubarak” cuando Washigton retiró al rais su apoyo, como ya hizo en 1979 con el sha Reza Phalevi de Irán. Es importante señalar que cuando estalló la que bien podríamos llamar la “Revolución de los Jóvenes” en Egipto, hace más de dos años, los Hermanos Musulmanes se mantuvieron al margen, conscientes de que una eventual caída de Mubarak les daría el poder en las urnas gracias su cuidado aparato propagandístico y a la implantación de sus redes a lo largo y ancho de la tierra egipcia. En aquella primera revuelta, los muertos de la Plaza Tahir no fueron precisamente islamistas, sino representantes de la inmensa mayoría egipcia, sobre todo de los sectores más jóvenes de la población, que apostaba por una liberalización del régimen radicalmente opuesta a la política de islamización forzosa que llevó a cabo el gobierno de Mursi, siguiendo la ideología defendida por los Hermanos Musulmanes.

Como escribe Haizam Amirah Fernández, especialista en asuntos del Próximo Oriente del Real Instituo Elcano: “Mursi será recordado como el primer presidente de Egipto elegido democráticamente, pero también como el presidente que dividió al país entre detractores y fieles en un tiempo récord. A pesar de que la elección de Mursi se decidió en las urnas, muchos egipcios vieron que las decisiones importantes no las tomaba él, sino el Guía General de la Sociedad de los Hermanos Musulmanes, Mohammed Badie (o Badia), junto con la Oficina del Guía (maktab al-irshad). La también conocida como Oficina de Orientación, el principal órgano ejecutivo de la Hermandad, integrada por una docena y media de miembros que en ningún momento fueron elegidos democráticamente por la población egipcia, pero que tenían la última palabra en las decisiones de la presidencia del país...”

Mohamed Badia, actual líder supremo de los Hermanos Musulmanes de Egipto

“Los Hermanos Musulmanes entendieron que, tras la “revolución” de 2011 contra Mubarak –que ellos no iniciaron y a la que tardaron en sumarse–, su victoria en unas elecciones democráticas les otorgaba la legitimidad suficiente para gobernar y legislar como les viniera en gana. Ese fue un error de cálculo muy grave que ha llevado al país a una situación límite..”

“Resulta irónico que Mursi durante un solo año de gobierno hiciera más por desacreditar a los Hermanos Musulmanes que los presidentes Mubarak, Sadat y Naser durante décadas de exclusión y mano dura. En lugar de resolver los graves problemas socioeconómicos existentes, Mursi y la Oficina del Guía se dedicaron a crear otros problemas y a dificultar la convivencia en el país.

“Los dirigentes de los Hermanos Musulmanes egipcios de hoy son una herencia de décadas de dictadura. La opacidad, la obediencia, el sectarismo, la paranoia, el victimismo y la distorsión son parte de su doctrina y cosmovisión. La táctica de los seguidores de Mursi de equiparar a los opositores con los nostálgicos de Mubarak, o de argumentar que oponerse al gobierno islamista es un ataque contra el islam, ha aumentado la tensión social y dificultado una salida dialogada a la crisis política.

“El futuro del islam político se juega ahora en Egipto. Dependiendo de cómo evolucionen los acontecimientos, el islam político que salga del trauma provocado por la caída de Mursi oscilará entre la moderación y la inclusión o el radicalismo y la clandestinidad”.

Islamistas egipcios partidarios de Mursi

Disturbios en El Cairo

Incendio del edificio de Gobernación, en Gizah





El Ejército blinda los accesos a la Plaza Tahir antes de las manifestaciones convocadas por los Hermanos Musulmanes el "Viernes de la Ira"



La violencia de los últimos acontecimientos me inclina a pensar que ocurrirá lo segundo y que la Hermandad de los Hermanos Musulmanes será nuevamente ilegalizada y encarcelados sus principales líderes, sobre todo después de ver esta tarde las imágenes del desalojo en El Cairo por las fuerzas de seguridad egipcias de la Mezquita Fath, donde se habían refugiado centenares islamistas y muchos de los más altos dirigentes de los Hermanos Musulmanes, entre los que se encontraba el hermano de Aymán Al-Zawahirí, el líder máximo de Al-Qaeda y sucesor de Ben Laden, lo que prueba con absoluta evidencia la conexión entre los Hermanos Musulmanes y la matriz del terrorismo islámico salafista. Aunque el hecho que mejor ilustra el abismo de odio que hoy sacude la sociedad egipcia sea la imagen de los partidarios de Mursi, muchos de ellos mujeres veladas, que abandonaron la Mezquita Fath protegidos por las fuerzas de seguridad para evitar que fueran linchados por la multitud congregada, furiosa hasta el paroxismo contra el islamismo radical que representa la Hermandad Musulmana. 

Un conocido aforismo atribuido a atribuido a Harry Kisinguer dice que “en Oriente Próximo no se hace la guerra sin Egipto ni la paz sin Siria". Por eso, dedicaré mi próxima entrada, con la que cerraré definitivamente esta serie, a volver la mirada a Siria con la luz procedente de Egipto, para establecer algunas comparaciones últimas que considero fundamentales y dejar expresa constancia de mis conclusiones finales.

©  Copyright José Baena Reigal

Patrulla militar en la Plaza Rabaah al-Adawiya, durante el "Viernes de la Ira"

Mezquita Rabaah al-Adawiya después del asalto realizado por las Fuerzas Armadas
para desalojar a los islamistas que se refugiaron en ella 

Improvisado depósito de cadáveres en la Mezquita Al-Eyman de El Cairo




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