domingo, 3 de agosto de 2014

                    
                        ISRAEL Y PALESTINA:
              UN HORROR QUE NO CESA



No hace falta ser católico, cristiano ni tan siquiera creyente de religión alguna para estar de acuerdo con lo que escribe Alejandro Martín Navarro en su artículo “Israel y Palestina: el triste muro de la verdad”, publicado el domingo 3 de agosto, en Sevilla Report. Con este convencimiento y porque no puedo estar más de acuerdo con las ideas expresadas por su autor, he decidido hacer una excepción a mi línea de no insertar escritos ajenos en este Blog y, en consecuencia, transcribirlo íntegramente en esta entrada.

Escribe Martín Navarro:

La verdad requiere una cierta voluntad ascética, una renuncia a la victoria retórica propia de los sofistas. Nietzsche decía que para el filósofo es necesario “matar su voluntad personal y preparar esa completa transformación, ese aniquilamiento de su ser cuyo logro es el sentido verdadero de la vida”.

Diógenes Laercio cuenta que algunos de los diálogos de Sócrates terminaban en pelea callejera. Y alguna vez escuché al profesor José María Prieto contar algo parecido de las universidades medievales. No es de extrañar. A fin de cuentas el ser humano, en el siglo XXI, es capaz de echarse a la calle para darse palizas con los seguidores del equipo de fútbol contrario. Así que no veo nada raro en que los amantes de las ideas se partieran la cara por las calles de Atenas para defender lo que creían sublime, en lo que por supuesto se jugaban su estima pública. Porque al final siempre se trata de esto. Si hay algo constante en la historia de la humanidad es la fuerza destructiva del ego, que en la tradición religiosa se llama pecado y que vive de un reconocimiento falso, construido a partir de la victoria, física o simbólica, sobre el otro. A la inversa, nada tan raro como la virtud: la más importante, la humildad, aparece cuando dejamos de valorar ese constructo de todo cuanto creemos ser (nuestra imagen, pensamientos, respetabilidad, inteligencia, todo aquello que pensamos y decimos) y comenzamos por lo que no somos nosotros mismos: por el otro.

Esto es así en términos generales, y lo pensaba estos días a propósito de lo que está sucediendo en Gaza. El hecho mismo –las bombas, los escombros, los huérfanos y los mutilados– son una realidad a la que valdría aplicar la bella expresión escolástica en que se unen la inteligencia y las tripas: repugna a la razón. Porque la razón no es otra cosa que la repugnancia ante aquello que niega el carácter absoluto de la verdad. Mientras el mundo no sea un Reino de Dios, la humanidad anda alienada y desterrada en la historia. Mientras en el mundo los niños mueran en las guerras, ser revolucionario es la única postura moral posible. El problema es, por supuesto, la interpretación que damos a todo desde nuestra fijación egocéntrica, desde el prisma de aquello que consideramos “nuestro”. Así, si hablo de Reino de Dios, los agnósticos levantarán la ceja; si hablo de revolución, los conservadores se imaginarán una estrella roja y un tipo empuñando un AK-47. Hay un triste muro alzado delante de cada uno de nosotros para proteger nuestro pequeño mundo de ilusiones, medias verdades y dogmas mezquinos.

En nuestro país, y temo que el problema pueda extrapolarse, mutatis mutandis, a otros contextos, el antisionismo se ha convertido en una insignia izquierdista, extensión del antiamericanismo: el Estado de Israel, financiado por el demonio capitalista, es un régimen exterminador que utiliza su potencial bélico para destruir a un pueblo pobre y oprimido. Un microcosmos que dramatiza la lucha universal de los débiles contra el fasciocapitalismo. Frente a esta visión ha ido construyéndose otra, en el lado liberal-conservador de la sociedad, que defiende a Israel como el único estado democrático de la zona, el único que mantiene el sufragio universal y el imperio de la ley en un contexto de legitimación institucional, al que se enfrentan radicales teocráticos que anhelan la desaparición física de los judíos y el dominio islámico del mundo.

¿Quién tiene razón? Ambos, en realidad, con matices e incursiones en la postura contraria. Comprender la situación de Palestina obliga a documentarse, a conocer toda la problemática histórica, religiosa, económica y geoestratégica, a considerar todos los puntos de vista, y desde ahí producir una verdad en movimiento con la propia historia. Nada de esto ocurre. Hay una toma de postura previa, que se da en un nivel emocional, y que literalmente puede considerarse un pre-juicio. Siendo así que ambos puntos de vista toman una posición narcisista, el acceso a la verdad y a la comprensión queda eclipsado. Parafraseando a Ortega, es como si dos personas, contemplando el mismo paisaje desde dos extremos, se pelearan por defender que su punto de vista es el único verdadero. Y lo que es más grave: en el fondo, a ambas posiciones la realidad de los hechos les importa mucho menos que el triunfo dialéctico de su propio ego. Es decir, que la solución al problema se difumina ante el valor de la propia victoria ideológica.

Nada puede cambiar si el hombre no nace de nuevo. Lo dice el Evangelio. Y, por supuesto, lo dice también a aquellos para quienes el Evangelio está en el otro lado del muro de la verdad”.




A la semana justa de que apareciera el artículo anterior, el escritor y Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa publicó el pasado domingo un artículo sobre el conflicto palestino-israelí titulado "Entre los escombros" en el diario El País, cuya lectura juzgo imprescindible.

No conozco a nadie que pudiendo vivir en una espléndida torre de marfil apartada del mundanal ruido, construida a base de la mejor literatura contemporánea, esté tan comprometido con la realidad nuestra de cada día y sea tan libre de expresar, con un rigor lógico y ético difícilmente superable, su juicio crítico sobre los conflictos que afligen a este mundo turbio en el que sobrevivimos, conteniendo a duras penas las ganas de vomitar todos aquellos que no comulgamos con la simplificación de que todo es blanco o es negro y que, por consiguiente, en este largo conflicto existan buenos y malos, jaleando a uno u otro bando según les dicte su inconsciencia o el sectarismo más ruin, que tanta afinidad tiene con el fanatismo religioso que convierte las tierras israelíes y palestinas en geografía teológica. 

Como reconoce Amos Oz, uno de los escritores  israelíes contemporáneos más influyente en la vida política y cultural de Israel: “No hay que elegir entre estar a favor de Israel o de Palestina, hay que estar a favor de la paz”. El problema, como lo plantea este esforzado defensor de la negociación realista entre palestinos e israelíes para llegar a una paz duradera, "reside en que ambas reivindicaciones, la judía y la palestina son legítimas, por lo que no queda otra vía que llegar a un acuerdo, término que para ciertos sectores radicales, tanto israelíes como palestinos, significa concesión, renuncia o traición".


Por mantener esta posición, Amos Oz ha recibido muchas críticas de los sectores conservadores de derecha y ultraderecha en Israel, en los cuales lo califican de traidor. A este respecto dice: “Traidor es quien cambia a ojos de aquellos que odian cambiar y no pueden concebir el cambio, a pesar de que siempre quieran cambiarle a uno. En otras palabras, traidor, a ojos del fanático, es cualquiera que cambia (…) No convertirse en fanático significa ser, hasta cierto punto y de alguna forma, traidor o ojos del fanático. El cambio es, en este sentido, una opción de vida; lo contrario sería intransigencia o fanatismo".

Amos Oz

Amos Oz se confiesa experto en fanatismo comparado ya que le tocó vivir en carne propia el drama de la formación del Estado de Israel desde sus inicios cuando aquel territorio —la Palestina británica— era todavía una colonia; la inmigración de miles de judíos de Europa antes, durante y después del holocausto nazi, además de los judíos provenientes de los vecinos países árabes; y el confinamiento de los refugiados palestinos desplazados de un territorio que histórica, cultural y religiosamente consideraban suyo. 

Su mismo punto de vista es el que defiende Vargas Llosa en su artículo "Entre escombros":

"Escribo este artículo al segundo día del alto el fuego en Gaza. Los tanques israelíes se han retirado de la Franja, han cesado los bombardeos y el lanzamiento de cohetes, y ambas partes negocian en El Cairo una extensión de la tregua y un acuerdo de largo alcance que asegure la paz entre los adversarios. Lo primero es posible, sin duda, sobre todo ahora que Benjamín Netanyahu se ha declarado satisfecho —“misión cumplida” ha dicho— con los resultados del mes de guerra contra los gazatíes, pero lo segundo —una paz definitiva entre Israel y Palestina— es por el momento una pura quimera.

El balance de esta guerra de cuatro semanas es (hasta ahora) el siguiente: 1.867 palestinos muertos (entre ellos 427 niños) y 9.563 heridos, medio millón de desplazados y unas 5.000 viviendas arrasadas. Israel perdió 64 militares y 3 civiles y los terroristas de Hamás lanzaron sobre su territorio 3.356 cohetes, de los cuales 578 fueron interceptados por su sistema de defensa y los demás causaron solo daños materiales.

Nadie puede negarle a Israel el derecho de defensa contra una organización terrorista que amenaza su existencia, pero sí cabe preguntarse si una carnicería semejante contra una población civil, y la voladura de escuelas, hospitales, mezquitas, locales donde la ONU acogía refugiados, es tolerable dentro de límites civilizados. Semejante matanza y destrucción indiscriminada, además, se abate contra la población de un rectángulo de 360 kilómetros cuadrados al que Israel desde que le impuso, en 2006, un bloqueo por mar, aire y tierra, tiene ya sometido a una lenta asfixia, impidiéndole importar y exportar, pescar, recibir ayuda y, en resumidas cuentas, privándola cada día de las más elementales condiciones de supervivencia. No hablo de oídas; he estado dos veces en Gaza y he visto con mis propios ojos el hacinamiento, la miseria indescriptible y la desesperación con que se vive dentro de esa ratonera.







La razón de ser oficial de la invasión de Gaza era proteger a la sociedad israelí destruyendo a Hamás. ¿Se ha conseguido con la eliminación de los 32 túneles que el Tsahal capturó y deshizo? Netanyahu dice que sí pero él sabe muy bien que miente y que, por el contrario, en vez de apartar definitivamente a la sociedad civil de Gaza de la organización terrorista, esta guerra va a devolverle el apoyo de los gazatíes que Hamás estaba perdiendo a pasos agigantados por su fracaso en el gobierno de la Franja y su fanatismo demencial, lo que lo llevó a unirse a Al Fatah, su enemigo mortal, aceptando no tener un solo representante en los Gobiernos de Palestina y de Gaza e incluso admitiendo el principio del reconocimiento de Israel que le había exigido Mahmud Abbas, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina. Por desgracia, el desfalleciente Hamás sale revigorizado de esta tragedia, con el rencor, el odio y la sed de venganza que la diezmada población de Gaza sentirá luego de esta lluvia de muerte y destrucción que ha padecido durante estas últimas cuatro semanas. El espectáculo de los niños despanzurrados y las madres enloquecidas de dolor escarbando las ruinas, así como el de las escuelas y las clínicas voladas en pedazos —“un ultraje moral y un acto criminal”, según el secretario general de la ONU Ban Ki-Moon— no va a reducir sino multiplicar el número de fanáticos que quieren desaparecer a Israel.

Lo más terrible de esta guerra es que no resuelve sino agrava el conflicto palestino-israelí y es sólo una secuencia más en una cadena interminable de actos terroristas y enfrentamientos armados que, a la corta o a la larga, pueden extenderse a todo el Oriente Próximo y provocar un verdadero cataclismo.

El Gobierno israelí, desde los tiempos de Ariel Sharon, está convencido de que no hay negociación posible con los palestinos y que, por tanto, la única paz alcanzable es la que impondrá Israel por medio de la fuerza. Por eso, aunque haga rituales declaraciones a favor del principio de los dos Estados, Netanyahu ha saboteado sistemáticamente todos los intentos de negociación, como ocurrió con las conversaciones que se empeñaron en auspiciar el presidente Obama y el secretario de Estado, John Kerry, apenas este asumió su ministerio, en abril del año pasado. Y por eso apoya, a veces con sigilo, y a veces con matonería, la multiplicación de los asentamientos ilegales que han convertido a Cisjordania, el territorio que en teoría ocuparía el Estado palestino, en un queso gruyère.

Esta política tiene, por desgracia, un apoyo muy grande entre el electorado israelí, en el que aquel sector moderado, pragmático y profundamente democrático (el de Peace Now, Paz Ahora) que defendía la resolución pacífica del conflicto mediante unas negociaciones auténticas, se ha ido encogiendo hasta convertirse en una minoría casi sin influencia en las políticas del Estado. Es verdad que allí están, todavía, haciendo oír sus voces, gentes como David Grossman, Amos Oz, A. B. Yehoshúa, Gideon Levy, Etgar Keret y muchos otros, salvando el honor de Israel con sus tomas de posición y sus protestas, pero lo cierto es que cada vez son menos y que cada vez tienen menos eco en una opinión pública que se ha ido volviendo cada vez más extremista y autoritaria. (Es sabido que en su propio Gobierno, Netanyahu tiene ministros como Avigdor Lieberman, que lo consideran un blando y amenazan con retirarle el apoyo de sus partidos si no castiga con más dureza al enemigo). Cegados por la indiscutible superioridad militar de Israel sobre todos sus vecinos, y en especial, Palestina, han llegado a creer que salvajismos como el de Gaza garantizan la seguridad de Israel.



La verdad es exactamente la contraria. Aunque gane todas las guerras, Israel es cada vez más débil, porque ha perdido toda aquella credencial de país heroico y democrático, que convirtió los desiertos en vergeles y fue capaz de asimilar en un sistema libre y multicultural a gentes venidas de todas las regiones, lenguas y costumbres, y asumido cada vez más la imagen de un Estado dominador y prepotente, colonialista, insensible a las exhortaciones y llamados de las organizaciones internacionales y confiado sólo en el apoyo automático de los Estados Unidos y en su propia potencia militar. La sociedad israelí no puede imaginar, en su ensimismamiento político, el terrible efecto que han tenido en el mundo entero las imágenes de los bombardeos contra la población civil de Gaza, la de los niños despedazados y la de las ciudades convertidas en escombros y cómo todo ello va convirtiéndolo de país víctima en país victimario.




La solución del conflicto Israel-Palestina no vendrá de acciones militares sino de una negociación política. Lo ha dicho, con argumentos muy lúcidos, Shlomo Ben Ami, que fue ministro de Asuntos Exteriores de Israel precisamente cuando las negociaciones con Palestina —en Washington y Taba en los años 2000 y 2001— estuvieron a punto de dar frutos. (Lo impidió la insensata negativa de Arafat de aceptar las grandes concesiones que había hecho Israel). En su artículo La trampa de Gaza (EL PAÍS, 30 de julio de 2014) afirma que “la continuidad del conflicto palestino debilita las bases morales de Israel y su posición internacional” y que “el desafío para Israel es vincular su táctica militar y su diplomacia con una meta política claramente definida”.

Ojalá voces sensatas y lúcidas como las de Shlomo Ben Ami terminen por ser escuchadas en Israel. Y ojalá la comunidad internacional actúe con más energía en el futuro para impedir atrocidades como la que acaba de sufrir Gaza. Para Occidente lo ocurrido con el Holocausto judío en el siglo XX fue una mancha de horror y de vergüenza. Que no lo sea en el siglo XXI la agonía del pueblo palestino".



Mario Vargas Llosa

Como referencia a la cordura que todavía existe en amplios sectores de la sociedad israelí, Vargas Llosa menciona la ilustre figura de Shlomo Ben Ami, ex-embajador de Israel en España, ex-ministro israelí de Asuntos Exteriores, vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz y autor del libro “Cicatrices de guerra, heridas de paz: la tragedia árabe-israelí”.

En el año 2001 tuve la suerte de conocer a Shlomo Ben Ami en Málaga al mismo tiempo que a Miguel Ángel Moratinos, con ocasión de una conferencia conjunta que ambos pronunciaron en el salón de actos del Rectorado de la Universidad. Como privilegio añadido, tuve la fortuna de compartir almuerzo y charla con ambos. Me impresionaron dos cosas. La primera fue la bonhomía y la brillantez intelectual de Ben Ami. Como contrapunto, la segunda cosa que pude ver fue que la vaciedad neuronal de Moratinos, solamente comparable a su desafiante arrogancia. En cualquier caso, y por motivos radicalmente diferentes, aprendí mucho de aquel encuentro con ambos. Desde entonces supe que Ben Ami, de cara al futuro, representaba una esperanza y Moratinos una seria amenaza.

Schlomo Ben Ami

Para completar en esta entrada mi personal visión sobre el conflicto palestino-israelí, considero necesaria la lectura del artículo "La trampa de Gaza", escrito por Sholomo Ben Ami y publicado el día 30 del pasado mes de julio en el diario El País, en el que aboga por aprovechar el actual desastre como punto de partida para salir de la tragedia y que se pueda abrir paso una salida negociada para la paz.

Escribe Ben Ami:

"La Operación "Margen Protector" de Israel contra Hamás en Gaza es una típica guerra asimétrica como las que caracterizaron casi todos los conflictos de Medio Oriente en estos últimos años. En esta clase de guerras, la victoria siempre es escurridiza.

Sin importar el éxito de la superioridad militar de Israel y de sus sistemas antimisiles, y por más contundente que sea la devastación de Gaza, Hamás sobrevivirá, sin ir más lejos, porque Israel quiere que sobreviva. La alternativa (una anarquía yihadista que convierta Gaza en una Somalia palestina) es sencillamente impensable.

La arrogante retórica del líder de Hamás, Jaled Meshal, no puede ocultar el hecho de que el poder militar de su movimiento recibió un golpe devastador. Pero a menos que Israel esté dispuesto a pagar un alto precio en términos de imagen internacional para ocupar Gaza y destruir totalmente la jerarquía militar y los arsenales de Hamás, este todavía puede proclamar como victoria el hecho de haber sobrevivido a otro enérgico ataque de la colosal maquinaria militar israelí.

En los conflictos asimétricos, la potencia superior siempre tiene problemas con la definición de sus objetivos. En este caso, Israel aspira a restaurar la “calma” con la menor cantidad de bajas civiles palestinas, para minimizar las críticas internacionales. Pero es precisamente en la imposibilidad de lograr ese objetivo donde radica la derrota de la potencia superior en los conflictos asimétricos. Además, “calma” no es un objetivo estratégico, y el método de Israel para conseguirla (una guerra cada dos o tres años) tampoco es particularmente convincente.

Lo que realmente debemos preguntarnos es: suponiendo que Israel consiga la calma que busca, ¿qué pretende hacer con Gaza en el futuro? ¿Y qué pretende hacer con el problema palestino del que Gaza es parte indisoluble?

La cuestión de Palestina está en la raíz de las guerras asimétricas a las que se enfrentó Israel estos últimos años, no solamente contra Hamás, protegido de Qatar en Palestina, sino también contra Hezbolá, representante de Irán en la región. Estas guerras están creando una nueva clase de amenaza para Israel, porque a la dimensión estrictamente militar de los conflictos se añaden cuestiones diplomáticas, de política regional, de legitimidad y de derecho internacional en las que Israel no lleva las de ganar.

Por eso la superioridad militar de Israel pierde efectividad en estos conflictos asimétricos, que son batallas políticas que no se pueden ganar por medios militares. La asimetría entre la naturaleza de las amenazas y la respuesta de Israel acaba colocando a la potencia militar superior en posición de inferioridad estratégica. La extensión de la violencia a Cisjordania (a la que se suma el apoyo del presidente palestino Mahmud Abbas a los objetivos de Hamás) implica que Israel no puede evitar las consecuencias políticas del conflicto. Hamás, adversario olvidado de la estrategia diplomática de Abbas, se está convirtiendo gradualmente en la avanzada de la lucha por la liberación de Palestina.

Contra lo que cree el primer ministro Benjamín Netanyahu, la principal amenaza existencial para Israel no es un Irán provisto de armas nucleares. El verdadero peligro está en casa, en el efecto corrosivo del problema palestino sobre la posición internacional de Israel. La devastación causada por los periódicos enfrentamientos asimétricos de Israel, la ocupación permanente de tierras palestinas y el crecimiento continuo de los asentamientos dieron impulso a una campaña cada vez más intensa por debilitar la legitimidad de Israel.

Esto se ve, por ejemplo, en el avance del aparentemente benigno movimiento Boicot, Desinversión y Sanciones, al que muchos de sus partidarios ven como una forma legítima de resistencia no violenta, mientras que sus opositores (entre los que me incluyo) lo consideran una triquiñuela política para obtener la implosión del Estado judío.

La corriente dominante en Palestina, representada por Abbas, tomó la decisión estratégica de optar por un Estado palestino según las fronteras de 1967. La respuesta estratégica de Israel sería normalmente que aspira a ser un “Estado democrático judío”, lo que presupone una mayoría judía. Pero mientras el interminable proceso de paz no logre concretar una solución de dos Estados, Israel no podrá eludir la realidad de un único Estado sumido en una guerra civil permanente.

Hay una sola salida de la tragedia de Gaza que puede ofrecer justicia a sus muchas víctimas: que las partes del conflicto y los actores regionales que ahora compiten por ser sus mediadores usen el desastre actual como punto de partida para impulsar un amplio programa de paz.

Esto implica el inicio de un Plan Marshall para modernizar la infraestructura de Gaza y mejorar sus condiciones sociales. También supone el levantamiento del bloqueo y la apertura de Gaza al mundo. A cambio, Hamás deberá completar el desarme y la desmilitarización de Gaza bajo supervisión internacional, en tanto que la Autoridad Palestina de Abbas controlará los cruces de frontera hacia Israel y Egipto.

Paralelamente, es necesario reanudar las negociaciones para una solución de dos Estados, con un compromiso inequívoco por parte de Estados Unidos y los otros miembros del denominado Cuarteto para Medio Oriente (Naciones Unidas, la Unión Europea y Rusia) de usar toda la influencia posible sobre las partes para impedir otro fracaso.

Israel carece de una estrategia convincente; lo que tiene es una serie de improvisaciones que apuntan a garantizar la supervivencia física de la nación sobre un territorio tan amplio como la comunidad internacional esté dispuesta a permitir. Pero la improvisación no se puede sostener a largo plazo. Un ejemplo es el intento de acercamiento de Israel a los países árabes que están dispuestos a subordinar el problema palestino al mantenimiento de unas relaciones bilaterales prudentes, sobre todo en cuestiones de seguridad. Pero ninguna de estas “alianzas” que Israel pueda forjar (por ejemplo, con Arabia Saudí y Egipto) pasará de ser circunstancial y efímera.

El desafío para Israel es vincular su táctica militar y su diplomacia con una meta política claramente definida. Ninguna estrategia nacional será creíble mientras no reconozca que la continuidad del conflicto palestino debilita peligrosamente las bases morales de Israel y su posición internacional".








No hay comentarios:

Publicar un comentario