sábado, 31 de mayo de 2014

                       Roma, peligro para caminantes 



Ante el cartel de la exposición de Rodin en el
Museo Nazionale Romano Terme di Diocleziano

En la terraza con mis sobrinos y Stella, la perrita


Via del Corso a primeras horas de la mañana

Transeúntes madrugadores

Antes que nada quiero enviar un afectuoso saludo a todos los amigos de Facebook y a los seguidores de mi blog. Ya estoy instalado nuevamente en mi casa de Torremolinos, casi preparado para disfrutar del verano, que por aquí abajo ya ha llegado, aunque sin sus rigores. Pero antes de su inicio estacional me espera otra gran ciudad que todavía no conozco: Londres, hacia donde partiré en unos pocos días.

Ahora es tiempo de remansar los recuerdos de los recientes días vividos y para ello no hay nada mejor que repasar las fotos, todavía calentitas y pasarlas al ordenador en la misma secuencia de mi deambular por el reciente periplo italiano, centrado nuevamente en Roma, la ciudad que más me apasiona conforme mejor la conozco, que es, lo tengo sobradamente comprobado, bastante más que la mayoría de los propios romanos.

Iglesia de San Giacomo in Augusta

Italianísimo: Fiat 500 en Largo dei Lombardi, junto al Corso 

Esquina del Palacio de la Militar y Soberana Orden de Malta, en Via Condotti

Asador de castañas en la elegante Via Condotti, un contraste muy romano

Cuando ahora mismo escribo, siento por dentro la presencia innumerable del espacio siempre pre-sentido, con-sentido, deseado, soñado, polo de atracción de la humana belleza, porque es síntesis de cultura, filosofía, vida humana civilizada legislada por el Derecho y sede de los esplendores del Arte en esa soberbia ubicuidad que confiere a Roma su condición especial: la de ser el modelo original. Tanto es así que convierte en copias a las otras ciudades que hoy son también capitales nacionales de los Estados europeos. Para que nos demos una idea de la desproporción, bastará considerar que el centro histórico de Roma es cinco veces mayor que el de París y diez veces el de Viena.


Octavio Augusto, fundador del Imperio Romano como Pontífice Máximo. Escultura encontrada
en Via Labicana y expuesta en el Museo Nazionale Romano - Palazzo Massimo alle Terme

En la mejor compañía. Junto a Octavio Augusto del Palazzo Massimo

La sobria y serena nobleza del Príncipe o Primero en el Senado, título concedido al Augusto

La celebración en este año 2014 del bimilenario de la muerte de Octavio Augusto también nos sirve para comprender la distancia a la que me refiero. Roma es el lugar donde se cruzan o convergen los caminos, puesto que todos conducen a la Ciudad que después de convertir al Mediterráneo en un lago interior, Mare Nostrum, se entronizó como centro visible de la Iglesia Católica ¡y Romana, no lo olvidemos!, urbe del mundo y capital de la Historia del del Arte por antonomasia, aunque también sea cittá aperta, ciudad jamás ensimismada en su propia contemplación narcisista, la única que es "urbi et orbi", esa Roma amada, tan pagana como cristiana, a la que siempre regreso desde que su ámbito me enamoró completamente hace casi treinta años.

Escalinata de la Trinità dei Monti con los primeros visitantes

Inicio de la escalinata en Piazza di Spagna

Vista de las terrazas romanas desde Viale Trinità dei Monti

Basilica di San Ignazio

Capilla de la Anunciación de María

Las fotos de esta entrada, así como las que incluya en las tres que seguirán, son frutos del recorrido hecho en un solo día: el lunes 12 mayo. Me ha movido la voluntad de testificar gráficamente el festival inabarcable que el caleidoscopio romano supone para el ojo, sin que el visitante deba esforzarse lo más mínimo, siempre, claro está, que sepa organizar adecuadamente sus pasos.

Es cierto que a las siete de la mañana (en Roma amanece una hora y cuarto antes que en Málaga), ya estaba yo cámara en ristre deambulando por el Corso y sus aledaños para sorprender algunos rincones en soledad, antes de que el tránsito de los turistas entorpeciera mi propósito de no ser estorbado por la presencia de la gente. Porque, sí, Roma está siempre rebosante de gente, avalanchas de turismo que se mueven por la ciudad al paso marcial que les marcan los guías, algo que va contra la naturaleza misma de como debe visitarse una ciudad con tanta belleza para el disfrute sosegado, que les lleva a mirar, pero sin ver, porque la cantidad siempre irá en menoscabo de la calidad. Menos mal que, como los rebaños, los turistas siguen siempre los mismos itinerarios previsibles, mientras que la mayor parte de la ciudad sigue estando despejada para el uso y disfrute de quien sepa abordarla con sabiduría. 

Hornacina con Madonna en Vicolo della Spada di Orlando

Fuente pública en Vicolo della Spada di Orlando



Frente al espejo, en Via degli Orfani

Panteón y Piazza della Rotonda







Santa Maria Maddalena dei Camillani

Decoración de la bóveda

Apoteosis barroca

Para no equivocarse en Roma, lo mejor es seguir los consejos del gran Rafael Alberti, quien con su inimitable gracia gaditana dejó en su poemario “Roma, peligro para caminantes” los consejos siguientes:


                   Trata de no mirar sus monumentos,
      caminante, si a Roma te encaminas.
      Clava cien ojos, clava cien retinas,
      esclavo siempre de los pavimentos.

      Trata de no mirar tantos portentos,
      fuentes, palacios, cúpulas, ruinas,
      pues hallarás mil muertes repentinas
      ―si vienes a mirar―, sin miramientos.

      Mira a diestra, a siniestra, al vigilante,
      párate al ¡alto!, avanza al ¡adelante!,
      marcha en un hilo, el ánimo suspenso.

      Si vivir quieres, vuélvete paloma;
      si perecer, ven, caminante, a Roma,
      alma garaje, alma garaje inmenso.


Piazza San Bernardo, junto a Santa Maria della Vittoria

Paloma en la Plaza de San Pedro

Tienda de reproducciones artísticas y souvenirs en Via Torino 92









En Roma es aconsejable caer en todas las tentaciones. En Paticceria Dagnino, por ejemplo, en Galleria Esedra, entre via Torino
y Via Vittorio Emanuele Orlando  

martes, 6 de mayo de 2014


 A MARÍA VICTORIA ATENCIA,
 APRESURADO HOMENAJE



La poeta malagueña María Victoria Atencia gana el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. La escritora se convierte en la primera española en ganar este importante galardón y la cuarta mujer en sus veintitrés ediciones.




Cada época mira el arte de forma distinta y pide de él cosas distintas. Esto es verdadero no solo cuando observamos que escritores venerados por una generación caen en un total olvido por la generación siguiente, sino también cuando nos preocupamos por analizar la diversidad de exigencias que en un breve lapso de tiempo han podido satisfacer los mismos escritores. Por otra parte, sabemos que un poeta que perdura no habla (tampoco calla) siempre de idéntica manera, pero la única manera que el poeta tiene de servir a la verdad es intentando expresar su propia verdad, la verdad de una época, lo que no excluye que también sea la verdad de otras épocas, en caso de que se trate de un gran poeta. Este es el caso de María Victoria Atencia. Actual y siempre en la mejor tradición, original y universal, sus libros, sus poemas son su propio mundo interior, al mismo tiempo que abarca todo el mundo, que no podía estar completo hasta que es recreado por la mirada tan femenina, tan especial, tan serenísima de María Victoria.


Como no podía dejar de ser en una poeta de Málaga, el malagueño mar cotidiano aporta materialidad plástica a su visión para ofrecer los frutos del erotismo de todos los sentidos. El calor del sol y el tacto del agua recuerdan la existencia del cuerpo. Y el cuerpo, asiento de belleza y recuerdo de fugacidad, será siempre presencia inmediata en la poesía de María Victoria Atencia frente a los perfiles terrenales.

          El tráfago del muelle
          a una luz se despierta.
          Retornan los pesqueros
          desde sus marcaciones
          y los remolcadores
          taimadamente escoltan
          a un carguero rojizo
          de hierro y maquinaria.
          Las seis y media en punto:
          mi noche ya no cuenta.







María Victoria Atencia pertenece a la generación del 50. Con dos notables particularidades: en primer lugar, la de su aislamiento malagueño y su identificación con el grupo Cántico, marginado por la dominante poesía social y recuperado en la década de los setenta por los novísmos y más concretamente por Guillermo Carnero. Como en la mayor parte de los poetas de la generación de los 50, en la poesía de María Victoria Atencia apenas si hay alguna esporádica referencia a la guerra. Ella se alimenta de la realidad que vive y sueña cada día, una realidad percibida autográficamente, pero percibida con una sensibilidad femenina, nunca feminista. La otra peculiaridad es que su poesía no solamente no es un rechazo de tradiciones anteriores, sino que las abarca a todas, así como su decidida y ya mencionada identificación con el grupo Cántico. Todo lo más que puede decirse es que su poesía se produce como resultado de una experiencia interior, de una estilización hacia la plenitud, de la utilización de un lenguaje que la constituye en un clásico contemporáneo.



La aventura literaria de María Victoria Atencia comienza cuando inicia su singladura la revista de poesía Caracola y ella conoce a Alfonso Canales, quien durante años orientará sus lecturas y leerá sus borradores, y a Bernabé Fernández-Canivell, que le abre su biblioteca, la acoge en las páginas de Caracola, la va poniendo en contacto con las personas o las obras que podían constituir un estímulo para ella y la inicia en la formación de su propio juicio crítico. “Por Bernabé –dice María Victoria- conocí la obra de Hopkins y la de Eliot. Por él tuve correo de Cernuda y de Juan Ramón. [...] Le debo mi personal conocimiento de Dámaso Alonso, de Vicente [Aleixandre] y de don Jorge [Guillén]”.

Por su parte Bernabé, mi entrañable Bernabé de imborrable recuerdo, diría muchos años después: “Conocí a María Victoria Atencia allá por el 53, a sus veintidós años. Comenzaba ella a escribir y había publicado ya un breve cuadernos de poemas en prosa. Una tarde, en el intermedio de un concierto en la Sociedad Filarmónica, me dio a leer un soneto suyo, el primero que escribía y que despertó mi interés por su intensidad y perfección formal. Era María Victoria una muchacha guapísima y aún recuerdo aquel momento y el comienzo del soneto aquél”.



Vicente Aleixandre la describe con palabras bellísimas: “Siempre recuerdo aquellas espumas blancas de las que parecía ella surgir en el primer día de nuestro conocimiento. Una adolescente delicada pero irradiante que parecía sonreír desde un futuro prometido. Es que algo se le anunciaba: el nacimiento de un resplandor y de una oscuridad al mismo tiempo, entre los que ella encerraría y revelaría la significación de la vida, con una palabra inconfundible”. Y Dámaso Alonso: “Me produce una intensísima emoción”. Y Jorge Guillén: “¡Ah, María Victoria Serenísima!”. Y María Zambrano: “La perfección, sin historia, sin angustia, sin sombra de duda, es el ámbito –no ya el signo sino el ámbito- de toda la poesía que yo conozco de María Victoria Atencia".


Los conocí a todos y los respeté a todos como se respeta a los maestros. Forman parte de mi. Queda ella. Solamente espero y deseo que María Victoria Atencia nos dure y siga alumbrándonos con su serenidad de diosa, con su presencia amable. Y con el regalo de sus versos radiantes.








 

sábado, 3 de mayo de 2014


UN BORRÓN EN TOLEDO, O EL ARTE DE SOSTENELLA Y NO ENMENDALLA.






Durante la visita que realicé a Toledo hace unas semanas para ver las maravillosas exposiciones con las que se conmemora el cuarto centenario de la muerte de El Greco, incluí en mi programa, ¿cómo no?, la visita a la Sinagoga del Tránsito y a su Museo Sefardí, que realicé el día 28 de marzo.

Nada más acceder a la gran sala de oración de la Sinagoga me llevé la desagradable sorpresa de encontrar un mural de gusto más que dudoso que atravesaba la nave de lado a lado, impidiendo la visión del espacio frontal, donde tres preciosos arcos lobulados abren el hueco que sirve para guardar los royos de la Torah. Se trata del muro que contiene las más bellas yeserías mudéjares que sirven de ornato al singular conjunto. No hace falta más que ver las fotos que adjunto para darse cuenta del desaguisado estético que supone la colocación del enorme mural en semejante entorno.







Sin reponerme del asombro por la mala disposición de la obra, que adosada a la pared no provocaría a la mirada tan impactante sensación de rechazo, me acerqué para ver de qué trataba aquella burda imitación del Guernica de Picasso, pero con colorines. Mi mi sorpresa se trocó en indignación cuando reparé en el título del engendro: “SOAH (GRAN DESGRACIA) 1492-1945. EN MEMORIA DE LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS ESPAÑOLES Y DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO”.

¿Por qué 1492? ¿Es que los judíos no fueron perseguidos en Europa antes de ese año? ¿Acaso cabe comparar el exterminio masivo de los judíos realizado por el III Reich hitleriano, hace apenas unas décadas, con la expulsión llevada a cabo en España quinientos cincuenta y tres años antes? ¿Cómo era posible que el Ministerio de Cultura fuese el responsable último de semejante barbaridad?

El mural "Soah" de Wolf Vostell en la Sinagoga del Tránsito

1492.1945. EN MEMORIA DE LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS ESPAÑOLES
 Y DE LAS VÍCTIMAS DEL HOLOCAUSTO



La foto viene delimitada en su parte inferior por el mural,
que impide la visión del conjunto

Cuanto más miraba el mural de marras, más crecía mi malestar. Si para cualquiera resulta evidente que la visión de la sala principal del monumento no será posible hasta que retiren semejante anomalía, tampoco ofrece dudas que la categoría artística del mural ni su autor merecen ocupar ese espacio museístico y mucho menos con ese alarde, entre cateto y sectario, de tratar a una obra menor como si fuera la mismísima Rendición de Breda y a su autor, Wolf Vostell, como si fuese Velázquez.

Posteriormente he podido saber que Vostell tiene un museo en Malpartida, provincia de Cáceres, donde se guarda, según dice el folleto informativo, “un abundante número de cuadros-objetos, dibujos, proyectos escultóricos y fotografías de documentales y partituras de la actividad happenística vostelliana durante los años sesenta, que permiten acercarse a las grandes líneas de trabajo que guiaron la producción creativa de este artista”. Sobra decir que no tengo la más mínima intención de visitar semejante museo, ya que con la visión fotográfica de las obras que aparecen en el folleto y el, panel de marras de la Sinagoga tengo más que bastante para enjuiciar la obra de Wolf Vostell, al que considero más experto en las prácticas de marketing que en las puramente artísticas.

Wolf Vostell (1932-1998)

Mueso Vostell, en Malpartida, provincia de Cáceres



"Mural" de Vostell, en su Museo de Malpartida

Como el tinglado toledano está instalado en un espacio museístico perteneciente al Estado y su montaje ha sido costeado con dinero público, quise manifestar mi desagrado por el lastimoso espectáculo ofrecido en la hoja de reclamaciones preceptiva, voluntad que fue amablemente atendida por los funcionarios, quienes, ante mi requerimiento, me ofrecieron el formulario de quejas del Ministerio de Cultura, en el que escribí:

Llama la atención inmediatamente la aberración que supone colocar el mural de Vostell tapando la visión del muro principal de la Sinagoga, donde está ubicada la Torah. Por otra parte, resulta impresentable que en un espacio perteneciente al Ministerio de Cultura de España, se compare un hecho reprobable desde nuestra perspectiva histórica actual, como fue la expulsión de los judíos, con el Holocausto, algo sencillamente monstruoso. Equivale comparar a los Reyes Católicos con Adolfo Hitler”.

Antes de que se cumpliera el vencimiento de los veinte días hábiles que la unidad de gestión correspondiente disponía, según lo establecido, para responder a mi queja, recibí un escrito con membrete del Ministerio de Cultura, Dirección de Bellas Artes y Bienes Culturales, en el cual D. Santiago Palomero Plaza, Director de los Museos Sefardí y Greco, se dirigía a mi en los siguientes términos:

Toledo, 31 de marzo de 2014

Estimado Sr.:

Le agradecemos que se haya puesto en contacto con nosotros para expresarnos su opinión sobre el cuadro del artista alemán Wolf Vostell que se expone en la Sala de Oración.

Sobre su meja, deseamos indicarle que, aunque desde el fondo dela Gran Sala no es posible disfrutar del conjunto, al hejal se accede sin problemas, por los dos huecos laterales y una vez que el visitante se sitúa a uno u otro lado del cuadro, el frontal aparece en todo su esplendor.

Además, la situación de la obra Soah no es inocente, sino que pretendemos que los visitantes comparta con nosotros esta pregunta: ¿Puede haber arte, después del Holocausto? Y buscar respuesta juntos.

Por lo que respecta al título del cuadro, y que da nombre a la exposición, fue elegido por el autor y nosotros lo hemos respetado.

Muchas gracias y un cordial saludo”.




No hace falta releer el texto que acabo de transcribir para darse cuenta de que la actitud del Sr. Palomero Plaza es la previsible en un burócrata de la administración pública española: “sostenella y no enmendalla”, ya que deja sin respuesta mi queja y justifica la tropelía con argumentaciones más propias de Pero Grullo que de un alto cargo del Ministerio de Cultura.

Por muy pocas neuronas que se tenga, resulta evidente para cualquiera que si se coloca un obstáculo delante de cualquier objeto, bastará situarse al otro lado de ese objeto para acceder a la visión del mismo, aunque, como es el caso, no sea posible contemplar, ni fotografiar siquiera, la totalidad del hejal a causa de la proximidad del dichoso panel, que impide a la mirada la percepción del conjunto porque el ángulo de visión queda muy reducido.



Detalles de las yeserías mudéjares tapadas por el mural de Vostell

Nada dice de por qué una obra de Vostell ha merecido el honor de ser expuesta en semejante ámbito, pero el remate del despropósito está cuando hace suya la retórica y disparatada pregunta, que he visto formulada en otros contextos, de si puede haber arte después del Holocausto.

No hace falta ser historiador, licenciado en Bellas Artes ni especialista en nada para responder con la obviedad de que basta mirar las obras de los artistas posteriores a 1945 para saber que los pintores siguen pintando, los escultores realizando sus obras y los arquitectos ejecutando sus proyectos. Afortunadamente, ha habido arte después de cualquier guerra o catástrofe, lo hubo después de Hiroshima y Nadasaki y lo seguirá habiendo, mejor o peor, mientras los seres humanos no hayan sucumbido completamente a la animalidad. El mero hecho de formular esta pregunta, tan retórica como idiota, elevándola a la categoría de duda existencial o metafísica, como si estuviésemos ante el “to be or no to be” hammletiano, da idea de la vaciedad argumental de quien ha tomado la decisión de colocar el artefacto de Vostell en medio de la sala de oración de la Sinagoga del Tránsito.

Dice también que la idea de situar esa muestra “de la actividad happenística vostelliana” en medio de la nave “no es inocente”. Pues claro que no lo es. Todavía peor que eso, resulta demagógica y tendenciosa. Emparejar los años 1492 y 1945 como hitos comparables de un mismo expolio al pueblo judío resulta aberrante desde cualquier perspectiva histórica que elijamos, porque supone una ucronía rampante homologar de manera caprichosa dos hechos separados entre sí por casi seiscientos años. Los judíos fueron discriminados en Europa desde los primeros tiempos de la Diáspora, por lo que señalar a España como primer eslabón de la “Soah” es una falacia inexacta y tergiversadora, que las autoridades culturales españolas no debieron de tolerar, ya que, como manifiesto en mi escrito de queja, supone emparejar a los Reyes Católicos con Hitler. Nada más y nada menos.



Escudo de la Corona Castellano-leonesa en tiempos de Pedro I

Aceptar como argumento que el título del cuadro y su correspondiente leyenda fueron elegidos por Vostell raya con la lógica del esperpento, que para nuestra desgracia, campea por sus respetos gracias a la Ley de la Memoria Histórica, por la que impunemente se falsean los hechos históricos por razones de oportunismo político, como siempre ha ocurrido en los regímenes totalitarios.

Por eso, ante las decisiones atrabiliarias tomadas desde las instancias públicas, en cualquier país democrático cabe exigir responsabilidades y decirle al Sr. Palomero Plaza que en su casa y con su patrimonio haga lo que le venga en gana, pero no con el dinero de los contribuyentes. ¡Faltaría más!

Escudo de España en tiempos de los Reyes Católicos,
en la iglesia toledana de San Juan de los Reyes