miércoles, 11 de octubre de 2017




         LA REBELIÓN INDEPENDENTISTA CATALANA 
                              VISTA DESDE ITALIA






Apenas si llevo veinticuatro horas en España y ya estoy tan empachado como cuando salí de no ver ni oír otra cosa que no fuese darle vueltas y más vueltas a la aventura separatista catalana. Partí hacia Venecia el día 25 de septiembre y regresé ayer, tras recalar una semana en Roma. Esperaba que a mi regreso ya hubiera acabado lo peor de lo que tuviera que ocurrir en Cataluña, pero me equivoqué. A estas alturas debería saber que con Rajoy al frente del Gobierno, la única política posible, tanto respecto a Cataluña como acerca de todas las demás cosas, consiste en esperar a que los problemas se resuelvan solos o que se pudran lentamente hasta que todo reviente de una condenada vez.

Desde Italia he seguido más o menos el desarrollo de los acontecimientos que se han venido precipitando en bochornosa cadena desde las televisiones italianas, que han realizado un seguimiento sin precedentes de lo que venía sucediendo en Barcelona, la ciudad, ¿puedo decir española?, más visitada con mucho por el turismo italiano. Todos los telediarios y tertulias dedicadas a analizar la actualidad han ocupado sus espacios en hablar acerca del independentismo catalán con el desconocimiento que cabía esperar en unas cadenas televisivas siempre volcadas en el análisis de los asuntos internos de Italia. Los comentaristas italianos, tan sabiondos como los que campean por estos pagos, se han remontado a la Guerra Civil y a la dictadura para juzgar el acontecer de ahora, sin saber que Franco fue recibido en sus visitas oficiales a Barcelona con el mismo entusiástico recibimiento que se le ofreció en el resto de las ciudades españolas. Para colmo del delirio, el Barça ha sido presentado como el club de fútbol propio de la oposición democrática, en contraste con un Real Madrid representativo del anterior régimen. Según parece, que Franco recibiera del club catalán la medalla de oro y diamantes es un hecho que nunca sucedió.

Agustí Montal, presidente del FC Barcelona entrega a Franco
la insignia de oro y diamantes con motivo
de la inauguración del Nou Camp

Visita de Franco a Barcelona en el año 1970


Al descrédito de España ha contribuido la nefasta gestión de la crisis por parte del Gobierno de Mariano Rajoy. Todos los líderes independentistas han venido anunciando de manera chulesca el órdago que preparaban, usando como excusa un referéndum prohibido por el Tribunal Constitucional y que el propio presidente del Gobierno español anunció en reiteradas ocasiones que nunca se celebraría. Fraudulentamente, pero se celebró. Y Rajoy, ridiculizado por los hechos, se limitó a negarlos. Peor todavía: para ocultar la traición de los Mozos de Escuadra, mandó cargar a la Policía Nacional en algunos tugurios electorales, regalando así una inapreciable ayuda propagandística a los golpistas catalanes, sobre todo porque el Gobierno se ha negado a combatir las mentiras divulgadas por los secesionistas, tanto en España como en instancias internacionales. Resulta muy difícil explicar a nadie las contundentes cargas policiales contra los manifestantes independentistas efectuadas el sábado día 30, víspera de las votaciones, mientras que los convocantes y organizadores de las mismas seguían y siguen en sus poltronas oficiales realizando sus fechorías y percibiendo sus abultados emolumentos por cuenta del Estado, es decir, por todos los españoles. 

El montaje de los medios italianos ha sido de factura tan impecable como engañoso su contenido. Con “Els Segadors” como música de fondo de una pacífica ciudadanía que solamente pretendía defender el derecho a depositar sus papeletas en las urnas, las Fuerzas de Seguridad españolas han sido presentadas, siguiendo el eterno memorial de agravios propio de la propaganda independentista, como brutales y antidemocráticas, continuadoras de las que detuvieron y asesinaron a Federico García Lorca durante la Guerra Civil. Se trata de una maniobra tan recurrente como mentirosa, porque la España actual nada tiene que ver con los luctuosos sucesos que ocurrieron ¡hace ochenta años! Otra vez me tocó explicar con  la máxima claridad que me fue posible, buscando ejemplos irrebatibles que sirvieran para demostrar que España es una democracia tan consolidada como las más acreditadas de nuestro contexto europeo y que Cataluña goza de un grado de autogobierno muy superior a cualesquiera de las demarcaciones autonómicas existentes en Europa.

Portada del semanario satírico Charlie Hebdo

El índice de democracia es una medición hecha por la Unidad de Inteligencia de The Economist (EIU por sus siglas en inglés), a través de la cual se pretende determinar el rango de democracia en 167 países, de los cuales 166 son estados soberanos y 165 son estados miembros de las Naciones Unidas. Según la evaluación correspondiente al año 2016, España ocupa en esta clasificación el lugar 17, inmediatamente después del Reino Unido y por delante de Estados Unidos, Francia y de la propia Italia, un dato significativo que los comentaristas italianos deberían conocer. ¡Menudo servicio a la credibilidad democrática española ha hecho Don Tancredo Rajoy!

El Canal 7, perteneciente a un grupo editorial de Milán, anunció profusamente, en los días anteriores a la celebración del prohibido referéndum catalán, la emisión de un programa informativo especial que sería emitido en directo y en hora punta (las 20:30) desde la Plaza de San Jaume, que constituyó un rotundo fracaso. Sin duda, sus editores pensaron que podrían transmitir en directo las algaradas de los días anteriores, pero la Plaza de San Jaume apareció prácticamente vacía durante la emisión, con apenas unos cuantos turistas que paseaban por allí. Así que nada de entrevistas en directo a manifestantes independentistas ni nada de nada, por lo que el programa acabó antes de la hora señalada. Después de este tropiezo informativo, hubo que esperar a la comparecencia televisiva del Rey para que la información ofrecida por los medios italianos moderase su tono, aunque sin dejar de insistir en la necesidad de un diálogo que superase la política monolítica de “un muro contra otro muro”, que ha sido el titular más utilizado por los analistas italianos para caracterizar en una sola frase la situación de enfrentamiento “entre Madrid y Barcelona”. Es penoso que haya tenido que ser Felipe VI quien, en nombre del Estado, haya reprobado de modo inequívoco y terminante la deriva secesionista de las autoridades catalanas, a las que atribuyó con plena razón una “deslealtad inadmisible” y una “inaceptable apropiación de las instituciones de Cataluña”, instando a que los poderes del Estado democrático cumpliesen con sus obligaciones.




Punto y aparte fue la multitudinaria manifestación que tuvo lugar el domingo día 8 en Barcelona. Para mi supuso una sorpresa emocionante ver el clamor contra el separatismo de tantísima gente que hasta entonces había sentido miedo de expresar en público sus sentimientos en pro de la unidad de España y que, desde luego, todos los telediarios italianos emitieron, aunque no vi que el evento fuese comentado en las tertulias como lo fueron los actos independentistas y las actuaciones policiales consiguientes. Pero, en cualquier caso, los informativos cambiaron de onda y comenzaron a informar de las muestras de apoyo al Gobierno español por parte de gobernantes extranjeros y altos representantes de la Unión Europea. 

Anoche, apenas llegado, vi la comparecencia del portavoz del PSOE, José Luis Ábalos, que me pareció impecable. Cuando, después de considerar que el manifiesto firmado después de la declaración unilateral de independencia hecha por Puigdemont desmentía la sinceridad de su oferta de diálogo y tras concluir que "lo único cierto es que la situación en Cataluña es de ingobernabilidad", pensé que el órdago catalán acabaría hoy gracias al apoyo ofrecido al gobierno por parte del PSOE y Ciudadanos. Pero otra vez me equivoqué y el conflicto independentista sigue tan vivo como lo estaba cuando partí hacia Italia.



Resulta delirante que en vez de exigir sin otras mandangas a los líderes secesionistas que vuelvan a la desaparecida legalidad constitucional, Rajoy se dirija a Puigdemont para preguntarle si declaró o no la independencia, como si con suspender su inmediata aplicación bastara para ignorar la existencia de ese documento atrabiliario en el que se dice que “la constitución de la República catalana se fundamenta en la necesidad de proteger la libertad, la seguridad y la convivencia de todos los ciudadanos de Cataluña y de avanzar hacia un Estado de derecho y una democracia de mayor calidad, y responde al impedimento por parte del Estado español de hacer efectivo el derecho a la autodeterminación de los pueblos”, añadiendo la sonrojante guinda de que “la constitución de la República es una mano tendida al diálogo”. Tal vez por eso, según Rajoy: "Basta con que Puigdemont diga que no ha declarado la independencia" para dar la crisis por concluida y pelillos a la mar, que aquí no ha pasado nada. Que, si bien se mira, es lo mismo que vienen pregonando a los cuatro vientos Pablito Iglesias y sus mariachis.


Puigdemont: El parto de los montes

Debería ser el momento para que la excepcionalidad catalana fuese normalizada con la aplicación rigurosa de las leyes, de todas las leyes, que las instituciones catalanas vienen ignorando desde hace décadas, pero la ocasión se perderá y, como mucho, el panorama catalán volverá a estar como siempre ha estado desde que la Generalidad fue ocupada por los saqueadores de la Cosa Nostra dirigida por la famiglia Pujol, quienes, entre otros desafueros, han utilizado el sistema docente como instrumento de propaganda, al peor estilo nazi-fascista, para adoctrinar a la juventud catalana con una versión falsificada de la Historia orientada a inculcar el odio a todo lo español, empezando por la lengua común, y para defender la superioridad racial de los catalanes de pura cepa, a pesar de las numerosas sentencias condenatorias emanadas de las más altas magistraturas del Estado.

El 16 de abril de 1981, el diario La Vanguardia publicó la carta privada que Josep Tarradellas, ya sin ninguna responsabilidad política en la Generalidad, remitió a su entonces director, Horacio Sáenz Guerrero. En su profética misiva, el anciano político confesaba su “presentimiento” de que con la llegada de Jordi Pujol se iba hacia otra etapa “que nos conducirá a la ruptura de los vínculos de comprensión, buen entendimiento y acuerdos constantes que durante mi mandato habían existido entre Cataluña y el Gobierno”. En síntesis, hacía una dura crítica a las primeras medidas del Gobierno de Pujol, denunciaba el victimismo, aconsejaba a las autoridades catalanas que no se condujeran “ni con orgullo ni con frivolidad” y terminaba con esta muy célebre reflexión: “Nuestro país es demasiado pequeño para que se desprecie a ninguno de sus hijos y lo bastante grande para que quepamos todos”. En conjunto, el político más sensato, patriota, constructivo y sabio que ha tenido Cataluña en estos últimos cincuenta años, advertía de los riesgos que adivinaba en la política cerradamente nacionalista de Pujol, al que atribuía intencionalidades dañinas que, con el tiempo, quedaron sobradamente demostradas.

Josep Tarradellas

Al día de hoy, tras la experiencia acumulada durante las últimas décadas, todo lo que no suponga atajar de una vez la deriva independentista y, por el contrario, sirva para alargar la excepcionalidad surrealista del paréntesis democrático en el que viven instaladas las instituciones catalanas, será utilizado para seguir desacreditando el nombre de España y también servirá para dar tiempo a que se organicen las huestes bárbaras alimentadas y organizadas desde los poderes secesionistas como último frente de resistencia violenta ante una batalla final que todavía no ha comenzado.



     
La devoción enfermiza de Rajoy hacia el pasteleo se muestra con claridad en la promesa hecha a Pedro Sánchez de iniciar, precisamente ahora, la negociación para la reforma constitucional. En política no hay nada que sea eterno y la Constitución puede y debe modificarse, pero nunca bajo la presión amenazadora del independentismo catalán. Adaptar España a la "singularidad" catalana, en vez de hacerlo al revés, será el peor de todos los augurios posibles para los años próximos. El tiempo lo dirá.       

Puigdemont firma la declaración de independencia 

La aplicación del artículo 155 de la Constitución es, desde luego, facultad del Gobierno. Pero lo que en absoluto es facultativo de ningún Gobierno es la inobservancia de los artículos del Código Penal que castigan con penas de prisión a quienes perpetran los delitos mencionados. El propio Código Penal advierte en su artículo 408: "Toda autoridad que dejare intencionadamente de promover la persecución de los delitos de que tenga noticia, o de sus responsables, incurrirá en la pena de inhabilitación especial para empleo o cargo público por tiempo de seis meses a dos años". Resulta más que evidente que esperar que las leyes se cumplan en España es como pedir peras al olmo. Sí las leyes se cumpliesen, hace mucho tiempo que la deriva independentista de las autoridades catalanas habría terminado y la imagen de república bananera que actualmente ofrece España ante el mundo entero se habría evitado. Por todo ello, somos muchos los españoles que estamos casi tan hartos de Rajoy como de Puigdemont y sus secuaces.