martes, 18 de noviembre de 2014


          JERUSALÉN, MATADERO DE RELIGIONES




Acabo de ver la noticia de que dos atacantes han matado este martes a primera hora a cuatro personas en una sinagoga del barrio ortodoxo de Har Hof, en Jerusalén Oeste, antes de ser abatidos por la Policía israelí.

Los dos hombres, al parecer palestinos de Jerusalén Este, entraron en el recinto armados con un cuchillo, un hacha y una pistola y atacaron en dos lugares distintos a los fieles que allí rezaban antes de morir tiroteados por la Policía. El suceso se ha saldado, además, con ocho heridos, cuatro de ellos en estado grave.










Las reacciones no han tardado en llegar. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ya ha anunciado que Israel responderá “con mano de hierro” al ataque, además de acusar al presidente de la Autoridad Palestina, de “incitar al odio”, cuando es bien sabido que, precisamente a causa de su moderación, Mahmud Abbas, se encuentra cogido entre dos fuegos y, atacado por tirios y troyanos, su situación es cada día más precaria. Compararlo con los líderes de Hamás supone una canallada, que solamente responde a la voluntad más que demostrada de Netanyahu de avivar la hoguera de odios entre israelíes y palestinos para sacar contrapartida política a la sangre derramada, en una espiral de despropósitos que parece no tener fin.

En mi novela “El fuego de San Telmo dejé escrito: “Cuando la política comienza en la religión, no hay lugar para la religión ni tampoco para la política: lo que aparece es el fanatismo (…) “La gente no se mata por hambre, sino por cultura, por raza, religión o patria, que son, en definitiva, sus dioses tutelares. Cuando varias religiones viven hacinadas o superpuestas, esta fricción desarrolla violentamente las diferencias, en lugar de potenciar las semejanzas: “matadero de religiones”, escribió Aldous Huxley refiriéndose a Jerusalén”.


Más adelante escribo: “La lección de historia que ofrece Jerusalén vale para explicar, por encima de otras consideraciones, la situación que actualmente se vive en Israel. A cada paso pueden ser Infinitos los matarifes sagrados dispuestos a perpetuar los holocaustos en honor y gloria de Yahveh, Dios o Alá, el solo Dios verdadero, capaz de utilizar tres fulminantes distintos̶ manejados indistintamente a lo largo de la Historia por judíos, cristianos y musulmanes ̶ para dinamitar cualquier acuerdo que no cumpla sus designios innegociables” (...) “Cualquier criminal, incluso el más sanguinario o descerebrado, puede decir que es emisario de Dios. El hombre es el único ser capaz de cometer las mayores atrocidades en el nombre de Dios desde que el mundo es mundo”.

La primera edición de “El fuego de San Telmo” llegó a las librerías a comienzos del año 2001, siete meses antes de que en Nueva York tuviesen lugar los atentados del World Trade Center. No sé si podría considerarse como premonición, pero en mi novela yo había dejado escrito: “Pensemos en una agudización planetaria de la violencia terrorista, cosa no difícil de imaginar según van las cosas”. Transcurrida década y media sigo teniendo premoniciones. Y, por desgracia, ninguna es buena.





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